Comentarios a la Suma de Santo Tomás (Segunda Parte).

El Sacramento de la Confirmación

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Santo Tomás estudia el Sacramento de la Confirmación en toda la q. 72, a.1, y comienza proponiéndose él mismo una dificultad sobre la respuesta ambigua del Papa Melquíades a los obispos españoles, acerca de la distinción entre los sacramentos del bautismo y de la confirmación: "De lo que pedíais mi parecer, dice, sobre cuál es mayor sacramento, si el bautismo o la imposición de manos del obispo, os respondo que ambos son sacramentos importantes. A la pregunta propuesta y a su respuesta inconcreta, responde Santo Tomás en el artículo 1 de la cuestión 72. Los sacramentos de nueva ley confieren especiales efectos de la gracia, de tal forma que a cada efecto distinto de la gracia corresponde un sacramento especial. Y, puesto que lo sensible y material sirve de semejanza para lo espiritual e inteligible, el proceso de la vida corporal nos puede indicar los distintos modos de la vida espiritual. Es evidente que en la vida corporal hay una perfección especial cuando el hombre llega al pleno desarrollo y realiza las acciones perfectas del hombre, por lo que dice Apóstol: "Cuando llegué a ser hombre, abandoné las cosas de niño”, así, además del proceso generativo que da la vida corporal, hay otro proceso de aumento que acaba en la plenitud del desarrollo. En la vida espiritual, el bautismo es el que da la regeneración espiritual. En la confirmación llega el hombre al pleno desarrollo de esta vida espiritual. Por eso dice el papa Melquíades: "El Espíritu Santo, que bajó a hacer saludables las aguas del bautismo, en la pila da la plenitud de la inocencia y en la confirmación, el aumento de la gracia. En el bautismo somos engendrados a una nueva vida; después del bautismo somos fortalecidos". En esta respuesta se evidencia que la confirmación es un sacramento especial. 

SIGNIFICACIÓN DE LAS PALABRAS


La palabra confirmación procede del verbo latino firmare, consolidar, confortar, afirmar, confirmar. La confirmación conforta a la persona en su ser de cristiano, le confía capacidad de aguante por medio del Espíritu Santo, para que aprenda a ser fiel a sí mismo, a encontrar su lugar en el mundo, con la fuerza del Espíritu Santo. En el bautismo nacemos de nuevo por el agua del Espíritu Santo. En la confirmación somos confortados, confirmados en nuestra existencia para que no nos dejemos guiar por el espíritu del mundo sino por el Espíritu de Dios. Contamos con la fuerza del Espíritu, y no debemos permitir que el mundo tenga poder sobre nosotros para trabajar por un mundo según la voluntad de Dios.

LA INSTITUCION DEL SACRAMENTO


Hay tres opiniones sobre la institución de este sacramento. Unos dicen que no se debe ni a Cristo ni a los apóstoles sino a un Concilio celebrado en tiempo posterior. Otros afirman que la instituyeron los apóstoles, lo cual no es cierto, ya que sólo Cristo puede instituir un nuevo sacramento, por razón de su potestad de excelencia. Hay que responder, por tanto, que Jesucristo no instituyó este sacramento administrándolo El, sino prometiéndolo, pues leemos: "Si yo no me fuera, el Espíritu Santo no vendrá a vosotros; pero, si me voy os lo enviaré". Y ello porque en este sacramento se recibe la plenitud del Espíritu Santo, que no debía conferirse hasta después de la resurrección y ascensión de Cristo, según el texto: "Aún no había sido glorificado el Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado". La confirmación es el sacramento de la plenitud de gracia, por ello no tenía ningún paralelo en el Antiguo Testamento, pues, como dice el Apóstol, "la ley no llevó nada a la perfección". Todos los sacramentos son de algún modo necesarios para la salvación. Unos son medios imprescindibles, otros cooperan a conseguirla más perfectamente. De este segundo modo es como la confirmación resulta necesaria para la salvación, que puede obtenerse sin ella, con tal que no deje de recibirse por desprecio del sacramento. Al recibir la confirmación, sacramento de la plenitud de la gracia, nos configuramos a Cristo, "lleno de gracia y de verdad" desde el primer instante de su concepción. Esta plenitud se manifestó en el bautismo, cuando "el Espíritu Santo descendió en forma corporal sobre El". Y por eso dice la Escritura que, "lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán”. 

RELACIÓN ENTRE AMBOS SACRAMENTOS


El bautismo y la confirmación guardan una profunda relación interna, como lo demuestra el hecho de que estos dos sacramentos se administran juntos en el Oriente, y en el cristianismo primitivo resulta difícil separar los dos sacramentos en el rito. El Decreto de Graciano cita un texto del Pseudo-Melquíades, que declara la confirmación como el sacramento mayor, pero resalta que estos dos sacramentos están unidos. La relación interna y la diferencia fundamental de los dos sacramentos resulta clara. El bautismo y la confirmación proporcionan a los cristianos la misión del Espíritu Santo concedida a la Iglesia en la Pascua y en Pentecostés. Si el bautismo confiere ya la participación de la vida del Dios trino al sumergirle en su naturaleza, en la confirmación hay que hablar de forma totalmente nueva del «don del Espíritu Santo» (He 2,38). Ya en su bautismo, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma sobre Jesús, el «siervo de Dios, en el que el Padre se complace» (Mc 1,11). También se distingue el «envío del Espíritu Santo» en el día de Pentecostés (He 2,1), al ser señalado por el mismo Cristo como enviado por él y por el Padre (Jn 14,26). 

SON DOS SACRAMENTOS DISTINTOS


La distinción entre la confirmación y el bautismo, aparece clara en el hecho de que el Señor resucitado antes de su Ascensión al cielo exhorta a los apóstoles a «que no se vayan de Jerusalén, sino que esperen la promesa del Padre (Lc 24,48), pues sólo él los capacitará para cumplir su misión apostólica de testigos. Cuando Pedro y Juan fueron enviados a los recién bautizados de Samaría, el libro de los Hechos dice: «Descendieron y oraron sobre ellos, para que recibieran el Espíritu Santo; porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, porque sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús» (He 8,15). En cambio el Espíritu Santo descendió sobre la familia de Cornelio durante el sermón de Pedro, de manera que el apóstol pudo decir: “¿Acaso puede alguien excluir del agua para que no sean bautizados a éstos, que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?” (He 10,47); y los hizo bautizar, pero no los confirmó. Aun cuando el hombre en el bautismo cristiano participa del Dios Trino y aun cuando Pablo dice que los acontecimientos de la vida del cristiano suceden tanto «en Cristo» como en el Espíritu», así dirá: “justificados en Cristo” (Gal 2,17), santificados en Cristo (1ª Cor 1,2), en el Espíritu (Rom 15,16), sellados en Cristo (Ef 1,13), en el Espíritu (Ef 4,30) y cuando diga: «El Señor es el Espíritu» (2 Cor 3,17), hay que afirmar que «en el Espíritu Santo» se completa la relación con el Padre y el Hijo. En el Espíritu Santo podemos decir: «Abba, Padre» (Rom 8,15; Gal 4,6). «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, éstos son hijos suyos» (Rom 8,14). Cristo «ha derramado» sobre nosotros en medida abundante «este Espíritu, que concede la renovación» (Tit 3,5). El «don del espíritu» significa «unción» (krisma), que nos hace semejantes al «ungido», a Cristo, al Señor. Así lo escribe el Apóstol: «Dios, quien a nosotros, junto con vosotros, nos asegura en Cristo y nos ungió, y también nos marcó con su sello y puso en nuestros corazones las arras del Espíritu» (2 Cor 1,21). Además, el don del Espíritu se nos comunica en la «imposición de manos» (He 8,17). 

POR ANALOGÍA


Una imagen análoga procedente de la vida natural, ya que nuestras palabras sobre lo sobrenatural son siempre «palabras analógicas», nos ayudará a entender la relación y la diferencia del bautismo y la confirmación. La carta del seudo Melquíades, siguiendo el pensamiento guerrero de la Edad Media, compara el bautismo y la confirmación describiendo el efecto de ambos sacramentos: «Por el bautismo nacemos a una vida nueva y somos purificados; por la confirmación nos fortalecemos para la lucha, somos robustecidos; la confirmación nos arma y equipa para las guerras de la vida terrena; y así lo afirma el Decreto de Graciano: la confirmación nos arma y nos instruye para las luchas con el mundo». Mejor todavía, el bautismo confiere la vida divina, para que podamos vivir en ella; la confirmación proporciona «la madurez de esta vida divina» para poder dar el testimonio del apostolado. Madurez, la edad perfecta en la vida natural, dice Santo Tomás, es la que, por su propio desarrollo biológico, es capaz de procrear; la vida moral se hace madura mediante el ejercicio humano de la facultad moral, cuyo resultado es la «virtud»; la vida sobrenatural de la gracia sólo puede llegar a su «madurez» mediante un don divino, precisamente el Espíritu Santo, que consuma y lleva a la madurez todo lo que ha hecho Dios, creador y redentor. Quizá esta analogía pueda contribuir también a entender de forma más profunda la relación entre pascua y Pentecostés. 

HISTORIA DEL SACRAMENTO 


La historia de la confirmación refleja sobre todo un problema del cristianismo primitivo, con el que nos encontramos por ejemplo en la comparación de karis y karisma, de la gracia personal y de la gracia para los demás, y por tanto en la tensión existente entre la perspectiva teocéntrica y antropocéntrica, eclesial e individual, religiosa y ética, de la existencia cristiana. Ya la imagen del pneuma o del espíritu en la Sagrada Escritura muestra estos diferentes aspectos. En el Antiguo Testamento el pneuma aparece como «fuerza de Dios», que proporciona a los enviados fuerza de Dios, Como a Sansón: (Jue 15,14); a los profetas, a Samuel, (1 Sam 19,20; Os 9,7), a Moisés y a sus ancianos (Núm 11,17), el don de la profecía; la capacidad para cumplir sus oficios, a los artistas la inspiración artística en la edificación de la tienda de la alianza (Ex 31,2); y llena con su plenitud al Mesías. Los apócrifos hablan casi siempre del «Espíritu Santo». Como «Espíritu de Cristo» resulta de una importancia nueva para todos los que quieren ser cristianos, que ya no viven de la carne, sino del Espíritu (Rom 8; Gal 4). En sus discursos de despedida, el Señor prometió este «Espíritu de verdad» como «consolador» de los suyos (Jn 14,16; 15,26) y en Lucas el resucitado, antes subir al cielo, pide a sus discípulos que esperen la «fuerza de lo alto», que les enseñe a ejercer su misión apostólica como testigos en Judea y Samaría y hasta el fin del mundo (Lc 24,48; He 1,8). Para Pablo el mismo Señor glorificado es el Espíritu (2 Cor 3,17), en el que se nos dan dones del Espíritu Santo (1 Cor 12,8), y el vivir cristiano amor y gozo, paz y magnanimidad, fidelidad y autodominio, diligencia, bondad y piedad son el fruto del Espíritu de Cristo en nosotros (Gal 5,22; Ef 5,9). Aspecto decisivo es que este Espíritu sólo pueda estar en el hombre como «don», que se da y se recibe (He 2,38; 10,45) y que se da, no para el individuo, sino para el servicio del pueblo de Dios. 

NEXO


Por eso mismo la edad media lo ha llamado nexus, unión de amor, y la nueva teología, según Mühlen, habla de él como del «nosotros» intratrinitario y eclesial. En este «don del Espíritu» se expresan y actúan tanto la inmanencia como la trascendencia de Dios. En los Hechos de los apóstoles se distingue entre el bautismo y la confirmación como sacramentos para adultos como «bautismo de agua» y «don del Espíritu con la imposición de manos», sin embargo, en la Iglesia primitiva, los dos están unidos en la práctica del bautismo de niños; y en la Iglesia oriental hasta el día de hoy. En Occidente desde el siglo XII no se confiere la confirmación a los niños pequeños junto con el bautismo, sino a los jóvenes, entre los 7 y los 12 años. Así se va separando con más claridad la confirmación del bautismo, aunque ya no se presente de forma tan clara su relación interna. Esta diferenciación entre bautismo y confirmación en la iglesia occidental contribuye a que aquí el obispo sea el ministro de la confirmación, mientras que en Oriente el sacerdote del bautismo es también el ministro de la confirmación. Es clara la evolución histórica de la idea del sacramento en el signo externo. El rito de la imposición de manos por el obispo, mencionado en los Hechos sigue siendo normativo exclusivamente en Occidente. Declara Nicolás Kabasilas que la unción y la imposición de manos producen la gracia del Pneuma. En Occidente esta unción sólo se inició bajo Inocencio I, junto a la imposición de manos. En el siglo XII desaparece también en Occidente la imposición individual de las manos. En el rito subsistió la extensión general de manos y la plegaria del obispo pidiendo el Espíritu Santo, según el pontifical de Guillermo de Durando y el ritual romano de Clemente XIV de 1774. Sin embargo este rito no fue considerado por la gran teología como un signo externo importante, de manera que en Santo Tomás y en San Buenaventura, en los concilios de Florencia y Trento y en la teología de Belarmino, hasta el siglo XX, sólo se considera como materia y signo de este sacramento la unción del crisma y no la imposición de manos. Sólo el ritual romano de Pío XI de 1925, hace una referencia a la imposición de manos individual en la confirmación. En la constitución apostólica Divinae consortium naturae escribe el papa Pablo VI: «En la administración de la confirmación en Oriente y Occidente, la unción del crisma, que representa la imposición de manos apostólica, ha ocupado el primer lugar. Pero como la unción del crisma expresa de forma adecuada la unción con el Espíritu Santo, que se comunica a los fieles, quisiéramos que se conservara su existencia y significado.» En la unción con el crisma no se menciona ya la imposición de la mano. En lugar de la anterior extensión de las manos con la invocación del Espíritu al comienzo de la confirmación, el nuevo rito conoce una imposición de manos por el obispo y por los sacerdotes que le auxilian, comparable al rito en la ordenación sacerdotal. Este nuevo rito de la confirmación no tiene nada que ver con la imposición de manos procedente del relato bíblico de la confirmación. 

INSTITUIDO POR CRISTO 


Santo Tomás reconoce la institución del sacramento de la Confirmación por Cristo, sólo prometiendo, pero no mostrándolo, pues no tenemos ningún relato bíblico en el que se narre su institución real por Cristo. Sin embargo lo sugieren tres hechos: 1.°, Cristo no quiso consumar su obra por sí mismo, sino mediante el Espíritu enviado por él y por el Padre, como lo demuestran claramente las promesas del Espíritu (Jn 16,13;15,26) en sus discursos de despedida, así como la exhortación del resucitado de que esperaran la fuerza de arriba (Lc 24,48; He 1,8). 2º, los apóstoles no emprendieron nada antes de Pentecostés anticipando el reino de Cristo; la elección de Matías (He 1,15) parece haber sido superada por el mismo Señor glorificado con la elección de Saulo (He 9,4.15). El acontecimiento de Pentecostés es el inicio de la consumación de la obra de Cristo y la hora del nacimiento de su Iglesia. 3º Los apóstoles y con ellos la Iglesia primitiva, entendieron la novedad de la misión del Espíritu en Pentecostés (He 2,2) como don y misión de naturaleza tan decisiva, que predicaron este «don del Espíritu» junto al perdón de los pecados en el baño de agua del bautismo, (He 2,38) y comunicaron este «don del Espíritu» mediante la «imposición de manos» (He 8,17). 4. °. Esta acción de los apóstoles, debido a la clara idea que los apóstoles tenían de sí mismos como «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1) no debe entenderse como una novedad introducida por los ellos consciente y refléjamente, sino como una acción por la que trataron de cumplir un encargo de Cristo, cualquiera que hubiera sido el modo como este encargo llegó a los apóstoles y cómo éstos lo conocieron. 

EFECTO DE LA CONFIRMACIÓN. EL TESTIMONIO DE LOS LAICOS 


Dice el Vaticano II «El apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación» (LG. 33). En el Decreto sobre el apostolado de los seglares (Art. 3) se dice: «Los seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo, cabeza. Ya que, insertos por el bautismo en el cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la fuerza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el Señor. Se consagran como sacerdocio real y gente santa (Pe 2,4), para ofrecer hostias espirituales por medio de sus obras y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los sacramentos, sobre todo en la eucaristía.» En la confirmación Dios consuma por el don del Espíritu la obra que inició en nosotros con el bautismo como sacramento de la regeneración. El efecto de este sacramento debe entenderse como una consumación, tal como la ofrece el acontecimiento de Pentecostés, frente al hecho de la pascua de Cristo respecto de la obra de Cristo. Desde este punto de vista histórico-salvífico resulta claro que, igual que pascua y Pentecostés, el bautismo y la confirmación tienen su sentido más profundo en la «Iglesia», aunque el objetivo de esta acción salvífica de Dios es el «individuo como miembro de la Iglesia» pues lo supremo y definitivo ante Dios es el individuo en cuanto persona. El efecto especial que produjo en los apóstoles el acontecimiento de Pentecostés comparado con el de la pascua fue sobre todo que pudieron ejercer el apostolado al que los llamó el Señor por la fuerza del Espíritu Santo. Así pues, el primer sentido y el efecto de la confirmación es comunicar la capacidad para el apostolado por el don del Espíritu Santo. Luego la «plenitud» que proporciona el sacramento de la confirmación tiene, respecto del bautismo, una doble dirección: La más visible, apunta a la Iglesia como Iglesia misionera, que vive en este mundo del testimonio de sus fieles. Este testimonio de fe, que es tarea de todo cristiano, es un don de la gracia de Dios, del mismo modo que el ministerio apostólico del obispo o del sacerdote es gracia como vocación y como seguimiento. El efecto de la confirmación debe cambiar al hombre mismo en el orden sobrenatural, convirtiéndolo en testigo y apóstol, para ser capaz de dar testimonio. «El que te ha creado sin ti, no te recreará sin ti, dice San Agustín. «El que te ha convertido en miembro de su Iglesia sin ti en el bautismo, no te convertirá en apóstol de su Iglesia sin ti», testimonia el cardenal Ratzinger. Lo que significa que el efecto de la confirmación exige una disposición más existencial que la que requiere el efecto del bautismo, que no puede lograrse por el propio esfuerzo moral, sino como don sobrenatural de Dios. 

LA CONFIRMACIÓN ROBUSTECE 


La confirmación, escribe Grün, se puede interpretar como la transformación del adolescente en persona adulta. El confirmado ya no se debe considerar únicamente como hijo de sus padres. El nuevo nacimiento según el Espíritu le ayuda a encontrar su propia identidad y aceptar su responsabilidad ante sí mismo y su propia vida. Hoy se considera moderna la actitud de negar la responsabilidad por la propia vida. Bruckner señala dos actitudes de nuestra época: el «infantilismo» y el «victimismo». Muchas personas se quedan estancadas en la niñez, que sólo tiene exigencias de cara a los demás: a la madre, a la sociedad, a la Iglesia. Son seres infantiles: quisieran ser cuidadas como niños, rehúsan cualquier responsabilidad. Todos tendrían que estar pendientes de ellas. Esta actitud conduce al «victimismo», por el que la culpa de los fracasos la tienen los otros, padres, maestros, la Iglesia, la sociedad. El que permanece en actitud de víctima, se niega a responsabilizarse de su vida. Mucho menos están dispuestos a responsabilizarse de los otros, ni en la Iglesia ni en la sociedad. El adulto se hacer responsable de su propia vida, sin creer decisivo su desarrollo, las influencias de los padres y maestros en sino en cómo se ha asimilado lo recibido o superado lo no recibido, de lo contrario será un acusador permanente que señala a los culpables. O se quedará como espectador que contempla cómo pasa la vida sin intervenir para nada. 

EL DON DE NUEVAS CAPACIDADES, FRUTO DE LA CONFIRMACIÓN


El nuevo nacimiento por el Espíritu Santo implica el desarrollo de nuevas capacidades morales y espirituales. En el evangelio de Lucas se nos refiere una y otra vez cómo Jesús caminaba por la fuerza (dynamis) del Espíritu Santo y cumplía su misión gracias a ella. Lucas interpreta el bautismo de Jesús como el don del Espíritu Santo. Por el Espíritu, Jesús es conducido al desierto para ser tentado por el diablo. Ahí vivió su iniciación al ministerio del Mesías. Después de la tentación, nos dice: «Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea» (Lc 4,14). En la sinagoga de Nazaret lee la cita del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18). En el sacramento de la confirmación, la persona joven recibe el Espíritu Santo para que pueda cumplir su misión en el mundo y en la Iglesia. El Espíritu capacita al confirmando para ejercitarse en una actitud nueva y para desarrollar aptitudes nuevas. Por esto la preparación a la confirmación implica la exigencia de que los jóvenes lleguen a desarrollar con autonomía ideas nuevas para poder dar sentido a su vida y percatarse de su propia responsabilidad frente a ella y descubrir su propio carisma, potenciar las propios talentos, su vocación personal, su misión en la vida y en la sociedad, en la difusión de la fe. La confirmación quiere desviar la preocupación constante por la satisfacción de las propias necesidades: y dejar de preguntarse lo que me aporta, sino por que se puede y debe aportar. Lo que proponía Kennedy, no lo que hace la nación por ti, sino lo que haces tú por la nación. Comprometerse en una tarea fascinante. La introducción en una ascesis saludable es también otro aspecto de la confirmación, entendida como «confirmación» en la vida cristiana.