Juan 6, 44-52:
Somos más parecidos a Dios cuando amamosAutor: Padre Javier Soteras
Con permiso de Radio María, Argentina
Juan 6, 44-52
“Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los profetas: todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios, sólo Él ha visto al Padre. Les aseguro que, el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente. El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”
Reflexión
EEl caminar de la vida es ir al encuentro con Dios, por la fe. Caminamos
para este encuentro. La vida toda se orienta hacia ese encuentro. De las
manos de Dios, por un acto de creación y de amor, participado en la entrega
de nuestros padres, nosotros vinimos a la vida. Mientras ésta se va
desarrollando, nuestro peregrinar en la vida tiene un objetivo: el mismo
lugar de donde salimos, a ése vamos. A Dios, que nos creó por amor. A Él
vamos que nos redime por amor.
Este ir hacia Dios, dice Jesús, ocurre porque el Padre atrae. Y es Él el que
nos pone en contacto con el que ha enviado, para que así sea. El guía, el
Maestro, el Peregrino Jesús que nos muestra un Camino. El Padre nos atrae
desde la persona de Jesús.
San Agustín, comentando este texto, hablando acerca de en qué consiste la
atracción del Padre que suscita la fe, dice: “es el amor en definitiva. El
amor es nuestro propio peso. Los judíos que criticaban a Jesús, en su
Palabra, que se mostraba como el pan de vida, no creían en Él porque no eran
capaces de abrirse a la experiencia del amor.”
El camino de fe a la plenitud del encuentro con Dios se da por medio de esta
atracción del amor, que en Jesús la Palabra hecha carne, se hace
comunicación. Toda comunicación supone un encuentro entre un yo y un tú,
para llegar a construir un nosotros. Es la dimensión comunitaria del vínculo
comunicacional y de la experiencia de la fe. Es el estilo, el modo, es el
ser del misterio trinitario. Es Dios Padre, que se entrega al Hijo, y la
entrega del Padre al Hijo y del Hijo, que responde en ese mismo modo de
ofrenda al Padre, que genera la persona del Espíritu. Es el nosotros que
brota del misterio trinitario, que se comunica a nosotros para que en esa
misma clave aprendamos, desde el amor, a construir lo nuevo que nos hace ir
más allá de la pobre mirada de nosotros mismos.
Es el Padre que los atrae. Nadie viene a mí, dice Jesús, si el Padre no lo
atrae. Es decir, si el Amor de Dios no se derrama en abundancia sobre sus
corazones, si se dejan llevar por la fuerza de este amor. En definitiva, el
encuentro, el encuentro renovado con Dios, como persona en Cristo, se da a
partir de una experiencia de amor.
Todo encuentro interpersonal tiene como grados de desarrollo, de
crecimiento. Uno, podríamos decir es el contacto con un contexto
determinado, en un espacio, en un tiempo. Viste que por ejemplo, yo recién
compartía que llegaba a la radio y me saludaba con Javier (que está en la
puerta), o con Pablo, Romina, Alejandro, a los que vi. “Hola, qué tal, cómo
están?”, y un abrazo, un saludo, un apretón de manos, una tarea por llevar
adelante.
Es un espacio y un tiempo determinados, que nos permiten reconocernos
compartiendo un mismo lugar. Es como una primera consideración, un estar en
un espacio común, en un lugar común. Es como el primer grado del encuentro.
El reconocimiento de que esto ocurre, acontece en un contexto al que
pertenecemos, y del cual ninguno de nosotros se siente dueño. Porque es algo
distinto de nosotros, de lo que allí nos encontramos.
Un segundo espacio, o un segundo grado del encuentro es el diálogo o la
conversación, donde entra en juego la palabra y el interés por el otro. Y
sus ideas, sus actividades, sus perspectivas y su preocupación. Es como una
dimensión un poquito más desarrollada de interacción.
Un tercer momento, o un tercer grado es la comunión. Es ya no solamente
tener una conciencia de lo propio y una conciencia, un poquito más
desarrollada de lo del otro, sino una comunión de reciprocidad, de
coincidencias afectivas. Finalmente de un amor que corre en el vínculo.
Verdaderamente allí es donde se produce el clímax, el lugar más alto del
encuentro, que no necesita de concatenaciones lógicas, que no se puede
explicar razonablemente. Pasa por la vivencialidad del mismo.
En la vivencia del encuentro recíproco en el amor se entiende el peso que
tiene el otro. Esto mismo, podemos decir, ocurre con Dios. Y a esto mismo es
lo que invita justamente hoy la Iglesia, en toda la Argentina, cuando llama
a la amistad social del diálogo. No es una estrategia solamente, aunque en
ello debe haber una estrategia. Es mucho más que una estrategia de
vinculación o recomposición de un tejido social. Es una experiencia de amor,
que nos permite reconocernos detrás de un mismo camino. Es, en este sentido,
el dejar de lado las posiciones egoístas, las miradas mezquinas, las
actitudes competentes. No porque haya que licuarlo todo detrás de un
igualdad que no respeta las singularidades, sino porque es justamente, a
partir de las singularidades que se encuentran bajo el signo del amor, donde
éstas se ven fortalecidas en algo que nos hace ser más que lo que vamos
siendo cuando nos quedamos clausurados, o encerrados en nosotros mismos.
Es eso que llamamos nosotros, que más que yo y que tú, es más que lo que me
parece o lo que te parece. Es más que mi posición o la tuya. Somos nosotros.
Este nosotros se construye sólo desde el Amor. Cuando el Padre atrae, como
dice hoy el Evangelio. Atrae para llevarnos a formar parte de una familia
que es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un nosotros que se comunica.
En realidad es, la comunicación interna del misterio de Dios, hacia adentro
de la Trinidad la que hace que ésta se exprese para con nosotros, en la
Creación y en la Redención, también en ese estilo de comunicación. Y
requiere de nosotros un camino a recorrer, que nos haga por el amor ir en
ese mismo sentido de identidad con Dios. Somos más parecidos a Dios cuando
amamos. Y el Padre nos atrae para parecernos a Él, o para asimilarnos a Él
desde la fuerza del amor.
Por eso Jesús va a dejar este como el gran camino, el de la caridad. El que
vive en la caridad, vive en Dios y su vida se renueva constantemente.
Siempre el encuentro se da en un contexto, parece una cosa obvia, pero es lo
que nos permite reconocernos siendo diversos frente a lo diverso. El camino
que sigue la fe o el camino de la fe, se da esta misma gradación. Un primer
lugar de encuentro es la persona de Jesús, Cristo.
Donde nos encontramos para vivir la fe en la caridad, es la persona de
Jesús, que es en la Palabra y en la ofrenda de sí mismo, se constituye un
lugar de referencia y de revelación para nosotros. Por eso decimos: ¡Qué
distinto que es vincularnos cuando nos encontramos en Jesús! Cuando el
contexto, el ambiente, el aire que se respira, la frecuencia en la que se
sintoniza, el vínculo en el que establecemos la relación, es la persona de
Jesús.
Claro, porque el contexto puede ser un lugar de trabajo, o un lugar
familiar. El contexto puede ser un lugar de diversión, de servicio, de
estudio. Pero estos contextos cuando están como abrazados por la persona de
Jesús, el momento del encuentro se transforma en un lugar de revelación. Y
la comunicación entre nosotros y con aquel que está en medio de nosotros, se
hace diálogo y respuesta, a una iniciativa suya que es absolutamente
amorosa, y que nos invita, básicamente a salir de nosotros mismos. Para que
en respuesta el encuentro, por la presencia del amor, se transforme en un
vínculo de comunión.
Claro cuando la persona de Jesús es la que nos convoca, Él en el convocarnos
nos revela su presencia y su misterio en medio de nosotros. Esta presencia y
misterio de Jesús en medio de nosotros, supone una comunicación, que sería
como el segundo grado del vínculo, donde damos respuesta a su iniciativa de
amor que es revelación. Cuando hablamos de revelación hablamos de novedad de
presencia. Un modo de estar de cara a la vida, en un modo y una forma
distinta.
Eso como iniciativa de Dios, espera de nosotros una respuesta. Cuando se
produce una respuesta a la invitación que Dios nos hace, en el lugar en el
que nos convoca, bajo el signo del amor, entonces comenzamos a comulgar unos
con otros.
Una expresión muy bella encontré ayer, mientras esperaba la catequesis,
siguiendo las enseñanzas de Benedicto XVI en Deus Caritas Est, “ciertamente
dice el Papa, el amor es éxtasis. Pero no en el sentido de arrebato
momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí
mismo hacia su liberación en la entrega de sí. Y precisamente de este modo,
hacia el reencuentro consigo mismo, más aun hacia el descubrimiento de
Dios”.
El amor, el verdadero amor, está diciendo el Papa, en definitiva, es el que
nos hace salir. Pero cuando es amor ágape, no eros, del cual el Papa hace
una hermosísima diferencia, una claridad impresionante. Este ágape que me
hace salir en éxtasis, se diferencia el eros, que me hace salir también en
éxtasis, pero de manera arrebatada, sin continuidad.
El ágape, el amor cristiano, que no excluye al eros, a la entrega de
corporeidad y cierta posesión del bien amado, el ágape, que me hace salir de
mí mismo de manera permanente, hace que yo vaya, no sólo al encuentro del
otro, sino que en el encuentro del otro yo me encuentre más a mí mismo. Y a
partir de allí, también me abra al encuentro con Dios.
Esto, en términos filosóficos es, el personalismo. Justamente, la teoría
personalista, filosófica-personalista, invitan a esto. A un proceso de
identidad a partir del encuentro con el otro que me revela una parte de lo
que complementa mi ser. Soy mientras soy con los demás. Es el encuentro
entre un yo y un tú que me hace un nosotros. Sin confusión. Con el respeto
de las individualidades. Y al mismo tiempo con la superación de las mismas
al partir del dato. Encontrarnos. Salir de nosotros mismos.
A lo largo de todo el mensaje pascual, Jesús lo que busca, justamente es,
esto. Romper con el cerrojo que los tiene ahí metidos porque tienen miedo.
Sacarlo de la búsqueda de la explicación de qué fue lo que pasó. Los
peregrinos de Emaús que caminan intentando entender y discutiendo por qué
ocurrieron las cosas que ocurrieron.
Sacarlos de la ceguera. De pensar que, aquel que estaba parado frente a la
tumba era el jardinero sin descubrir que era el mismo Jesús. Devolverles la
esperanza cuando los hace despertar en la mañana aquella después de la noche
infructuosa de pesca, a el tiempo nuevo que se inaugura con la aurora que
nace. Porque era allí, justamente, mientras el sol, se va abriendo camino,
cuando, ellos empiezan a descubrir que, el Señor es el que está esperándolo
con un pescadito, allí asándose.
Toda la gracia de la pascua, es hacerlos salir a los discípulos. Hacernos
salir de nosotros mismos. Ir al encuentro de…
Pero no para incomodar, sino para fortalecer la propia identidad, el propio
camino. Cuando me abro al encuentro con los otros, cuando soy con otros soy
más yo mismo. Y la verdad que el Señor es eso justamente lo que quiere.
Devolvernos la semejanza que hemos perdido por la fuerza del pecado. Nos
hizo a su imagen y semejanza. El pecado fue haciendo como desdibujar nuestro
parecernos a Dios. Como si fuéramos “guachitos”. Hijos vaya a saber de
quien. Y Dios que es su paternidad nos recoge, nos adopta y nos adopta por
la fuerza del amor.
Ha sido el amor el que ha permitido que nosotros, no solamente hayamos
aparecido en medio del mundo, con el signo de la vida, sino, con la fuerza
de la redención, nos hace recuperar el camino perdido. Ese amor, no
solamente puede ser iniciativa de Dios. Espera una respuesta. En la medida
en que ésta se da, se produce la comunión donde somos realmente nosotros
mismos. Lo que esta en juego en el evangelio de hoy es la comunión. El pan
de la vida que es Jesús.
El Señor dice; miren, para que se de esta posibilidad de comunión conmigo,
que soy el pan de la vida, ustedes deben abrirse a la fuerza de atracción
que tiene el Padre que ama, que los ama profundamente. Al punto de
entregarme a mí mismo. Y al punto, atraídos por ese amor, en libertad, y en
un proceso, en un camino, animarse a responderle a Dios en amor también. En
lo simple, en lo sencillo. Y a partir de allí, podremos decir que estamos en
comunión.
Es decir, que nos vamos pareciendo mutuamente. Que vamos siendo uno. Que nos
vamos asemejando al misterio de Dios que nos hizo según Él.
Nosotros perdimos esa condición. El amor de Dios, y la respuesta nuestra, a
ese amor, nos la devuelve. Un amor que está llamado a ser compromiso
concreto. Renovado. En nuestros gestos, en nuestra delicadeza, en nuestra
atención. En la liberación de todo resentimiento. En el esfuerzo por la
reconciliación. En el trabajar por la mutua comprensión. En animarme a ir
más allá de mi propio interés. En animarme a compartir el interés del otro.
Un amor que lo envuelve todo y que se hace sabiduría, camino y ciencia, dice
Teresita del niño Jesús. En este amor te invito a que vayamos compartiendo
este camino.
La fuerza del pecado es la que ha destruido el proyecto de Dios, o ha
querido intentarlo. De hecho lo ha logrado en la vida de cada uno de
nosotros. Sólo que esta presencia de iniquidad que destruye, que desarma,
que descompone, se reconstituye, se rearma, se recompone a partir de la
ofrenda y entrega del Padre, que por amor nos da al propio Hijo, que en la
cruz termina con aquella fuerza destructora de la iniquidad destructora del
pecado, y comienza como a rearmar la historia, desde la dinámica de amor y
de entrega.
Es justamente el grano de trigo que muere, el que comienza a multiplicar su
presencia de fruto de amor en el corazón de los que reciben su mensaje. Su
mensaje que no es otro que este. Déjense amar profundamente por mi que me
entrego por ustedes. La resistencia al Amor de Dios, la ofrece justamente,
la fuerza del pecado que habita en nosotros, que se niega a poder recomenzar
por un camino donde vayamos como, reconstruyendo aquello que nos hace vivir
en paz. En serenidad. En alegría.
Estamos como en la propia casa cuando nos dejamos querer y amamos.
Cualquiera sea la fuerza de ese amor compartido. En el trato con Dios en
respuesta a su llamada. También en el trato con los hermanos. Como también
respuesta a la llamada de Dios. Porque en este sentido, y claramente lo dice
nuestra fe bíblica, “el camino del amor no supone, desde el Nuevo Testamento
y la enseñanza de Jesús, una oposición entre Dios y el hermano. Quien dice
que ama a Dios y no ama a su hermano, está mintiendo. Quien verdaderamente
ama profundamente a sus hermanos, en el fondo, revela el misterio de Dios.
En este sentido hay que abrirnos a las experiencias de amor mucho más allá
de la confesión de la fe, culturalmente hablando.
Hay muchos hombres y mujeres de este tiempo, que verdaderamente ofrecen
ofrendas de su vida en amor y servicio a los hermanos, a los más pobres y
desposeídos, los desplazados. Como se dice, los que han perdido todo
contacto con la sociedad. A los que hay que ir incluyendo, sumando. Muchos
hacen por ellos, sin confesar ningún credo. Y al mismo tiempo, mientras van
haciendo su tarea, van revelando el misterio. Porque el misterio de
transformación de la humanidad pasa por este lugar. Por el lugar donde somos
invitados a reconocernos. A ser nosotros. Superando lo que nos separa, lo
que nos divide, enfrenta. Lo que ideológicamente no nos permite compartir un
mismo modo de perspectiva.
Qué sano que es descubrir personas que se sientan a conversar en la misma
mesa. Siendo distintos. Pensando diametralmente distinto, y aprenden como a
complementarse. Aprenden a sumar. Más que a diferenciar. Más que a dividir.
Ahí está el gran desafío. En la sociedad plural en la que vivimos. El gran
aporte que el cristianismo puede hacer, en el mundo plural, pasa por este
lugar de la caridad. Del amor que incluye, que suma, que respeta las
diferencias. A un amor que no tiene que primeramente pensar que su ejercicio
va a convencer a los otros, de un determinado credo, que se celebra de una
determinada forma.
Si aquello se alcanza, bendito sea Dios, que nos permite en la persona de
Jesús, terminar a todos por reconocer, su misterio ofrecido para con todos
en toda la riqueza que supone en el camino de la trascendencia, en el camino
del vínculo fraterno. En el camino de la oración. En el camino de la
recuperación de la dignidad en el lugar más increíble, somos hijos de Dios.
Pero si a ello no llegáramos, posiblemente sea el gran servicio, creo yo
que, en la pluralidad de la gran cultura en la que nos movemos hoy, el
ejercicio de la caridad, en Dios y desde Él. Hasta entregar la vida. Hasta
dar lo último que tenemos.
Por allí nosotros hemos como abordado el proceso de evangelización del
mundo, desde el dar sólo a conocer el misterio de Jesús. Y entendemos por
dar a conocer, adoctrinar. Y a veces de manera impositiva. Sin descubrir que
la tarea de la evangelización supone antes que una ética, como bien lo dice
el Papa en Deus Caritas Est “un encuentro en el amor”.
Y para que alguien te hable del amor tiene que mostrártelo con gestos, antes
que con palabras. Con presencias significativas, más que con grandes
discursos. Por eso, mejor me callo y que hable la música.