Al servicio del pueblo de Dios
Autor: Jesús Domingo Martínez

 

 

El sacerdote está al servicio del pueblo de Dios, sin límites de horario ni de calendario

Ahora que, con motivo del 150 aniversario del Santo Cura de Ars, acaba de comenzar un Año Sacerdotal me parecen que caen bien una palabras del Secretario de la Congregación del Clero, quien ha declarado en el diario “L’Osservatore Romano” que el sacerdote “no es un empleado sino un consagrado, un ‘Cristo' de Dios”, célibe, que se nutre de la Eucaristía, lejano de las modas de este mundo y al servicio de la gente. “El sacerdote –añade- no puede realizarse plenamente si la Eucaristía no es de verdad el centro y la raíz de su vida”, si su “fatiga cotidiana” no es “irradiación de la celebración eucarística”. Como recuerda el relato evangélico sobre el “lavatorio de los pies” de los apóstoles por parte de Jesús, la tarea del sacerdote está en la entrega incondicional: “¡El sacerdote no se pertenece! Está al servicio del Pueblo de Dios sin límites de horario y de calendario”.

“La gente no es para el sacerdote, sino el sacerdote para la gente, en su globalidad, sin restringir nunca su propio servicio a un pequeño grupo”, añade el secretario. Por ello, “el sacerdote no puede elegir el puesto que le gusta, los métodos de trabajo que considera más fáciles, las personas consideradas más simpáticas, los horarios más cómodos, las distracciones -aunque legítimas- cuando sustraen tiempo y energías a la propia específica misión pastoral”. En este sentido, monseñor Piacenza recuerda que “frente a un mundo anémico de oración y de adoración, de verdad y de justicia, el sacerdote es, sobre todo, el hombre de la oración, de la adoración, del culto, de la celebración de los santos Misterios ‘ante los hombres, en nombre de Cristo'”.

El prelado también afirma que de la “configuración del sacerdote con Jesucristo” se comprenden mejor también las “promesas de obediencia, de castidad vivida en el celibato, en el compromiso de un camino en el desprendimiento de las cosas, de las situaciones, de sí mismos”. El arzobispo por ello subraya que “la castidad garantiza la dimensión esponsal y la gran paternidad” y recordó que “en todo esto no hay noes, sino un grande sí liberador”, “un amor más grande” que se expresa “en la lógica gozosa de la entrega”.