Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Instrucciones para la fe

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

 “El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío” (Lc 14,25-33)

Acostumbrados a nacer bajo el paraguas de una religión determinada ( en este caso la católica) podemos olvidar que la fe exige riesgos, condiciones, actitudes, compromisos concretos e incluso alguna que otra renuncia personal.

“Si quieres llegar a la cumbre despójate del peso de tus espaldas” (X.Medium)

Se vuelve el Señor y nos dice que, aquel que no deje detrás de sí muchas cosas, no puede ser discípulo suyo. Que tenemos que utilizar y desplegar todos los medios a nuestro alcance para construir su reino.

En el día de nuestro Bautismo, Dios, sin percatarnos de ello,  nos puso un “chip” con un potencial que se irá desarrollando desvelando a lo largo de nuestra vida: LA FE

Lo cierto es que, con el paso del tiempo, en la medida que vamos configurando nuestro ser y nuestra historia al espíritu del Evangelio es cuando podemos discernir si estamos en “onda” con el satélite de Jesús de Nazaret o si, por el contrario, hace tiempo que nuestra vida cristiana quedó a la deriva y, por lo tanto, ese “chip” quedó fuera de servicio por no haber sido actualizado y cuidado.

Siempre que uno adquiere un componente electrónico, junto con él, nos viene el manual de instrucciones en diversos idiomas para ponerlo en funcionamiento.

El cristianismo también tiene una serie de puntos que son imprescindibles para que no quede inservible e inaudible en nuestro mundo y ante los cuales (entre otras muchas) pueden darse las siguientes reacciones:

-A unos no les hace falta echarles ni un vistazo tan siquiera. Son tan listos que se lo saben todo. Se permiten hasta el lujo de decir qué es lo más importante y qué es lo menos tangencial para vivirlo.

-Otros están tan pendientes de su  normativa y de sus leyes (aunque hay que reconocer que cada día son los menos) que no dejan respiro para que cumpla su cometido: la libertad de los hijos de Dios

-Otros más, por otra parte, intentan con sudor y sufrimiento, contrariedades y creatividad que no se pierda el origen, el principio y el fundamento del mismo: actuar y vivir según la mente de Jesús.

-Y, finalmente,  hay otros que adquirieron el elemento de la fe pero pronto lo guardaron sin más preocupación en la estantería de su casa. Son los que creen que lo importante es estar bautizado pero viviendo de espaldas al compromiso adquirido. Aún recuerdo en un programa televisivo la declaración de un contertulio: “soy socio de la iglesia pero nunca voy a ella”. Como si uno fuera miembro de un equipo deportivo y jamás viese ni asistiese a un solo partido de futbol.

Luces, sombras,  alegrías y cruces  se presentan delante de nosotros a la hora de vivir con cierta radicalidad el mensaje de Jesús. Encandila y gusta el personaje de Jesús de Nazaret pero, no sé hasta qué punto, lo que nos dice es acogido y llevado hasta sus últimas consecuencias.

-Esa, precisamente, es nuestra cruz: la distancia que nos separa entre lo que queremos y entre lo que vivimos, entre el Evangelio y el otro “evangelio rebajado” en nuestra propia vida: creer no es camino fácil.

-Esa es, entre otras muchas, la cruz que llevamos sobre nuestros hombros: saber que siempre es más cómodo el aplauso que la crítica, el halago que el profetismo, el casamiento con el ambiente que la denuncia de todo lo que le corrompe: creer implica ir contracorriente y pedir a Dios fuerza para seguir adelante. “Casi todos vienen a mí para que les alivie la Cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla”. San Pío de Pieltrecina

Ante estas dos implicaciones que nos sugiere Jesús (dejar todo atrás y cargar con la cruz) sólo hemos de ver una clara intencionalidad por su parte: estar abiertos a todos despegándonos de lo “mío” o de “lo nuestro”. Y, el “padre o la madre” de los que habla  va más allá del mero ámbito familiar: es todo aquello que estorba para dar razón de nuestra fe y quedarnos replegados comodamente en nosotros mismos.