Ir a misa como quién va a la casa de un amigo

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

(Catequesis para entender y comprender algunos de los símbolos y de los gestos que realizamos los cristianos cuando vamos a la Iglesia. Material válido, no solamente para niños, sino incluso para adolescentes y mayores. El lenguaje de los signos nos educa y, además, exterioriza la vida interior del creyente)


Llamo a la puerta para entrar en una casa con la autoridad del que vive en su interior.
Me signo con el agua bendita en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 

Entro en las dependencias del que me ha invitado y, lo primero que hago, es presentarme y saludarle.

Me dirijo a los bancos, me arrodillo, miro al sagrario u observo una cruz y hago una oración sencilla pero sincera: gracias por haberme dejado entrar, por estar aquí, por encontrarte de nuevo, por invitarme

Por delicadeza pregunto por la señora de la casa. Ella, en el silencio, ha trabajado para que todo esté a punto. Aunque muchos no lo reconozcan.

Busco una imagen de Santa María y le doy las gracias por el Hijo que trajo al mundo

Aunque soy invitado recuerdo que, no hace mucho tiempo, tuve una actuación negativa con el señor que hoy me ha abierto sus puertas. Lo medito y, antes de seguir adelante, le pido disculpas. Luego me siento mucho mejor.

En la eucaristía no podemos participar con cosas pendientes con los hermanos. Dios nos escucha y, con sencillez y verdad, le pedimos perdón por lo que no ha ido bien con los demás y con nosotros mismos.

Una vez realizados los saludos de rigor, el señor de la casa, me invita a que me siente porque quiere decirme algo

Antes de participar del banquete Dios nos habla recordándonos su presencia en el pasado, el cómo lo vivieron y escucharon nuestros antepasados, lo felices que podemos ser nosotros siguiéndole.

Por fin, antes de dar cuenta del manjar, el dueño de la casa nos habla con especial fuerza para que no olvidemos ese gran momento

Nos ponemos de pie porque Cristo habla dejando en nosotros un pensamiento, una actitud, un cambio, un deseo de ser mejores: EL EVANGELIO

Cuando vamos a una visita no vamos con las manos vacías; llevamos nuestros regalos

Las ofrendas simbolizan el esfuerzo y el trabajo, nuestro deseo de cooperar con Dios en la perfección del mundo. Además aportamos nuestra ofrenda económica para mantener a nuestra iglesia y salir al paso de las necesidades de los pobres

El dueño de la casa nos ha recibido, nos ha escuchado (nosotros también), hemos dialogado y nos sorprende su generosidad cuando nos dice que, mientras él viva, nunca nos faltará comida

Jesús nos ha invitado. Nos ha sentado a su mesa y, con la ofrenda del pan y del vino, hace el gran milagro de amor de hacerse y quedarse presente en estas especies consagrándolas para que sean fuerza y vida para todo el que cree y espera en El

Durante el banquete salen conversaciones de nuestras familias, de nuestras inquietudes, de los que faltan. De personas que nos han llamado la atención.

A Jesús, Eucaristía, le hablamos de nuestra Iglesia a la que pertenecemos; que cuide al Papa Juan Pablo II, a nuestro obispo, que dé ánimo a los sacerdotes, que no olvide a nuestros difuntos y, también, que la Virgen María y todos los santos nos ayuden a seguir bendiciendo su nombre. La oración del padrenuestro recogerá y lanzará al cielo todos estos sentimientos.

Estamos tan felices en la fiesta que no sabemos ni cómo agradecer el ambiente tan bueno que se ha creado. El tan sólo nos pide que brindemos por la felicidad y que, luego, la llevemos a nuestras casas

Jesús, presente en la mesa del altar, nos recuerda que celebrar la eucaristía conlleva vivir como hermanos y trabajar por la paz. Por eso nos estrechamos la mano, nos abrazamos o nos damos un beso. Pero, eso sí, la paz hay que sacarla fuera del gran comedor de la iglesia y conquistarla allá donde estamos cada día

Así hasta el momento en que el dueño de la casa nos sirve el gran manjar esperado. El fruto de su trabajo, amor, sacrificio y entrega: EL PAN 

Jesús, después de hacer un coloquio con cada uno de nosotros, nos da su cuerpo en el pan y su vino por la comunión. 

No queda ya, después de haber estado a gusto y de haber participado de este encuentro tan esperado y agradable, sino dar gracias y decirnos un ¡hasta pronto!

Antes de marcharnos, sentados, damos gracias privada o públicamente al Señor por tantas cosas que nos ha dado en escasos treinta minutos. 

El padre nos acompaña hasta la salida y nos pone la mano sobre nuestros hombros deseándonos una vida feliz sin olvidar lo que hemos vivido y escuchado dentro y con la confianza de volvernos a ver pronto

Dios nos da, por el sacerdote, su bendición para que en la vida no nos falte la fuerza divina y no olvidemos que, fuera, es cuando se demuestra que somos sus hijos amándonos e intentando hacer un mundo mejor

Por eso, cuando vamos o venimos, de cerca o de lejos y vemos una torre, atisbamos una silueta en forma de cruz y con grandes ventanales y enormes puertas el pensamiento nos dice: esa es la casa de mi Padre. Es la casa donde, siempre que voy, dicen mi nombre y donde tengo un sitio reservado para mí exclusivamente. 

Por eso, cuando nos alejamos y tardamos en regresar, y escuchamos un dulce tañir de campanas, la conciencia nos recuerda que Dios nos sigue llamando desde donde quiera que nos encontremos para que no faltemos a este banquete tan especial. Las campanas, entre otras cosas, son los labios por los que Dios nos convoca, nos anima, nos llama y nos recuerda que su casa, por ser suya, es también la nuestra. Su tañido, en sus dos golpes, unas veces dicen: venid, escuchad; otras venid, comed y otras venid, bebed. Pero sobre todo, en un mundo de tantas prisas y de tantos problemas nos invitan con su dulce son a ¡VENID CELEBRAD!