María: un trampolín para Dios

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

En cierta ocasión se juntaron un grupo de científicos para analizar la belleza y la pureza de una excepcional seda enriquecida con diversos oros. Vinieron desde continentes distintos,  desde países lejanos en culturas, tradiciones y formas de vida.

Una vez que se pusieron manos a la obra habrían de definir entre todos “aquel misterio” tan extraordinario que guardaba aquel tejido: estaba resplandeciente como en el momento de su confección, limpio como en sus primeros días, sin fisuras y perfecto en sus colores y líneas.

Después de muchas disquisiciones, todos y por unanimidad, llegaron a la conclusión que la construcción del bordado, debido a su calidad y a su oro, inexplicablemente había resistido al paso de los siglos: era algo sencillamente extraordinario tan único en su género que hubiera parecido ser tejido y bordado por las manos del mismo Dios.

 

Hoy es la fiesta de la Inmaculada Concepción.

María es ese bordado que escapa a toda racionalidad humana. Antes y después sigue siendo una criatura tan limpia porque, el mismo Dios, la dejó y la quiso intacta, resplandeciente, pura y bella.

María, en su Inmaculada Concepción, es aquella mujer privilegiada cuyo “SI” en Nazaret sigue resonando con emoción e intensidad: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 2)

María es aquella joya que lejos de ser estudiada por la ciencia (que todo lo racionaliza y lo enfría) se nos presenta abierta en cuerpo y alma a lo que siempre es un posible para Dios: “Has encontrado Gracia ante El

María es aquella que escucha y atiende, oye y practica dejando que gima en su interior el nuevo rostro de Dios.

María es aquella seda que tira, y nunca se rompe, hacia el espíritu de la navidad. Nos empuja hacia ese Jesús que se hará presente en la noche más dichosa y esperada del año

María es aquel bordado pensado y meditado por Dios desde hace muchos siglos en cuyo bastidor aparecen desde el principio, y para que no exista confusión,  las iniciales de Jesús.

María es aquel resultado final donde resplandece el auténtico sentido de la Navidad: Dios se hace hombre en el seno virginal de una nazarena

María es la sencillez encarnada. Es el clamor popular y los impulsos del corazón quien nos hace gritar a los cuatro vientos que no hay nada parecido a esta mujer que, aún viviendo  un tiempo en la tierra, sigue brillando y destellando en lo más alto del cielo.

María, en su pureza, pone al descubierto esas otras coordenadas de corrupción y de desencanto, de lodos y de hipocresías, de soberbias y de humillaciones, de muertes y de esclavitudes que nos rodean y hasta nos confunden.  

Todos hemos sido testigos en varias ocasiones como los atletas de natación, antes de zambullirse en el agua, cogen fuerza e impulso en el trampolín. A mí se me ocurre que así es María: un trampolín donde Dios se hizo hombre como nosotros. Donde el hombre coge altura para llegar a Dios. Donde Cristo se hace  nuestra humanidad para bajar hasta el mismo hondón donde nos encontramos.

¡Bendita la Navidad que llega!. La necesitamos para calmar aguas, oleajes y hasta aquellas tormentas que nos impiden vivir con la misma tesitura  y la misma felicidad con que lo hizo María.

Adviento: es vivir, con la Madre, la llegada del Hijo