Juan Pablo II

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

JUAN PABLO II: 
QUE DIOS TE RECIBA COMO PADRE, QUE CRISTO TE ACOJA COMO HERMANO
Y, SANTA MARÍA VIRGEN, TE ESPERE COMO MADRE
Amén. 


El Papa Juan Pablo II, en el mes de octubre, iniciaba con toda solemnidad el AÑO DEDICADO A LA EUCARISTÍA. Ahora y después de su personal calvario, estará comprobando por sí mismo, que aquello que tantas veces celebró con emoción sacerdotal; que aquella Hostia que elevó con sus manos y con los ojos perdidos en el Misterio o que aquella Palabra, que tantas veces escuchó y proclamó sin miedo, se ha cumplido con creces y hasta el último milímetro, por Aquel por el que Juan Pablo II ha dado hasta el último suspiro: DIOS.

Que esta oración, que el Papa nos regaló a los cuatro vientos, en la mañana de esta Pascua 2005, sea para nosotros una llamada a reconocer al Señor que viene a nuestro encuentro, todos y cada uno de los días, por la Eucaristía.

Celebrar, vivir, querer y amar con pasión a la Eucaristía puede ser la mejor oración y el mejor homenaje a este Papa que duerme en la esperanza de lo que fue el motor de su sacerdocio: LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.



1. Mane nobiscum, Domine!
¡Quédate con nosotros, Señor! (cf. Lc 24,29).
Con estas palabras, los discípulos de Emaús
invitaron al misterioso Viandante
a quedarse con ellos al caer de la tarde
aquel primer día después del sábado
en el que había ocurrido lo increíble.
Según la promesa, Cristo había resucitado;
pero ellos aún no lo sabían.
Sin embargo las palabras del Viandante durante el camino
habían hecho poco a poco enardecer su corazón.
Por eso lo invitaron: “Quédate con nosotros”.
Después, sentados en torno a la mesa para la cena,
lo reconocieron “al partir el pan”. 
Y, de repente, él desapareció.
Ante ellos quedó el pan partido,
y en su corazón la dulzura de sus palabras. 

2. Queridos hermanos y hermanas,
la Palabra y el Pan de la Eucaristía,
misterio y don de la Pascua,
permanecen en los siglos como memoria perenne
de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
También nosotros hoy, Pascua de Resurrección,
con todos los cristianos del mundo repetimos:
Jesús, crucificado y resucitado, ¡quédate con nosotros!
Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro
de la humanidad en camino por las sendas del tiempo.
Tú, Palabra viviente del Padre,
infundes confianza y esperanza a cuantos buscan
el sentido verdadero de su existencia.
Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre
hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz. 

3. Quédate con nosotros, Palabra viviente del Padre, 
y enséñanos palabras y gestos de paz: 
paz para la tierra consagrada por tu sangre 
y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes; 
paz para los Países del Medio Oriente y África, 
donde también se sigue derramando mucha sangre; 
paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre 
el peligro de guerras fratricidas. 
Quédate con nosotros, Pan de vida eterna,
partido y distribuido a los comensales:
danos también a nosotros la fuerza de una solidaridad generosa 
con las multitudes que, aun hoy, 
sufren y mueren de miseria y de hambre, 
diezmadas por epidemias mortíferas
o arruinadas por enormes catástrofes naturales. 
Por la fuerza de tu Resurrección,
que ellas participen igualmente de una vida nueva. 

4. También nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio,
tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado.
Quédate con nosotros ahora y hasta al fin de los tiempos.
Haz que el progreso material de los pueblos
nunca oscurezca los valores espirituales
que son el alma de su civilización.
Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino.
Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos,
porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).
Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!