Cuaresma: un faro que advierte e ilumina el horizonte de la PASCUA

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Comenzamos la Santa Cuaresma. Este tiempo no es un fin y, sí en cambio, un camino. Su máxima y su cometido está en empujarnos y prepararnos a la gran fiesta de la Pascua.

Si la Semana Santa queremos que impacte en nosotros hemos de procurar hacer de estas semanas una sensibilización para vivir lo que nos espera en el horizonte de Jerusalén, en la mesa del Cenáculo, en el monte del Gólgota o detrás de la roca desplazada del sepulcro en la mañana de la Pascua. Todo acontecimiento reseñable merece una preparación no menos importante.

No podemos quedarnos, como aquellos turistas, mirando al faro que destellaba luz pero sin percatarse de que, a sus espaldas, tenían el mar. La Cuaresma es esa posibilidad que Dios nos ofrece para que, a través de su Palabra, de la Conversión y de la penitencia, de la oración y de las obras de caridad trabajemos un buen terreno en el corazón y en el alma de cada uno para que Jesús no pase de largo.

No podemos conformarnos con el rito mágico de la ceniza y obviar el mensaje del evangelio: ¡convertíos y creed en el evangelio!

No es suficiente buscar, con el dedo, un rastro de ceniza en nuestra frente y no hurgar en el corazón para ver en qué tengo que cambiar.

No es de recibo levantar la mano hasta el cabello para comprobar si el sacerdote nos ha impuesto abundancia de ceniza y no elevarla ante situaciones de desamparo o en aquellas otras de urgente necesidad que salen a nuestro paso.

La cuaresma, con el miércoles de ceniza como arranque, es un tiempo con doble movimiento: hacia Dios y hacia el hermano:

Hacia Dios, porque necesitamos de su presencia. Por eso hemos de intensificar nuestra asistencia a la eucaristía o nuestra búsqueda de espacios de silencio en una iglesia abierta.

Hacia el hermano. Si Dios bajó a la tierra (por su Encarnación en María) en la persona de Jesús, no fue solamente para recordarnos que existía un cielo sino que, además, somos hermanos y que el espíritu de las bienaventuranzas ha de marcar el itinerario de nuestra existencia. Si DIOS dió tan gran salto vertiginoso ¿no podríamos nosotros dar alguno, aunque fuera mas pequeño, de una vida mediocre a una existencia mejor?

La cuaresma, en ese sentido, nos puede ayudar a usar el metro con nosotros mismos antes que utilizar el metro y medio con los demás. La ceniza es quemar la hojarasca y el artificio para que Dios pueda de verdad hacer obras grandes en nosotros.

La cuaresma, y por eso no tiene más brillo que el conducirnos a la Pascua, es ese ejercicio de salud mental, espiritual y hasta física que todos cristianos tendríamos que realizar para vivir y contemplar en toda su intensidad el culmen y la vida de Jesús de Nazaret: su pasión, muerte y resurrección.

Malo será, volviendo al ejemplo del turista y el faro, que nos quedemos sacudiendo la ceniza del rostro, encorvados en el vía crucis, preocupados por el pescado y…despreocupados por revestir nuestra vida y convertirla con esos puntos que nos va a ir desgranando la Palabra de Dios durante estos próximos cuarenta días. Dios nos quiere renovados, firmes en nuestra fe, dispuestos incluso a pasar por el desierto (¿situación de nuestra iglesia hoy?) y, sobre todo, a valorar ese acto de locura de su gran amor que se dejará clavar en una cruz.

No esta mal en ese sentido, después de recibir la ceniza, besar el leccionario (o una Biblia) o, a continuación, signarnos con el agua bendita con el deseo de ser nuevas personas para vivir en primera línea la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús.

MEDITANDO CON ESTE CANTO


¡A DIOS SEA LA GLORIA!


-A Dios sea la gloria, a Dios sea la gloria, 
a Dios sea la gloria por lo que hizo por mi. 

-Con su sangre me ha limpiado, su poder me ha salvado, 
a Dios sea la gloria por lo que hizo por mi. 

Quiero vivir, Señor, rendido siempre solo a ti. 
Pongo a tus pies lo que soy 
por que diste todo, Señor, por mi. 


-Con su cruz nos ha salvado, y su amor nos ha mostrado

a Dios sea la gloria por lo que hizo por mí.