“El primer capital, la persona en su integridad”.
Autor: Jesús Domingo Martínez

 

 

El desarrollo humano en nuestro tiempo se analiza también en la última carta encíclica del Papa. Por un lado, el objetivo del beneficio, “sin el bien común como fin último, amenaza con destruir la riqueza y crear la pobreza”. Entre las distorsiones del desarrollo se cita la actividad financiera especulativa, los flujos migratorios provocados y mal gestionados, además del uso no regulado de los recursos de la tierra. Mirada directa a la crisis actual que, advierte el Papa, “nos obliga a reproyectar nuestro camino”. Y es que “crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan las disparidades” y aparecen nuevas pobrezas, también dentro de los países ricos; la corrupción es un flagelo presente en países ricos y pobres –especialmente en estos últimos-; grandes empresas transnacionales omiten los derechos de los trabajadores; las ayudas financieras se alejan de su fin por irresponsabilidad “de donantes y beneficiarios”; hay exceso de proteccionismo con la rigidez de la propiedad intelectual –por parte de los países ricos-, especialmente en el campo sanitario; la deslocalización de la producción reduce las redes de seguridad social. Un panorama que reclama no sólo mayor participación de la sociedad civil en la política nacional e internacional, sino la prioridad, para los gobernantes, de que “el primer capital a salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad”. Derechos indisolublemente ligados al desarrollo son el derecho a la vida y a la libertad religiosa.