Juan 10, 22-30:
Divino Pastoreo, comunión de vidaAutor: Padre Javier Soteras
Con permiso de Radio María, Argentina
Juan 10, 22 - 30
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: “¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente”. Jesús les respondió: “Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.
Reflexión
En el mensaje que hoy el Señor nos regala nos invita a
asumir nuestra responsabilidad de liderazgo, de conducción, de
acompañamiento de las personas que Dios nos confía en distintos ámbitos.
Amigos, compañeros de trabajo, compañeros de estudio, hijos, hijas, a veces
también cuando los hijos tienen la responsabilidad de acompañar a sus padres
por su situación de fragilidad en la salud, todo lo que tiene que ver con el
pastoreo, sobretodo si vos sos un agente pastoral en la catequesis o tenés
un servicio de caridad en alguna obra que Dios te confía, aquél al que Dios
puso bajo tu cuidado.
Hoy la catequesis va a estar orientada sobre esto, y
algunos rasgos muy interesantes que refleja San Ignacio de Antioquia cuando
habla de pastoreo y de cuál es la disposición interior que debe tener quien
ejerce este rol, este servicio dentro de la comunidad. Que nos llegue a
todos esa invitación y que podamos encontrar verdaderamente el lugar que
Dios nos pide que tengamos desde el pastoreo que nos confía.
Una vez más, y de manera parabólica, Jesús sale al
encuentro de sus interlocutores quienes cuestionan su lugar dentro de la
comunidad de Israel como maestro, pidiéndole y exigiéndole que les
manifieste su mesianismo.
Él revela esta condición suya en
clave muy simple, muy sencilla, en aquella que en la sencillez le da
autoridad al que la ejerce. El pastoreo que habla también y que se
referencia sin duda a la figura de David, pero ahora resalta la comunión de
vida que hay entre el Padre y El e invita a dos disposiciones fundamentales
para poder nosotros participar de esa comunión de vida: el conocimiento del
Pastor y la escucha de su voz. Jesús se identifica con Dios a tal punto que
dice “el Padre y yo somos uno”.
El Cristo, el Mesías, revelado en la
persona de Jesús de Nazaret, llama a este lugar de comunión desde el
ejercicio de la caridad que, como lo compartíamos ayer, se expresa en ese
“conocer”. “Yo conozco al Padre y el Padre
me conoce a mí, yo conozco a mis ovejas, ellas me conocen, yo las llamo por
su nombre, ellas me responden”; es
este conocimiento que brota de la caridad. Es la caridad una ciencia que
permite ahondar la vida de los demás y la propia vida a fondo, hasta lo
profundo, y desde este lugar el ejerce un buen pastoreo, una buena
conducción, un buen liderazgo.
Un liderazgo, un pastoreo y una conducción que están
marcadas por este signo, el de la caridad. Y entre este estilo de Jesús y
aquel que ejercen quienes tienen la autoridad en ese tiempo hay una
grandísima diferencia. El habla como quien tiene autoridad, decían quienes
lo escuchaban y la autoridad nacía justamente entre la coherencia de su
discurso y el ejercicio del mismo en la caridad, particularmente para con
los desposeídos de su tiempo. Jesús vive en y desde la fuerza del amor el
misterio del Padre que lo pone en contacto con todos, sin excluir a nadie,
pero particularmente con los más pobres.
El está dispuesto a dar la vida por las ovejas en el
momento del peligro, el las conoce y es conocido por ellas. “Yo soy el Buen
Pastor que conozco a las mías, las mías me conocen a mí, igual que el Padre
me conoce y yo conozco al Padre”. El conocimiento en el amor es el que lo
lleva a Jesús a querer entregarlo todo, a querer entregar la propia vida.
Este es un camino que se nos abre a nosotros hacia
adelante. Cuando encontramos obstáculos frente al mandato, la invitación, la
llamada que Dios nos hace de hacernos cargo y acompañar el proceso de
formación y crecimiento de la vida de otras personas ya sea en el vínculo de
amistad, sea en el vínculo pastoral en el ejercicio de nuestro pastoreo por
ser agentes pastorales en la caridad, en la catequesis, en el ministerio de
la liturgia, sea porque ejercemos un rol docente y tenemos a nuestro cargo
jóvenes, alumnos, niños, adultos también que se forman y Dios nos pide que
ejerzamos sobre ellos la presencia de El, el que forma, el que da forma a la
vida de los demás.
Desde este lugar nuestro, el que nos toca, por ejemplo a
mí todas las mañanas con ustedes, Dios nos invita a asumir los rasgos de
buen pastor. Y te compartía al comienzo de nuestro encuentro, he encontrado
un texto muy bonito que es el que vamos a seguir en la mañana de hoy que es
de San Ignacio de Antioquia: “Desempeña el cargo que ocupas con toda
diligencia, de cuerpo y espíritu”, comienza este texto a abrirse camino en
una llamada a desarrollar la gracia pastoral que recibimos el día del
bautismo y ejercerla en aquél lugar donde como educadores, formadores, en
uno o en otro sentido somos llamados a hacer presente, desde un liderazgo al
estilo de Jesús, marcado por la caridad y por el servicio.
Vamos a ir viendo los distintos
rasgos que San Ignacio de Antioquia, padre de la iglesia, hace mucho tiempo
escribía llamando al pastoreo según el
estilo de Jesús.
Este acompañar en el camino que Dios nos hace a nosotros
descubriéndonos su amor cercano, su amor familiar, su amor comprometido con
la historia nuestra de ayer, con la que hoy queremos construir, con los
sueños que tenemos para mañana, es un regalo que nos hace para compartirlo
con otros.
Descubrir esta presencia de Dios amigo, cercano,
compañero de camino, pastor que guía, que sostiene, que alienta, que
acompaña, que cura, que abraza y que consuela, es para que nosotros podamos
igualmente desarrollar ese don, esa gracia, entre nuestro amigos, con
nuestros vecinos, con nuestros compañeros, en el lugar de trabajo, allí
donde Dios nos pone como luz para que ilumine a los demás, donde nos invita
a ser sal, fermento en la masa, donde nos llama a ponerle sabor a la vida, y
¿cómo hacerlo?, ¿cómo desarrollar este don?, ¿a qué hay que atenerse y que
es lo que hay que tener en cuenta?
San Ignacio de Antioquia hace mucho tiempo escribía al
respecto de esto y nos invita, desde hermoso texto, a asumir nosotros
actitudes que colaboren, favorezcan el desarrollo de este don que ha puesto
el Señor en nuestro corazón y que quiere hacerlo extensivo a los demás:
“Preocúpate de la unidad, no existe nada mejor que ella”. Aquello de Jesús:
“Que sean uno”, y que en la unidad podamos construir el verdadero rostro de
Dios para que el mundo crea. Para que el mundo crea Dios nos invita a
trabajar y a luchar por la unidad. Ayer a la tarde tuve un hermoso encuentro
ocasional con los hermanos focolares que están desarrollando un espacio
bello en “La Casa”, la casa urbana.
Tenemos dos casas nosotros en el fin de semana, la casa
del sábado donde compartimos y reencontramos todos los caminos recorridos
durante la semana, y “La casa de campo”, el domingo, a donde vamos a
disfrutar de la naturaleza y viajamos con Anabel y con Juanjo para poder,
estando en casa, en la casa de la ciudad, en la casa del pueblo, recoger lo
vivido en los cinco primeros días y después en la casa de campo como para
distendernos.
En la casa urbana, digámoslo así, en la casa del sábado,
nuestros hermanos focolares tienen un espacio que yo les decía, cuando
armábamos esta parte de la producción de la radio, tiene que ser como el
hogar a leña de la casa, esto tan típicamente focolar, ese fuego que
congrega. Y con ellos hablábamos ayer, ellos que tienen este carisma de la
unidad, del valor y del sentido de la unidad, particularmente en este tiempo
que estamos viviendo en nuestra patria, como luchar por ella.
Me lo decía también Ismael, quien acompaña desde el
servicio voluntario de Radio María en la gestión, el desarrollo de distintas
Radios Marías en América Latina desde aquí, desde Argentina, que cuánto hay
que trabajar en este sentido para que nuestras radios verdaderamente puedan
llevar adelante su mensaje, su tarea, su rol de evangelizadoras. Y la verdad
sea dicha que la intuición en el espíritu que Chiara Ludvic recibió fue
grande en este sentido y cuánto tenemos que orar en estos días por la visita
de Benedicto XVI a EEUU donde la Iglesia está sufriendo embates duros desde
dentro de ella misma y cuestionada profundamente, a veces por mucha razón
por la sociedad estadounidense ante escándalos que necesitan una corrección
honda, profunda, en su interior.
Luchar por la unidad y trabajar por
ella supone a veces esto de corregir, alentar, consolar, perdonar,
arrepentirse y comenzar de nuevo.
“Preocúpate de la unidad, no existe nada mejor que ella”,
es un regalo grande que Dios nos ha hecho y es lo que
habla en la diversidad del misterio de Dios del rostro completo de Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo. También Ignacio de Antioquia llamaba a “llevarlos
a todos sobre sí como el Señor te lleva a ti”.
Llevar a todos sobre tus brazos, como el Señor te lleva
sobre sus brazos. Hay un texto bello en la Palabra, hay una cita comparativa
de Juan 14 que creo se refiere a Deuteronomio que dice algo así: “acuérdate
del que te tomó entre sus brazos y te conduzco por el desierto”.
Cuando el pueblo va perdiendo referencias del rostro de
Dios en el desierto, las referencias cambian, igual que en el exilio, Dios
invita al pueblo a recordarse a sí mismo que el fue tomado por los brazos de
Dios y que Dios lo conduzco, y decía el padre Walter Gómez, un hermano
sacerdote de Córdoba, nos recordaba ayer en la reflexión aquella hermosa
historia de Juan XXIII cuando lo subían a la silla gestatoria, cosa que ya
no está mas, antes al papa en vez de llevarlo en el papamóvil lo llevaban en
una silla que se llama silla gestatoria y lo hacían caminar por los
distintos lugares entre el pueblo.
Decía el “la silla gestatoria más hermosa donde fui
llevado, mejor que en ésta, decía con esa sencillez que lo caracterizaba,
fue cuando tenía ocho años e hice la Primera comunión. Para ir a comulgar
por primera vez yo tuve que recorrer hasta la capilla donde recibía por
primera vez a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar ocho kilómetros
porque vivíamos en el campo y la capilla del pueblo se encontraba a ocho
kilómetros.
A la vuelta yo estaba muy cansado y me trajo mi padre en
sus brazos, y la verdad es que el recuerdo de aquél gesto de amor por parte
de mi padre lo llevo por siempre en mi corazón”. Qué lindo, con qué
sencillez y profundidad Juan XXIII nos dice esto que San Ignacio de
Antioquia y la Palabra en el libro del Deuteronomio nos invita a recordar
que fuimos llevados por los brazos del Padre y que eso mismo tenemos que
hacer con los demás.
También Ignacio de Antioquia, en el ejercicio de la
caridad pastoral invita a soportarnos a todos con espíritu de caridad, que
es más que la tolerancia, es más que el respeto de las diferencias, es la
caridad la que nos permite llevarnos mutuamente, soportar, que no es
aguantársela, apretar los dientes, sino verdaderamente ser soporte, es decir
quien le pone el hombro al otro, no el soportar como quien marca un límite,
sino soportar asumiendo al otro con la diferencia que el otro tiene y se
deja asumir por el otro en las diferencias que uno tiene.
“Dedícate sin pausa a la oración
en el ejercicio de la tarea pastoral”. “Velen,
decía Jesús, recen insistentemente”.
“El espíritu está cerca,
decía Pablo, pero la carne es frágil”.
Es importante en el camino de acompañamiento de otras personas el
desarrollar la gracia de la inteligencia en el discernimiento para poder
verdaderamente adelantarnos y ver por donde van los caminos, y así, si yerra
alguno de los que Dios nos confía poder indicarle la vuelta al camino
correcto.
“Pide mayor inteligencia de la
que ya tienes en discernimiento y permanece alerta con espíritu que
desconoce el sueño”,
que no se duerme en los laureles, que no se dice a sí mismo “descansa alma
mía porque ya tienes de todo” sino que está siempre en tensión hacia, que es
distinto que vivir estresado, es distinto a vivir enchufado a 220w como a
veces nos pasa. Es vivir como una cuerda de guitarra, tensa para que suene
con el tono que tiene que sonar.
Cuando la cuerda de la guitarra no está tensa en el justo
lugar, desafina, así también en la propia vida, la falta de tensión, o la
tensión de más o de menos, hace que nosotros desafinemos en el ponerle
verdaderamente música a la vida, y cuando esta música tiene que ser ofrecida
a los demás es bueno que el corazón esté bien calibrado, que esté bien
afinado. Esto supone una actitud de escucha al otro, atenta, con un corazón
inteligente y al mismo tiempo una escucha profunda al misterio de Dios en la
vida del otro y en el propio corazón.
“Habla a los hombres del pueblo
al estilo de Dios”, ¿y cómo habla Dios a
los hombres? Dios habla con el lenguaje materno que es el lenguaje de la
caridad, este es el lenguaje al que Jesús se refiere en estos días cuando
dice: “Mis ovejas escuchan mi voz”,
porque tiene la capacidad de hacerse entender desde las parábolas, con
ejemplos sencillos, pero por sobre todas las cosas con la contundencia que
tiene el lenguaje cuando está impregnado del mensaje de la caridad.
“Habla a los hombres del pueblo
al estilo de Dios”,
es decir “háblales con caridad, carga sobre ti como perfecto atleta las
enfermedades de todos”, este modo de no despreocuparnos de los otros, de
ocuparnos particularmente de los demás. Todo el ejercicio de la tarea
pastoral, del acompañamiento de los que Dios nos confía se sintetizan en
este lugar donde Dios verdaderamente le da forma a nuestro servicio, es la
caridad, es el amor que todo lo impregna y lo transforma desde nosotros en
servicio a los demás.
El que tiene la gracia del acompañamiento a los demás
desde el lugar que le toca servir como educador, educadora, en el lugar
donde le toca hacer de padre, de madre, de compañero de camino de otro que
lo necesita en el peregrinar, sabe que no todas las heridas se curan con el
mismo remedio y en este sentido Ignacio de Antioquia decía “no todas las
heridas se curan con el mismo emplasto”, uno tiene que saber como conviene
expresar lo que hay que expresar o callar cuando hay que callar o abrazar
cuando hay que abrazar o poner una mano sobre el hombro cuando es necesario,
o sencillamente contemplar el dolor del otro y recibirlo en su llanto
sabiendo que es el silencio, no ese silencio del que se mantiene distante
sino del silencio del que verdaderamente recibe, silencio acogedor con el
que los hermanos más dolidos necesitan ser bienvenidos a nuestro corazón.
No toda herida se cura de la misma manera, no hay recetas
para la vida sino que hay caminos en la vida y son tan diversos para cada
uno que la sabiduría del que acompaña está en saber por donde tiene que ir
el hermano, aprender a esperar a que pueda encontrar el camino aún cuando
uno lo haya visto antes, cuando uno ha tenido la gracia de poder descubrir
por donde Dios conduce a la persona, hay que saber que es cada uno el que
tiene que ir aprendiendo a descubrir ese sendero.
Esto supone una actitud, como dice Ignacio de Antioquia,
de prudencia, como la serpiente y al mismo tiempo de mucha sencillez, como
la paloma. Bíblicamente “se prudente como la serpiente y se también muy
simple como es simple una paloma”. Esto siempre buscando alcanzarlo a Dios
en el ejercicio pastoral, en la tarea pastoral, no como una estrategia, no
como el ejercicio de un mandato profesional sino como quien hace lo que hace
sabiendo que lo que hace lo hace para que Dios se manifieste a partir de ese
quehacer y sea Él el piloto que maneja los vientos y quien navega sobre la
vida propia de los demás ayudándonos a soportar las tormentas y poniéndonos
en el corazón el anhelo de alcanzar pronto el puerto, el destino.
La sobriedad, como si fuera uno un atleta, como dice San
Ignacio de Antioquia, para que la vida alcance perspectivas de más allá, de
eternidad. Es justamente en el ejercicio de la sobriedad donde se nota que
ningún bien de todos los que podamos poseer aquí se parece en algo al gran
tesoro que Dios nos tiene reservado en la eternidad y justamente a quien
guía lo que le toca es acercar la eternidad. Porque ¿acompañamos hacia
donde?, ¿guiamos hacia dónde? Guiamos hacia la vida eterna, a la vida para
siempre ya acá en la tierra, por eso, cuando uno conoce el fin, conoce el
hacia donde puede articular, en el proceso educativo, todos los instrumentos
que hacen falta para alcanzar aquello que está puesto en el horizonte como
fin.
Cuando al fin lo acercamos más, lo ponemos más a la mano,
facilitamos a que la persona pueda administrar todos los recursos que tiene
para llegar a ese lugar y en este sentido el educador, pastor, la educadora,
pastora, el papa, la mamá, el amigo, la compañera de camino que hace las
veces de pastor, el catequista, la catequista, el sacerdote, la religiosa,
el comunicador social que tiene un don del anuncio, tienen que buscar los
modos de permanentemente estar como referenciándolo todo eso que contempla
como a la parte de atrás del escenario de la vida, el telón de fondo, es el
cielo, es la eternidad. Los hombres y las mujeres de hoy necesitan que
alguien les acerque un poquito el cielo, un poquito mucho digamos ¿no?, y un
cielo que no sea el paraíso en la tierra como lo ofrece el consumismo en su
voracidad y que nos llama al placer como si fuera la última palabra con la
cuál el hombre encuentra la felicidad.
Si fuera así poco tendría que ver con esa propuesta del
anuncio de la felicidad en las bienaventuranzas que hace Jesús “Felices los
que lloran, los que están tristes, felices los perseguidos, los que trabajan
por la justicia, cuando son insultados, agraviados”. No es el placer la
felicidad. Tampoco la felicidad está reñida del placer, no es que para ser
feliz hay que sufrir pero la verdad sea dicha que aún en medio del
sufrimiento la felicidad es posible y la verdadera felicidad tiene momentos
de placer que permite justamente continuar el camino en medio de la lucha de
lo cotidiano, de lo de todos los días, que resulta muy duro a veces.
Un verdadero educador, pastor, sacerdote, religioso,
catequista, mamá, papá, amigo, compañero de trabajo, vecino, ese don de
pastoreo ejercido en cualquier ámbito, supone un contacto con lo eterno, con
el cielo como telón de fondo de la vida, como lugar que hay que alcanzar y
en la medida que lo hagamos más cerquita lo pongamos más comprensible, a la
mano de los demás, sobretodo con el testimonio de la caridad, con el
ejercicio del amor fraterno, más accesibles se hacen los caminos para
alcanzar la meta y se encuentran más caminos de los que a veces encontramos
cuando hemos perdido el horizonte del cielo del telón de fondo del escenario
de la vida.
Justamente decimos que lo acercamos cuando ejercemos la
caridad, será eso, será amor. “Sólo será amor” dice San Pablo, “todo lo
demás va a desaparecer”, sólo va a quedar el amor. Por eso en el ejercicio
de la caridad, de la vida entregada al amor, el cielo se pone más cerca.
Cuando Jesús dice quienes son los que van a llegar al
cielo, son aquellos que ejercieron la caridad. Al final de la vida, dice San
Juan de la Cruz, seremos juzgados sólo en el amor. Nuestra vida se va a
pesar en la balanza de la caridad. Si tiene peso la caridad que hemos
ejercido entonces participaremos verdaderamente del banquete, vamos a ser
pesado en la balanza de la caridad.
En la balanza de la caridad se va a decir cuánto peso
específico ha tenido nuestra vida, cuánto valor, cuánto sentido. El que
tiene la gracia pastoral ejercida en cualquiera de los ámbitos de la vida
tiene esta responsabilidad de buscar el cielo, vivir la caridad y acercarla
a los demás como telón de fondo. Cuando el amor está instalado en el centro
de la vida de las personas los caminos se abren. Perdemos camino, y perdemos
horizonte cuando nos falta el amor. Ser sobrio es vivir en conexión con el
amor.