Beber de su cáliz no es tan facil

Miércoles II semana de Cuaresma

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Acuérdate de cómo estuve en tu presencia (Jeremías 18,18-20)
¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber? ( Mt 20) 

Ser capaces de beber de cáliz del Señor implica conocer las consecuencias del apurar esa copa. Es soñar no tanto, con estar un día a la derecha o a la izquierda de Dios, cuanto de interpelarnos en el cómo ser otros cristos aquí y ahora. La cuaresma, en ese sentido, es un tiempo que nos lanza diversas cuñas para ajustar nuestra vida y, con la ayuda de ellas, ir restaurando esas grietas por las que consciente o inconscientemente se escapa el brillo de la fe. 

Apropiarnos del cáliz que nos ofrece el Señor es:
Reconocer de antemano su señorío sobre nosotros
Pedir la humildad necesaria para postrarnos ante El
Cederle un lugar en e centro de nuestras acciones
Darle gracias por su presencia en nuestra historia 

Beber el cáliz, que nos brinda el Señor, conlleva:
Restañar la divinidad que confía con la humanidad perdida
Dejarse embargar por el Misterio escondido
Escuchar para que hable la fe aunque la razón nos despiste
Mirar de frente a las dificultades de cada jornada 

Agarrar, el cáliz de la mesa del Señor, exige:
Saborear y meditar aquellas Palabras que salvan
Pedir a Dios la interpretación de las Palabras que sanan
Poner a Jesús como confidente de nuestros fracasos
Comunicarle nuestras pequeñas conquistas. 

Mirar el contenido del cáliz que, Jesús, nos presenta:
Supone sentar a DIOS en el lugar que le corresponde
Es descender al ser humano de la peana del poder y de la arrogancia
Es dejarse traspasar por la presencia y la voluntad del Misterio
Es hacer frente a los tragos amargos de nuestra vida 

Pretender el cáliz que llena a rebosar Jesús con su vida es pensar que:
La Fe se fortalece al calor de Señor, del silencio y de su Palabra
La caridad se agiganta a la sombra de sus hechos
La esperanza se alimenta de Aquel que siempre nos espera.
Hay que situarle en el centro de toda nuestra existencia. 

Se acercó un discípulo al maestro preguntándole: “¿qué tengo que hacer para llenarme de Dios?. Quisiera poner en orden mi vida; saber qué tengo que hacer con mis muchos bienes materiales; cómo distribuir mi tiempo libre y mis muchas propiedades”. Después de un gran silencio en el que el maestro escuchó las glorias que su discípulo le contaba le contestó: “es imposible que te llenes de Dios cuando no hay un centímetro libre en tu corazón para El”. 

¿Seremos capaces de vaciarnos de tanto trasto inservible que convierten a nuestro corazón un desván desfasado y desordenado para el bien? ¿Seremos tan valientes de dejar limpio el interior de nuestras personas para poder beber, con sed de Dios y de eternidad, el cáliz de la salvación que será alzado en la próxima Pascua?