Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Buenos hijos, de de buenos hijos agradecidos

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” (Lc 17,11-19)  

No hace mucho tiempo que un amigo me comentaba cómo la sociedad que nos rodea nos está acostumbrando a ser fríos y distantes, desagradecidos y exigentes con nuestros derechos más que conscientes y volcados en nuestras obligaciones.

Siempre que escucho el evangelio de los diez leprosos me acuerdo de ese Dios olvidado por tantas personas. Sin darnos cuenta, Dios que es mucho Dios y tiene mucho de Padre, va sembrando nuestra vida de momentos de fiesta y de salud, de alegría y de bienestar. ¿A quién no le gusta (más allá de la simple vanidad) que, de tarde en vez, no le muestren un agradecimiento? Dios, lo sabemos, no necesita nuestros halagos ni reconocimiento alguno. Pero, como Padre, sabe que el “¡gracias!” de sus hijos es un recuerdo, una profesión de fe y un saber que El es el artífice y promotor de muchas conquistas personales.

 

Un alma recién llegada al cielo se encontró con San Pedro. El santo llevó al alma aun recorrido por el cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes talleres llenos con Ángeles. San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo: "Esta es la sección de recibo. Aquí, todas las peticiones realizadas a Dios mediante la oración son recibidas." El alma miró la sección y estaba terriblemente ocupada con muchos ángeles clasificando peticiones escritas en voluminosas hojas de papel de personas de todo el mundo.

Ellos siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección y San Pedro le dijo: "Esta es la sección de empaque y entrega. Aquí, las gracias y bendiciones que la gente pide, son envueltas y enviadas a las personas que las solicitaron." El alma vio cuan ocupada estaba. Había tantos Ángeles trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo  enviadas a la tierra. 

Finalmente, en la esquina más lejana del cuarto, el alma se detuvo en la última sección. Para su sorpresa, sólo un Ángel permanecía en ella ocioso haciendo muy poca cosa. "Esta es la sección del agradecimiento" dijo San Pedro al alma. 
"¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?" Preguntó el alma. "Esto es lo peor." 
Contestó San Pedro. "Después que las personas reciben las bendiciones y gracias que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento." 
"¿Cómo uno agradece a las bendiciones de Dios?"
"Es muy simple" Contestó San Pedro, 
"Solo tienes que decir: 'Gracias Señor’

Porque todo es Gracia de Dios….le damos las gracias

Porque todo es don de Dios…….bendecimos su nombre

Porque El nos cuida…………….miramos al cielo

Porque El nos salva…………….escuchamos su Palabra

Porque El nos observa………….caminamos más seguros

Porque El nos cura……………...no tenemos miedo al dolor

Porque El nos enriquece………..damos lo mejor de nosotros mismos

Porque El nos creó……………….le agradecemos el regalo de la vida

Si alguna vez, el ser humano, llegase a entender que la gratitud produce más cosas y da bienestar al corazón se encontraría con la gran sorpresa que además el ser agradecido conlleva abundancia de felicidad.

Otro pelo nos luciría si, en nuestra corta existencia, supiéramos recordar ante Dios y ante los demás los momentos de paz y de felicidad, de salud y de

El ser agradecidos en la vida NOS DA PODER. El poder de convertir las dificultades en oportunidades, los problemas en soluciones, las pérdidas en ganancias y sobre todo de estar siempre rodeados de amigos que nos hacen felices.

¡Qué bien  nos viene el evangelio de este domingo!

-Para dar gracias por lo que tenemos

-Para dar gracias por lo que somos

-Para dar gracias por lo conseguido

-Para asumir lo no conquistado

-Para mirar hacia lo alto

-Para no perder los sentimientos


Eso es lo que hace extraordinario cada domingo: nos reunimos para escuchar y celebrar, y agradecer la presencia real y misteriosa de Jesús en la Eucaristía. Y lo hacemos porque sabemos que El es la fuente de todo eso por lo que merece pena dar gracias a Dios de todo corazón.

Tal vez, el mejor regalo que podemos ofrecer a Dios como agradecimiento por la vida y por tantas cosas, es precisamente cambiar de rumbo como lo hizo el samaritano.