Cuaresma: un camino por descubrir

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

La cuaresma es una calzada hacia una instancia superior. En sí misma no tiene fin. ¿Os imagináis que nos metiésemos en un simple sendero y, después de caminar y caminar, fuera un esfuerzo que no condujera a ninguna parte?
Me gusta pensar que la cuaresma es una gran sala cinematográfica donde los creyentes vamos contemplando los gestos y escuchando las palabras de Cristo, meditando su vida y acompañándole en el desierto para llegar al final de la proyección con el TRIUNFO PASCUAL
Para vivir ese Misterio se nos invita con el símbolo de la ceniza a mirar con otros ojos la realidad que nos rodea. A despojarnos de todo ropaje que, tal vez, ha convertido nuestra vida en un permanente carnaval presentándonos ante el mundo con un disfraz que nos colorea exteriormente pero que nos deja fríos por dentro.

LA CUARESMA ES VOLVER HACIA DIOS
Es un volver a un grado óptimo de “galanteo” con Dios. Considerar que no somos tan dueños y tan reyes de nuestra historia como pensamos. Que sólo Dios tiene palabras que definitivamente nos hacen pensar y soñar en un salvación total para nuestro mundo. “Volveré y le diré…Padre he pecado contra Ti”. (Lc 15,18)

LA CUARESMA NOS OFRECE UN NUMERO DE TELEFONO
Es un tiempo para dejarnos buscar por Dios. De sentarnos a la orilla de la playa (silencio) y sentir cómo Dios nos va buscando, nos quiere como somos, y que nos acepta tal y cual somos. En el cielo siempre hay un número de teléfono disponible para escuchar y para hablar. Es el número de la fidelidad de Dios que nunca falla. Mientras, muchos cristianos, conectaron el contestador automático, haciendo oídos sordos a personas o dramas que nos rodean, Dios siempre tiene una línea libre para hacernos entender y comprender que su misericordia no conoce ningún límite y que lo único que espera es nuestra confianza. “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo alcanzará” (Jn 15,15)

LA CUARESMA TIENE SU PROPIA TERAPIA
El mercantilismo y la sociedad de consumo crea dependencia y hastío. No solamente endosa abundancia de peso y calorías a nuestro cuerpo. Ha logrado que, incluso, se haya perdido el sentido extraordinario de la alimentación. El ayuno o la vigilia, hoy más que nunca, se pueden convertir en terapia personal y colectiva. Personal porque nos invita a vivir la austeridad en medio de la riqueza y, como consecuencia de ello, colectivamente volcarlo en el recuerdo y solidaridad fraterna. ¿Qué puedo hacer con el coste de aquello que he evitado o no he consumido?. La caridad (no el limosneo) puede ser una forma efectiva de encauzar el buen uso de los bienes que tenemos. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos…”(Mt 25,40)

LA CUARESMA ES UN PULSO A UNO MISMO
Habituados a una permanente prisa, subidas y bajadas, idas y venidas… escasamente tenemos tiempo para una reflexión profunda sobre el cómo va nuestra vida y hacia dónde se dirige. Cuando uno se topa con una burbuja de silencio y de contemplación (eso es también la cuaresma) siente el contraste entre lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo y una llamada a soltar aquello que nos impide ser fieles a esa llamada del Señor. Para alcanzarlo, qué duda cabe, supone una buena dosis de fortaleza y un pulso a nosotros mismos sobre tanto vicio en obras y palabras. La CONVERSION será la resultante de ese pulso a la fragilidad que llevamos dentro. No se puede ir al Domingo de Pascua con “aquel que yo siempre fui y por lo tanto no cambiaré”. “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,14ss)

DECÁLOGO PARA UNA BUENA CUARESMA
Sustituir la carne por el pescado más caro (además de no ser testimonial) se puede convertir en contrasentido de unos días que deben ser extraordinarios por lo que hacemos y vivimos. Tal vez podamos incluir como “vigilias nuevas” otras tantas resumidas en este decálogo:

1. Dejar de ver la televisión nos hará ser más objetivos, y más reflexivos. La familia tendrá una oportunidad para aquella palabra no dicha por falta de tiempo.
2. Olvidar unos pitillos contribuirá a la limpieza de los pulmones y el riesgo de otras tantas enfermedades.
3. El hablar bien de Dios, además de estar en consonancia con el segundo mandamiento, será signo de cultura, equilibrio, delicadeza y de recurso lingüístico.
4. Racionalizar los “cubatas”, el vino o cualquier licor (amén de no multiplicar la vista por dos) nos arrancará del puro consumismo.
5. Hablar menos y rezar más puede ser un modo práctico de conservar bien las cuerdas vocales y la salud cristiana. La oración es el mejor cosmético para el corazón y el alma. Un Padrenuestro al inicio del día y otro más antes del descanso nos acercará a Dios que es nuestro Padre y a los demás que son, por si lo hemos olvidado, nuestros hermanos.
6. Escuchar la Palabra de Dios, y no dejarnos llevar por la última opinión de turno, dará seguridad a nuestros pasos y proyección a nuestra vida cristiana.
7. Hacer menos gimnasia y deporte (al contrario de lo que señalaba cierto político) y un poco más de ejercicio espiritual (según un estudio reciente) prolonga la vida, calma el flujo sanguíneo y procura un mayor enriquecimiento personal (eucaristía diaria, cinco minutos de oración en una iglesia, rezo del ángelus, vía crucis, rosario, laúdes, vísperas, contemplación)
8. Olvidarnos de tanto rostro político, divos, revistas de corazón, etc., y leer, por ejemplo, el programa de Jesús de Nazaret narrado y dibujado con letra y con sangre en los Evangelios. Nos daremos cuenta que es el único que no engaña.
9. Recuperar el símbolo de la cruz y llevarla especialmente en el pecho durante estos 40 días. Lejos de ser un adorno puede ser una “pancarta” de la vida que quiere conquistar quien lo lleva colgado. 
10. Perdonar las pequeñas cosas del ayer que se convierten en permanentes sufrimientos del hoy. El perdón, entre otras cosas, aligera peso a la conciencia y hace más feliz la vida.

¿Estamos dispuestos?
¡Hacia la Pascua con ellos!