El alero del templo de nuestro mundo

I Domingo de Cuaresma 

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

 

“El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo” (Lucas 4,1-13)

uién de nosotros, puestos en camino hacia un destino, no nos hemos encontrado con señalizaciones que nos han hecho dudar a la hora de escoger una dirección determinada. 

Quien de nosotros, dispuestos hacia un viaje, no nos hemos dejado seducir y entretener por circunstancias o paisajes que distrajeron nuestra atención o, incluso, alteraron y dislocaron el planteamiento con el que habíamos salido de casa.

En este primer domingo de cuaresma la Palabra de Dios nos hace resituar la hondura o superficialidad de nuestra vida. 

¡Son tantos atajos los que nos ofrece este mundo nuestro!

¡Son tantas las tentaciones a abandonar el sendero de la fe y la montaña de la iglesia!

¡Son tantos los “agentes de tráfico ” que nos dicen por dónde hemos de ir, hacia dónde no hemos de mirar, y por dónde no hemos de girar que corremos el riesgo de perder hasta el Norte de nuestros ideales!

Desde que fuimos bautizados el Espíritu nos lleva por ese inmenso kilométrico desierto que son los años de nuestra vida. En ella, en nuestra vida, encontramos espacios de silencio y de dudas, de amarguras y de alegrías, de danzas y de llantos. Y, en medio de todo eso, también las pruebas han salido a nuestro encuentro y lo siguen haciendo en paralelo con esa felicidad que nunca llega al cien por cien.

¿Tentaciones?. Todos los días; desde mil frentes, aleros y esquinas. El diablo (para el cual el carnaval tiene plena vigencia) se disfraza y se nos presenta en variadas ocasiones y con las personas más insospechadas o cercanas a nosotros. Nunca como hoy, ante una sociedad que permite todo y en donde vale todo, podemos tener la sensación que el camino elegido por los “grandes del mundo” es mejor que aquel otro que intentamos seguir nosotros (los cristianos) desde la sencillez y la verdad, las sobriedad y la defensa de los valores que creemos necesarios para alcanzar un nuevo mundo, un nuevo orden internacional y, por añadidura, conseguir la eternidad.

Ciertamente, y con razón, alguien dijo lo siguiente: “hace tiempo que la tierra es un gran desierto donde los cristianos son permanentemente tentados a dejarlo todo”. Aún siendo así (qué época de nuestra historia cristiana no ha estado exenta de dificultades) el mensaje de Jesús de Nazaret sigue válido y necesario para dar otro color e imprimir otro barniz a nuestras relaciones, pensamientos, obras, palabras y deseos. Para ello, y ya que vamos de desierto, es bueno dejar a un lado tantos trastos inservibles que dejan toneladas de peso en nuestros hombros y ansiedad y huecos a nuestros corazones.

¿Cuáles son las tentaciones del hombre de hoy?

- Pensar que todo está bien. “Quién ha dicho que la vida es un sueño?. La vida es un juego” (Gabriele D’ Annuncio)

- Creerse centro y rey del universo; “El hombre que dice <no puede hacerse> será sorprendido por alguien que lo haga.” (Anónimo)

- Aferrarse a la vida como si fuera lo único y definitivo; “La vida sin fiestas es como un largo camino sin posadas” (Demócrito)

- Pensar que el pecado es algo anticuado y que, por lo tanto, ya no existe; lo importante es la conciencia de cada uno.

- Elegir la vida cómoda como única fuente de satisfacción personal; ¡viva yo y los demás….allá se las compongan!

- Conformarnos con estar bautizados en Cristo pero sin conocer, ni de lejos ni de cerca, su estilo de vida, sus exigencias, sus propuestas; ¡contento pueda estar Dios de que yo sea su hijo!

Ante ello tenemos dos opciones con una misma palabra: ¡RETIRADA!.

a) Retirada del mundo de la fe y de sus consecuencias (embelesados por los dulces que caducan a la vuelta de la esquina) 

b) Retirada hacia una reflexión e inflexibilidad con aquello que nos intenta manejar y convertir en meras marionetas. La FE, en ese sentido, nos proporciona unas buenas tijeras para cortar esos hilos que nos instrumentalizan, tientan o adormecen.