¡Cuánto te quiero!

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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No son pocos los que, ya tarde, reconocen que se han privado de abrazar o de expresar el cariño a las personas que aman o que han amado dándoles muestras de afecto y les han dejado morir sin haberle dicho jamás: “Te quiero”. Y no ha es que no han querido dar esas demostraciones, ni por no haber demostrado el amor en actos y cuidados, sino porque se nos ha educado y enseñado a reprimir todas las expansiones sentimentales, así despectiva y arbitrariamente calificadas. Todos somos tributarios de una represión procedente de la idea de que el amor se demuestra en las obras, pero no en que el amor requiere también decirse a sí mismo, y ensimismarse en la repetición de unas fórmulas rituales que actúen como promesas renovadas. 

Cuando esas fórmulas no se dan porque se supone que son una redundancia, cuando se omiten por pudor o miedo al ridículo, el amor suele resentirse de modo fatal; bien lo saben los enamorados, que necesitan glosar su amor con coloquios repetidos, pues del mismo que las palabras sin obras acaban degenerando en mera palabrería vacía, las obras sin palabras se arriesgan a convertirse en rutinas del afecto. Cuando la conciencia de ridículo contagia el ámbito privado, el amor se queda sordomudo, y llegar a morir asfixiado y hambriento. 

JESÚS PIDE QUE SE LE DIGA EL AMOR

Jesús le pidió a Pedro tres manifestaciones de amor y bien que conocía su corazón, y a una mística francesa, Helena Bossí, le echa en cara que le dice pocas veces que le ama. Es una pena. Nos han educado en la represión verbal de ciertos afectos como el de mostrarse satisfechos y agradecidos por ciertos detalles humanos, o por demostrar aquello que vemos que se ha hecho con sacrificio y esfuerzo. Y no digamos entre padres e hijos, sobre todo con los varones, que sólo alcanza a ser huidiza, y como avergonzada. Todo queda en un vínculo de autoridad severo y acartonado, y escasamente afectuoso. El silencio se impone sobre las palabras, las embrida y amordaza, hasta el extremo de matar las emociones más puras y entrañables. Esta condena de silencios recíprocos y omisiones vergonzantes estrangula la fluencia espontánea de los afectos y acaba originando desapegos, distanciamientos, resquemores que nos hacen incapaces de sublevarse contra ellos, y ocultan la realidad. 

TERESA DE JESÚS

Son y forman parte de una herencia de prejuicios irracionales, que consideran esa noble acción, de falsa y sentimentaloide, contra la que se levantó en su tiempo Santa Teresa de Jesús, tan copiosa en esta materia y con todos y todas, hasta con aquel novicio que huyó ante el abrazo cariñoso de la Madre Fundadora. Por su pluma pasan todos y todos los acontecimientos y todos y cada uno de los problemas, suyos y de los otros, siempre con ánimo, vigor, amor manifestado, humanidad, respeto, exigencia. Sobre la manifestación de su amor a las personas no conozco en la hagiobiografía un caso semejante de alguien que hable de amor sin ningún rebozo y con tanta generosidad, salvo San Pablo en algunas de sus cartas. Yo creo que este estilo nos está haciendo mucha falta. Preocupados con exceso por las ideas, como buenos occidentales que rinden culto a la mente, -Descartes con su cogito ergo sum- que no es exacto, sino este otro: Cogitor, ergo sum”- olvidamos el corazón, que es parte integrante de nuestra vida de hombres, y la que le da follaje al árbol, le hace florecer y le da perfume. 

JESÚS TIENE CORAZÓN

J esús tiene Corazón. Y nuestros hermanos también tienen corazón. Y, como miembros del Cuerpo Místico, integran a Jesús. Jesús se deja querer y se hace de querer. En cada hermano nuestro hay un Niño, que necesita amor y dedicación. Una sonrisa le hace feliz; una pequeña atención puede disipar una tristeza.

Teresa no quiere hombres y mujeres hirsutos, "almas encapotadas", personas cerebrales, que tienen miedo de manifestar sus sentimientos porque creen, equivocadamente, que eso les empequeñece, y les rebaja: "Cuanto más santas más conversables con las hermanas". Los que así piensan, no tienen ni idea de que la grandeza consiste en la sencillez, y de que el hombre integral no es sólo cerebro, sino también corazón, es decir sensibilidad, afectos, emociones, sentimientos. Dice Jesús: "Tengo compasión de esta gente". Jesús llora ante el sepulcro de Lázaro, se deja perfumar por Magdalena, acaricia y bendice a los niños, y deja que se le acerquen y rodeen, consuela a la viuda que lloraba a su hijo muerto: "Mujer, no llores"... Hemos de aprender en la escuela de los sentimientos de Jesús, porque somos prolongación de Jesús y, no solo histórica, sino principalmente, profunda e interior. "Tened los mismos sentimientos de Cristo", nos dice San Pablo. La Iglesia, Esposa de Cristo, ha de estudiar más los sentimientos de Cristo que las ideas de Cristo. Porque en la Iglesia, huyendo del peligro de caer en el sentimentalismo, se cae, con muchísima facilidad, en el racionalismo. Y la razón no conmueve. Y sólo desde la conmoción podemos adoptar las grandes decisiones, y se consiguen las plenas adhesiones. 

GENIAL

Muchas lanzas rompió el genio de Teresa que cambiaron el rumbo de la historia, pero no es pequeña la que rompe en la manifestación de su afecto, en una época hirsuta de señorías, sus mercedes y sus reverencias, cuando incluso a su sobrina Teresica le habla de usted.

Teresa hoy, con su estilo, sustancial y accidental, puede centrar la atención a los hombres de acción para que no se pierdan en lo superficial, pero con tintes de clarividencia y siempre de ternura y con su disposición al sacrificio. Teresa entendió bien el adagio latino: “Aquila non capit muscas”. Hay gente que se pasa la vida de leguleyos, cazando moscas de detalles y niñerías, que debilitan las fuerzas e incapacitan a la persona, para volar como águilas y no arrastrarse como los sapos, niñerías, insignificancias, ¿qué importa eso para lo sustancial y total? ¿Por qué aparece tan preocupada por la salud, sobre todo de los responsables, Gracián en primera línea, y después las prioras, sino porque aquella vida que ella ha ideado inmolada y sin descanso, les minaba las energías? Sacrificio cuyos frutos sabe que sólo verá en el cielo, como fruto ímprobo de su trabajo. "No sienta que haya padecimientos, pues el padecer trae tantas ganancias".

Paparruchas moralistas y freudianas engendran el sentimiento erróneo de decir a la cara, sin embarazo ni rubor, cuánto amamos. Cuando el amor no se dice a sí mismo acaba pereciendo por asfixia o inanición. Esperar a amar cuando ya estén las personas en el sepulcro sólo engendra melancolía y depresión.