Las raíces cristianas

Autor: Jesús Domingo Martínez

 

 

El Papa ha afirmado refiriéndose a Europa que, en estos momentos más que nunca deberíamos reconocer las raíces de nuestra identidad cultural y prepararnos para que sigan siendo la “levadura” de la civilización. Algunos le reprocharán a Benedicto XVI que lo que pretende es tratar de reabrir el debate sobre la mención de las raíces cristianas del texto del Tratado Constitucional o de la Declaración de Berlín. A pesar de los esfuerzos de países como Polonia, la discusión sobre el particular hace tiempo que se ha terminado en el campo político. Pero es evidente que se ha cerrado en falso. Lo que diga un documento de carácter constitucional no puede cambiar la realidad, como tampoco la cambiaría si se incluyeran otras menciones más o menos acertadas. Europa como idea -con todo lo que tiene de sublime y también con lo que ha tenido de tragedia- está profundamente enraizada en una civilización que es sin ninguna duda cristiana, se diga lo que se diga. El Papa cumple con su misión reclamando la mención del cristianismo, y eso no debe extrañar a nadie. Lo que debería provocarnos un rechazo intelectual profundo es, precisamente, que un concepto tan evidente no se pueda mencionar sólo por conveniencia política. El candidato francés con mayores posibilidades de llegar a la presidencia se ha mostrado, en estos días, favorable al reconocimiento de las raíces cristianas de Europa.