El programa de Jesús

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

En estos meses, precedentes a las elecciones generales en España, observamos cómo los diversos partidos políticos van perfilando y presentando sus respectivos programas de acción que estimulen y motiven al electorado.

El Evangelio, de este próximo Domingo III Ordinario, nos propone Jesús en la gran pantalla de una sinagoga su discurso programático: ES UNA BUENA NOTICIA ESPERADA Y CUMPLIDA.

Ante tanta pobreza Jesús es riqueza. Sólo hace falta acogerle desde la humildad de corazón

Frente a las nuevas esclavitudes de mucho y de nada, Jesús es aquella llave que nos suelta de eslabones y de ataduras, de grilletes y de rejas que nos impiden vivir con esa sensación de libertad. Aún teniéndolo todo sentimos que nos falta aire, que necesitamos tiempo para lo importante.

Aún viendo mucho… lo esencial se nos escapa a los ojos. Jesús nos da esa capacidad de ver los acontecimientos y a las mismas personas desde otro vértice, con otra profundidad, con otro valor. Nunca como hoy necesitamos de una “óptica celestial”. ¡Danos, Jesús, ojos para ver la verdad de las cosas y descubrir la mentira que algunas de ellas encierran.

Aún, en una tolerancia –según para qué y según  para quien- sentimos también la opresión del entorno. No siempre podemos hablar con total libertad ni en igualdad de condiciones…Jesús nos libera. A veces, la libertad mal entendida, es usada por muchos para ir en contra de la verdad que es sostenida por sólo algunos. ¿Oprimidos?...por supuesto. Es difícil ofrecer el mensaje cristiano y sembrarlo sobre todo en  aquellos que dicen serlo y viven como si nunca lo hubieran sido. Recientemente un constructor me decía que donde más cuesta echar cimientos es donde antes se intentó construir. Rezamos en estos días por la unidad de todos los cristianos. Tal vez sea el momento, y haya llegado la hora, de rezar por la unidad de los que vivimos dentro de la misma casa pero que escasamente nos conocemos o trabajamos por ella. Es tanta la “presión” que ejercen los medios de comunicación social, la crítica interesada de todo lo que “huela” a iglesia…que muchos cristianos viven (vivimos) oprimidos, ya no por la fuerza u objetividad de la teoría última de turno, sino por la debilidad y la falta de confianza en el discurso programático que Jesús nos propone. ¿Creemos en él? ¿lo hemos leído? ¿somos conscientes de nuestra ceguera espiritual? ¿caemos en la cuenta  que, aún siendo libres, vamos arrastrando pesadas cadenas y soportando molestos grilletes?.

Hoy más que nunca, si creemos que Jesús es una Buena Noticia dentro del gran telediario que es  nuestro mundo, no debiera ser un muro infranqueable el saltar de la timidez apostólica a la acción, de las viejas formas hacia las nuevas, del cerrazón a la apertura, del ser meros espectadores a la militancia activa.

No esperemos ni dejemos exclusivamente que sean sacerdotes y otros agentes evangelizadores los que “presenten” la Buena Noticia de Jesús. Todos, o por lo menos aquellos que somos un poco sensibles en el campo de la fe, estamos llamados a transmitir este legado de esperanza que es el anuncio del Evangelio. ¿O no será que, tal vez, nos hemos acostumbrado a creer como si ya no creyésemos o a escuchar la noticias de Jesús como una repetición de un informativo de algo y “alguien” que ya pasó?

No hace mucho tiempo me encontré con esta sugerente historia que ilumina, perfectamente, la actitud que hemos de reconquistar para dar  a conocer este tesoro cristiano que nos llevamos entre manos:

Dos hombres vivían en las afueras de una ciudad y sus casas lindaban una con otra. Uno de ellos era cristiano, y lo había sido por muchos años, mientras que su vecino no lo era ni pretendía serlo.

Ellos iban a sus trabajos todos los días en el mismo tranvía, y así continuaron por muchos años. Los dos cayeron gravemente enfermos al mismo tiempo.

La esposa del que no era cristiano se entristeció mucho porque ella era cristiana y se preocupó  porque su esposo era un hombre perdido sugiriéndole la idea de llamar a su amigo cristiano  para que le hablase y le acercase un poco a la figura  de Cristo.

El movió lentamente la cabeza y le dijo: "No, de ninguna manera. Mi vecino es un cristiano piadoso, y por muchos años hemos caminado miles de kilómetros en el mismo tren y hemos hablado de todos los asuntos sobre los que los hombres hablan, pero él nunca me ha hablado ni una sola palabra acerca de Cristo. Si un hombre tiene determinada fe y andando tantos años conmigo, no me ha dicho nada acerca de ella, no debe significar nada para él. Si él pudo ir conmigo tantos años en silencio sin decirme nada sobre el asunto, iré a la eternidad como estoy".

Así murió.

¡Si pudiéramos apreciar el valor de las almas perdidas!

¡Si pudiéramos entender que la Buena Noticia sigue desenrollándose en nosotros para ser vista para los ciegos, luz para la oscuridad, libertad para los que viven amarrados, oxígeno para los que se ahogan!