Comentarios a la Suma de Santo Tomás 

El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Cuando Santo Tomás estaba escribiendo el tratado de la penitencia, de repente interrumpió la Suma Teológica. Después de aquella misa del 6 de diciembre de 1273, ya no pudo escribir más. Se le habían revelado tantos secretos divinos, que todo lo que había escrito le parecía paja. Y en la cuestión 90 sobre este sacramento, dejó de dictar. El resto de la Suma será considerado como "Suplemento". Era un extracto del Libro de las Sentencias, obra de Tomás joven. 

Ya en las primeras páginas de la sagrada Escritura se manifiestan los designios salvíficos de Dios. Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte, sino que quiso liberarlo por la sangre de su Hijo Jesús, aplicada por los canales de los sacramentos. El sacramento de la penitencia es el sacramento de la misericordia del Padre. Jesús derramó el Espíritu Santo sobre sus discípulos confiándoles su mismo poder de perdonar los pecados, diciéndoles: "A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados". Así es como la Iglesia resulta la prolongación de la obra Redentora de Jesús. 

MATERIA Y FORMA 

Como todos los sacramentos, el de la penitencia consta de materia y forma. La materia remota son los pecados del penitente y la próxima los actos buenos del mismo que se arrepiente de haber ofendido a Dios y a la Iglesia , detesta su pecado y hace propósito de enmienda. La forma está constituida por la absolución del sacerdote, que es una sentencia judicial. 

Cuando el pecador, como reo, él mismo es el acusador de sus pecados, el juez, que es el ministro consagrado, pondera la gravedad de los mismos, dicta la sentencia e impone la penitencia, que a diferencia de los juicios humanos, no es vindicativa, sino satisfactoria y medicinal. El sacerdote es, a un mismo tiempo juez, médico, maestro y padre. 

TRASPLANTE DE CORAZON 

Como el corazón del hombre es rudo y endurecido, es preciso que Dios haga en él un trasplante infundiendo en el cristiano convertido y arrepentido, un corazón nuevo. Esta es la obra de la misericordia y magnanimidad de Dios. La conversión se convierte en la tarea incesante de la Iglesia , que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). La misma Iglesia debe ser, a imagen de la viuda de Naim que lloraba a su hijo muerto, la intercesora que alcance del corazón de Dios la gracia suficiente para que el corazón del pecador se vuelva a Dios y corresponda a su amor misericordioso. Sólo la gracia puede atraer y mover al hombre a entregaarse al amor perdonador de Dios. 

Así lo confirma el Concilio Vaticano II: "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia , a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11) (CIC 1422).