Mar adentro

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

¿Quién no conoce parte de la conocida canción: “sólo le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente”?. En este domingo, donde Manos Unidas tiende la mano en nombre de tantos hambrientos, estamos llamados a no echarnos atrás en ese compromiso para que futuro, el hambre y las carencias de muchos de nuestros hermanos….no nos sean indiferentes. Aún pudiendo pensar que “nuestro grano de arena” sirve de poco o de nada….lanzaremos de nuevo las redes de nuestra generosidad sin límites y con fines concretos: el amor hacia el otro. 

¡Mar adentro!..,nos urge el Señor. Cuesta hacerse y mover, un día sí y otro también, los remos de esta gran barca en la que navegamos tantos y tantos cristianos al soplo de la fe: la Iglesia.

El cansancio como falta de energía puede ser una sensación que muchos podemos llegar a sentir en ese afán de haber estado (y seguimos en ello) al pie del cañón para que las Palabras de Jesús sigan resonando con fuerza en este mundo nuestro que nos toca vivir y que hace oídos sordos a todo lo que suene a Dios.

¡Mar adentro!.., nos dice el Señor. Da pereza embarcarse de nuevo. Parece como si “la hora de Dios” hace tiempo que hubiera pasado o que se hubiera quedado muerta o retenida en generaciones pretéritas que creyeron y predicaron su nombre. “¡Apártate de mí que soy un pobre pecador”, gritó Pedro a Jesús!. Nosotros, robando un poco de esa sinceridad de Pedro también podríamos exclamar; ¡déjame Señor y mira en otra dirección!. ¡Si a duras penas puedo con lo que hago y tengo! ¡no me exijas más!. ¡No me compliques la vida más, Señor!.

Nos hace falta una buena dosis de entusiasmo en nuestra labor evangelizadora. Para conseguirlo es bueno acudir a ese Dios ( por el que nos movemos, planificamos, trabajamos, pensamos, nos reunimos y hablamos) y pedirle que el mañana de la iglesia no viva de espaldas al futuro del mundo. Que el hombre, y todo lo que acontece en él, no nos sea indiferente. 

Es conveniente, de vez en cuando por lo menos, bucear en las profundidades de ese océano inmenso que son nuestras comunidades cristianas, nuestros pueblos y ciudades, parroquias e iniciativas pastorales, comunidades religiosas, nuestros trabajos…y concluir que es Dios quien en definitiva va moviendo los hilos y sugiriendo respuestas.

¡Mar adentro!...,nos interpela Jesús. Aún en medio de incomprensiones es bueno ponerse delante de El para medir fuerzas y llegar a la conclusión que todo viene de El y hacia El se encamina. Cada vez que se acerca la festividad de Santo Tomás de Aquino me gusta saborear una reflexión suya: “más he aprendido rezando ante un crucifijo que de los libros”. Ante Dios, ciertamente, se disipan nuestros temores o por lo menos sacamos fuerzas para enfrentarnos a ellos. No hace mucho tiempo que a una comunidad religiosa que tengo en mi parroquia, y ante la escasez de vocaciones, les sugería lo siguiente: “es conveniente rezar para que Dios asegure el futuro de nuestras parroquias…de nuestra iglesia…de nuestras congregaciones; pero también es bueno alcanzar la serenidad situándonos delante de su presencia y hablándole con sinceridad: Señor te recuerdo (te recordamos) que este tinglado es tuyo. Que yo me voy y que, en cambio, Tú permaneces eternamente”.

Todos tenemos una hora y un momento histórico en el que Dios nos llama. Me gusta pensar que Dios, en esta etapa tan crucial y tan llena de astillas para la fe que estamos viviendo apasionadamente, también pensó en un rostro y confió en unas fuerzas limitadas pero generosamente ofrecidas: tú y yo..,la tuya y la mía.

Ante tanto mar profundo, y teniendo como fiador y garantía a Jesús, no tenemos derecho ni a miedos, ni a pesimismos ni a desilusiones. Menos todavía a quedarnos en el cómodo e interesado muelle de la crítica o de la pasividad, de los falsos prejuicios o de las mil justificaciones baratas.

Nos fallarán los medios que nos vendieron y presentaron como solución de todo y en todo; harán aguas las personas que juraron seguir hasta el final con Dios y con nosotros; aparecerán nubarrones presagio de tormentas que pueden asolar lo poco que queda. Aún en medio de todo eso….hay un claro mensaje de un capitán llamado Jesús que empuja (más que el cierzo a las nubes) las velas desplegadas de esta gran embarcación donde navegamos y que es nuestra Iglesia: ¡MAR ADENTRO!