A quien, la misa, no le dice nada

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

He aquí algunas sugerencias, pensadas con cariño y algo de humor para ser seguidas por aquellos a quienes la misa "no les dice nada". 


Al oír, en la mañana del domingo, la llamada de las campanas que invitan a los creyentes a la oración y la acción de gracias a Dios, no las dejes resonar en
tu interior.

Bastante ocupado estás en organizarte bien el domingo. 

Nunca llegues a la iglesia con tiempo suficiente para estar unos minutos en silencio y prepararte para vivir la celebración. 

Es mejor entrar a última hora de manera atropellada.
Así se te hará todo más corto. 



Colócate lo más atrás posible. Es más difícil seguir de cerca lo que se realiza en el altar, pero se domina mejor la situación y se está más tranquilo. 

Además, puedes salir de los primeros. 



A ser posible, no abras la boca en toda la celebración ni para cantar ni para unirte a la oración. Esto es para personas más "piadosas". 

A ti te va más una postura seria y digna. 



Si te animas a cantar algún canto, no se te ocurra fijarte en la letra para ver qué estás diciendo. Lo importante es que la canción salga bien y "suene" de
manera agradable. 

Ya habrá tiempo para comunicarte con Dios. 



Al sentarte para oír la Palabra de Dios, no escuches el mensaje de las lecturas bíblicas. Es un buen momento para ponerte cómodo y descansar. Puedes
observar qué personas han acudido a misa. 

Las palabras del lector te servirán de "música de fondo". 



La homilía puede ser un momento más interesante o un verdadero ejercicio de "paciencia", todo hay que decirlo. En cualquier caso, ya te sabes más o menos
lo que dirá el sacerdote. 

Puedes, incluso, comentarlo a la salida. 

Pero no se te ocurra escuchar interpelación o llamada alguna para ti. 



Aprovecha los momentos de silencio (desgraciadamente, no suelen ser muchos) para recordar lo que tienes que hacer al salir de misa. 

No entres dentro de ti para dar gracias a Dios o pedirle perdón. A ti no te van esas cosas. 



Al comulgar, muestra tu habilidad en hacerlo de manera rápida y ágil. Así podrás pasar revista a los que vienen después de ti. Al llegar a tu sitio, no te recojas interiormente para comunicarte con Cristo. 

Eso se hacía antes del Concilio. 



Sobre todo, sé rápido al final porque ya sabes cómo se amontona luego la gente. No necesitas quedarte a recibir la bendición de Dios. 

El te quiere y te bendice, incluso cuando estás ya fuera del templo. 



Pero, eso sí. Cuando el sacerdote diga en la misa: 

"Levantemos el corazón",  tú no abras la boca. No digas 

"Lo tenemos levantado hacia el Señor"; no lo digas porque no es verdad. Todavía no has "levantado tu corazón" hacia el Señor; y, si no lo haces, difícilmente te podrá decir algo la misa.