Oro, incienso y mirra

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

 

“Y cuando vieron la estrella se regocijaron en gran manera. Y entrando en la casa, hallaron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; y abiertos sus tesoros, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra”

¿Quién ha dicho que los reyes magos ofrecieron sus dones, se volvieron por el mismo camino a sus reinos y dejaron de existir?

Hoy, como entonces, siguen vivos. Eternamente cabalgantes y errantes. Melchor, Gaspar y Baltasar somos tú y yo. Su cortejo sigue desfilando, en el tiempo y en el espacio,  en los hombres y mujeres que son capaces de salir de sí mismos y reconocer el señorío de Jesús.

Hoy, como entonces, son agradecidos. Doblan ante la cuna su rodilla con las nuestras; sin nostalgia de sus palacios ni de sus castillos  agradecen a Dios su presencia y su poder, su realeza y su grandeza.

Hoy, como entonces, son reyes ante el gran Rey. Son conscientes de que todo el oro del mundo no vale lo que vale Dios cuando ocupa el corazón del que lo busca. Saben que el incienso es una atmósfera que se crea en todo aquel que con su silencio o con sus palabras reverencia al que es Niño y Dios.

Hoy, como entonces, los reyes magos siguen preguntando en muchos de nosotros: “¿dónde está el rey de los judíos porque hemos visto esa estrella….?”. Pero, al contrario de los tres regios, a veces nos quedamos embelesados y petrificados, a las puertas de los torreones y almenas de los nuevos Herodes; el consumismo y el bienestar, la comodidad y la secularización, el pragmatismo etc.,…son los nuevos herodianos que matan, disimulan, desvirtúan, acobardan y desorientan cualquier conato de reverencia y de adoración a Dios.

Hoy, como entonces, los reyes magos son puntuales a su cita. Se convierten sin temor ni vergüenza en vasallos y adoradores de aquel que  será rey de reyes. Lo adoran y ponen ante su fragilidad el oro de su realeza, el incienso de su deidad y la mirra de su humanidad.  

Dejemos ante Jesús, junto con estos tres regios personajes, lo más valioso que tenemos cada uno de nosotros escondido:

El corazón es un gran cofre donde guardamos el oro de nuestro agradecimiento. Vayamos y seamos agradecidos con un Dios que comparte nuestra humanidad.

El corazón es un gran incensario donde quemamos y elevamos a Dios el incienso de nuestra fe. Donde confiamos los secretos de nuestra vida a ese Dios que, de antemano, se la sabe toda.

El corazón es un gran árbol desde el que se desprende la mirra de nuestra debilidad; amamos y odiamos, cantamos y lloramos, trabajamos y nos cansamos, creemos y dudamos. Pero intuímos que, aún siendo caducos y limitados, Dios hace grande y fuerte la humanidad que se postra ante El.  

Todos, en este día de Epifanía, podemos y debemos de manifestar privada y públicamente que la Navidad sigue siendo un punto de referencia en nuestra vida cristiana. Que Dios ha montado un “campamento” durante estos días para – a través de Jesús- ser un acampado más entre nosotros y darnos a conocer su mensaje y lo que nos espera en el cielo.

Hoy, aquellos tres personajes, siguen cabalgando y preguntando en cada uno de los que peregrinamos con fe y esperanza y en aquellos buscamos la presencia de Dios en medio del mundo.

Hoy, Melchor, Gaspar y Baltasar, siguen oteando lo más alto del cielo buscando una estrella en aquellos que no se contentan simplemente con lo que ocurre y acontece en la tierra y buscan del cielo respuestas.

Hoy, aquellos tres reyes magos de oriente, se arrojan de bruces sin reparo ante el rey de reyes cuando nosotros buscamos sin excusa alguna lo que mueve, sana , da vida a  nuestros corazones y modela nuestras entrañas: JESUS

Hoy, Melchor, Gaspar y Baltasar, siguen ofreciendo a Dios sus dones en la medida que otros tantos de nosotros (millones de creyentes en el mundo) ofrecemos a Dios lo poco o lo mucho que tenemos. Lo de menos es la cantidad.

Gracias, Reyes Magos, nos enseñáis que Dios sigue manifestándose vivo y eternamente joven a un mundo con claros síntomas de arrinconamiento de la Fe.  

Gracias, Reyes Magos, porque Dios sigue hablando en millones de corazones, de pueblos y ciudades, de países y de continentes que fijándose en los destellos de la estrella, la siguieron y dieron con Jesús.  

Gracias, Reyes Magos, porque nos hacéis comprender que todos somos un poco  esos tres sagrados dones: oro (porque somos reyes desde nuestro bautismo), incienso (porque ofrecemos a Dios palabras y obras como el mejor perfume) y mirra porque sabemos..¡ya lo creo que lo sabemos! que nos esperan horas de fracaso, de prueba y horas en que cerraremos los ojos a este mundo pero con la satisfacción de haber encontrado en Belén y en el pesebre a un Dios humanado.