Jueves Santo, Ciclo C

Tres regalos en un solo día

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

 

Eucaristía

Jesús se nos queda para siempre entre nosotros. ¡Tomad y comed! ¡Tomad y bebed! Y desde entonces, aquel que se da, no se instaló inamovible en el pasado y sí en cambio para siempre, dinámico y vivo, en medio de la comunidad a la que reconforta con su pan y sirve como siervo. 
Desde entonces cuando se eleva la patena, a rebosar de pan, y el cáliz desbordándose de vino es Cristo quien en memorial se hace presente en algo tan sencillo aparentemente como en dos especies. No lo verán nuestros sentidos…pero seguro, que bajando al corazón, allá en el silencio y en la contemplación Dios nos dirá: Jesús, el Cristo, está aquí. 
Desde entonces, cada jueves, tiene el aroma del pan recién amasado por las manos de Santa María Virgen y el sabor profundo de saber que es el cuerpo del mismo Cristo que se entregó y que se entrega para ser una puerta de salida a este mundo tan enrevesado y tan falto de salvación. Para edificar la iglesia y reforzar los cimientos del templo que cada uno llevamos dentro.
Desde entonces el cáliz es sangre que, cuando uno lo apura, entra de lleno en aquellas horas de la pasión más grandemente vivida por ningún hombre excepto por Cristo.


Sacerdocio

En los apóstoles el Señor nos deja el sacerdocio como don y como vida a su iglesia para que nunca, el correr de los siglos, olvidaran aquel memorial de su pasión, de su muerte, de su resurrección. 
Pronto, con ilusión y con sangre, aquellos hombres comenzaron a dar razón de lo que fuertemente y privilegiadamente habían vivido: la Pascua del Señor….sus horas amargas y el triunfo de la vida sobre la muerte. En su nombre, en cada eucaristía, evocaban y actualizaban lo que hasta nosotros hoy nos ha llegado. 
Han pasado muchas cosas, han muerto muchos sacerdotes…pero el memorial sigue siendo, estando y ebullendo con la misma sangre y multiplicándose en alimento puntual con el mismo cuerpo caliente. Pronto, aquellos primeros sacerdotes del Nuevo Testamento, aprendieron que el servicio necesitaba de la eucaristía y que la eucaristía (la comunión con Cristo) les urgía lanzándoles al encuentro y a la comunión con los hermanos. Sacerdocio es, en Jueves Santo, latir de nuevo con la ilusión sacerdotal de aquel primer día, elevar la hostia y el vino con la emoción contenida de aquella primera misa. Entre otras cosas porque, hoy como ayer, sigue siendo el mismo pan y el mismo pan de la unidad en Cristo el que nos llama a dar razón de nuestra entrega.


Amor

Era la novedad de aquella Pascua temida, no querida por unos y jaleada por otros. El amor cobraba unos tintes jamás soñados ni diseñados por los que tanto amaban a Jesús. Les había adelantado algo de la locura de su amor…..pero la realidad rebasaba con creces a la pura ficción.
El amor se hacía sangre, humillación. El amor que era divino se postraba para, uno a uno, lavar y besar los pies de aquellos que se consideraban más siervos que el siervo sufriente.
Aprendieron la lección, magistralmente vivida y representada por Jesús, que el amor debe ser humilde, desconcertante y rompedor, humano y divino, profético y testimonial. ¿Lavarme tú a mí los pies Señor? le diría desconcertado Pedro a Jesús. Algo bueno tendrá el amor cuando Jesús lo puso como principio y fin, como condición y exigencia a sus seguidores.
Amor, sacerdocio y Jesús. Nunca, un día, como Jueves Santo, pudo contener tan grandes regalos marcados con tan profundas palabras y rodeados de tanto contenido. Malo será que nosotros nos quedemos sólo en el adorno.
Es Dios, quien con tal de rescatar al hombre, es capaz de dejarnos vivencias y sacramentos, signos y memoriales para que nunca olvidemos aquel paso que dejó una iglesia, una resurrección, una eucaristía, un mandamiento y un código para la vida de todo cristiano.
¡Bendito sea ese Jueves Santo!