Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

El Dios que da al hombre la vida

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1. Estamos inmersos en una semana donde, todavía aún hoy, en muchas parroquias tenemos diversas celebraciones con un fondo confiado y esperanzado por aquellos seres queridos nuestros que se durmieron con la certeza de que un día habrían de resucitar.
Llama la atención como en ciertas encuestas tal vez, maquilladas e interesadas, un porcentaje de católicos manifiestan no creer en la resurrección. Es grave la conclusión de esta encuesta:
-Grave porque no dejamos a Dios ni esa opción de resucitarnos y que es consecuencia de su fidelidad para con nosotros: ¿Creéis?...yo os resucitaré. 
-Grave porque esa encuesta no está sensatamente respondida por cristianos. Un cristiano cree, espera y se mueve por el valor de la Resurrección. Estamos ante los saduceos de los nuevos tiempos: personas religiosas pero que no creen en la Resurrección.

2. Sólo Dios es capaz de reconstruir lo aparentemente imposible para el hombre por muchas encuestas que a pie de calle se hagan sobre las verdades eternas. Si pudiera ser, esa cuestión, habría que planteársela en todo caso al mismo Dios: ¿estás seguro que Tú nos podrás un día levantarnos del silencio y del absurdo al que la muerte nos sometió?.
-Creer en la resurrección es fiarse hasta la última coma de lo que Jesús nos dijo. No creer en ella es poner en tela de juicio tantos testimonios de aquellos hombres y mujeres que vivieron e incluso lucharon porque creyeron a pies juntillas en el acontecimiento de la Resurrección de Cristo como preámbulo y anuncio de la ellos y de la nuestra también.
-Creer en la resurrección, además de preocuparnos, nos debe de ocupar de lleno el corazón: la intuición de saber que Jesús cumplirá lo que el prometió. Siempre recuerdo un texto de aquel autor donde decía; “qué injusto sería que las obras del hombre permaneciesen en el espacio y en el tiempo mientras, su mentor y autor que es el hombre, se esfumase para siempre”. Y es así. ¿O acaso no es más importante el hombre que construye que las obras que él levanta?
Al final del abismo Dios, que no permite que ninguno ni nada de lo suyo se pierda, nos revela que su poder es grande, determinante y fulminante sobre la muerte. A nosotros no nos queda sino esperar y creer en ello. 
-¿Tanto sacrificio y esfuerzo supone el abrir un poco el corazón a esa realidad misteriosa hacia la cual nos encaminamos guiados por la fe de los hijos de Dios? --¿Tan difícil nos resulta pensar que hay un SER que lo trasciende todo y que es capaz de restaurarlo todo (cenizas humanas incluidas) y de recuperar lo que ni el mundo ni la ciencia por sí mismos pueden llegar hacerlo?
-¿Tan cerrados estamos a lo que a nuestros sentidos o puro pragmatismo escapa?
3. Desde el momento en que nacemos comenzamos a vivir y a morir. Contamos los días vividos y descontamos los que quedan por disfrutar. Pero, en medio de todo ello, qué bueno sería que fuésemos cayendo en la cuenta que nuestra vida, por tener un valor divino y sagrado, no puede ir para siempre al fondo de una fosa sino al surco de la tierra para, después de un tiempo, salir y amanecer a la voz de Dios disfrutando eternamente en su presencia sin más necesidades para ser felices que el contemplar su rostro.
¡¡Qué grande es cerrar los ojos soñando con Dios y qué grande debe ser abrirlos contemplando su semblante¡¡
¿No es gratificante pensar que, si somos el cuerpo de Cristo en la tierra estamos llamados a su misma suerte?
¿Crees esto?
J.L.
Dios de la vida 
Se ha roto la noche.
Ha gritado el ángel la noticia:
"No está aquí, ha resucitado".
Y renace en todos la esperanza. 
Quien se agarra a Ti
no irá al abismo.
Quien pone en Ti su confianza
no quedará defraudado.
Tú has saltado la barrera del silencio
y has devuelto la promesa cumplida
a los que habíamos puesto nuestros ojos en Ti.
Contigo no se va a la muerte.
Contigo sólo es posible la vida.
Contigo no se va a la nada.
Contigo se acaba siempre en un encuentro.
Tú eres el Dios de la Vida.
Tú eres el Dios de la resurrección.
El que crea en Ti
no morirá jamás.