Es el aborto.

Autor: Jesús Domingo Martínez 

 

Valle Inclán hace decir a uno de los personales de su Sonata de Invierno: “Un día llegará donde surja en la conciencia de los vivos, la ardua sentencia que condena a los no nacidos”.

Los cálculos de las semanas en las que se puede practicar “legalmente” -¿ha llagado alguna vez la “ley” a cloacas más fétidas?- el aborto es la mayor hipocresía del legislador y de los parlamentarios abortistas. Es reconocer que hay que extirpar el feto antes de que el alma, la vida, que Dios ha infundido en el primero encuentro óvulo-espermatozoide, diga con voz alta que está allí.

Una carrera contra reloj del hombre para ganar la mano al Creador. Esto es el aborto. El asesinato de una criatura que se debate para pasar del calor de las entrañas al calor de los brazos de su madre, y que es un eco del misterio de Dios Creador, aunque su madre esté desatendida en la cama del fondo de la sala quinta de ginecología en cualquier hospital.

Se aborta o por locura nerviosa, que lleva después de pasada, a pedir perdón, a llorar y a rezar por el “abortado”; o por una locura “sin Dios”, de rabia diabólica; o por un desprecio total de la vida, que lleva consigo el “aborto”, la muerte, de la madre antes que la del feto humano vivo en sus entrañas.

El aborto es un suicidio en el otro; es el fruto del temor a volverse atrás en la negación de Dios, en el rechazo del misterio de Dios, el querer impedir que el misterio del amor de Dios roce siquiera el misterio del nacimiento del hombre.