Operación triunfo Pascual: no es cuestión de números

Autor: Padre Javier Leoz

 


“No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21.35)


"Padre misericordioso, que todos los creyentes tengan el valor de perdonarse los unos a los otros para que puedan curarse las heridas del pasado y no sirvan de pretexto para nuevos sufrimientos en el presente" (Juan Pablo II en los altos del Golán 2001)

a culpa empequeñece y oscurece los más nobles sentimientos de aquellos que nos decimos cristianos. Pedir perdón en el contexto social en que nos encontramos, a más de uno, le puede resultar signo de debilidad. En cambio para un creyente es un claro exponente de la riqueza de su fe: “Errar es humano...perdonar es divino” (William B.Pope).

Cuando jugamos a ser “dioses” llegamos a creer que son los demás los que se equivocan y que, por lo tanto, tendrían que ser ellos los que busquen razones para recuperar el amigo perdido. En cambio, cuando nos miramos en el espejo de la Fe, llegamos a comprender que no hay obstáculo insalvable ni entendimiento imposible. Que aquí, excepto DIOS, nadie es infalible como para no ir al encuentro del otro. Que merece la pena intentarlo de nuevo. Que es positivo descargar de nuestro interior el virus de la amargura y la bacteria del rencor.
En la medida que damos DIOS derramará sobre nosotros, y con creces, otro tanto. El metro de DIOS para con nosotros no tienen principio ni fin. El nuestro, para con los demás, comienza en el centímetro “0” y termina según como y quién sea el ofendido o el agresor.

ara utilizar nuestra métrica perdonadora no valen las excusas y las medias tintas. Tampoco sirve el poner por medio al DIOS MISERICORDIOSO que salga al paso de nuestras pequeñas justificaciones. Tampoco vale el concluir. “ya perdoné una vez” y sí el ser conscientes que nos falta un mucho para llegar a esa cota de perdón universal y sin límites del que nos habla Jesús. A utilizar con amplitud de miras el “metro” de nuestro perdón.
La Semana Santa próxima ,llena de Palabras y de símbolos, será mejor celebrada en cuanto seamos capaces de quitar peso a la gran mochila que llevamos puesta en nuestra espalda:
-El rencor y el resentimiento por las ofensas que (injusta o injustamente) hemos recibido.
-La violencia que desata nuestra incapacidad de olvido ante las afrentas.
-El desazón que produce los desgarros de amistades truncadas a tiempo y destiempo.
-La soledad del corazón creada por ausencias que en nuestra vida eran importantes pero, que por falta de entendimiento u orgullo, ya no están a nuestro lado.

Es bueno, conveniente y sano perdonar. Y no solamente a los demás; también a “nosotros mismos” por aquellas cosas por las que luchamos y por las que dejamos abundancia de sufrimiento por el camino. Pero sobre todo por aquellas situaciones que luego no resultaron ser como nosotros pensábamos. En ese sentido....también nosotros necesitamos utilizar, con nosotros mismos, un poco de misericordia y comprensión.
Si algo bueno tiene el perdón (camino difícil y para muchos de nosotros desconocido) es que nos libera del pasado y nos abre multitud de puertas y de ventanas al hoy. Una de ellas.....aquella que nos conduce al conocimiento pleno de Jesús y de su vida.

Culpar y sentirse culpables son actitudes igualmente peligrosas y destructivas. Echarle la culpa al destino, a los demás, o a nosotros mismos, es evadir el meollo del asunto, que consiste en tomar medidas para resolver el problema. Nuestra opción en la vida es seguir adelante y vivir el presente o encadenarnos a rencores y amarguras del pasado.


HACER UNA DECLARACIÓN DE PERDÓN ES LA CLAVE DE NUESTRA FE Y DE TODA
FELICIDAD