¿Por qué no me case.?

Una pregunta directa

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Algunos, cuando tienen ocasión, preguntan directamente al sacerdote: ¿Y usted cómo vive el celibato?

Conviene recordar que los sacerdotes somos hombres. El proyecto humano ya supone un esfuerzo y una tensión diaria por alcanzarlo. Lo mismo sucede con el proyecto de Jesús. También a los sacerdotes nos cuesta vivir los mandamientos. En cuanto al celibato, es tan falso creer que es cosa fácil, como creer, a la vez, que es imposible.

El sacerdote ha recibido una educación especial. Vive dentro de una estructura que le favorece. Recibe con frecuencia los sacramentos. Proyecta su afectividad dentro de una dimensión social y de servicio. Ama a la gente, a la cual sirve y se siente amado por ella.

Es cierto que no realiza su sexualidad en el área de la generación y de una familia en particular. Realidades que son buenas en sí y en verdad gratificantes. Pero uno sabe que aun en el matrimonio la relación física no es lo esencial. Y puede fallar en ciertas épocas, permaneciendo un amor genuino y auténtico. EI sacerdote persigue y presenta a la comunidad unos valores superiores: Servicio. Generosidad. Desinterés. Trascendencia.

A través del celibato bien vivido, entendemos que es posible amar al estilo de Jesús, por lo menos en cuanto nuestra pequeñez lo permite.

De nuestro mundo precipitado y bullicioso ha huido otro valor que vemos resplandecer con frecuencia en los sacerdotes. El valor de la soledad. Aquella "soledad sonora" que explicaba San Juan de la Cruz. Aquella de la cual nos habló en cierta ocasión el médico Luis Alfonso Vélez: "Desde hace mucho entendí que para mi equilibrio personal necesitaba un espacio de silencio y soledad. Por eso no me casé. Necesito tanta soledad que me es imposible conseguirla en el matrimonio. No es egoísmo. Es cuestión de fidelidad a uno mismo. En el fondo es fidelidad a lo que Dios quiere de uno mismo. Soledad que no es aislamiento. Silencio que no es ausencia de comunicación".

En la Iglesia encontramos muchos sacerdotes que viven con alegría su celibato. Son personas equilibradas y amables. Quizás no son santos, porque conservan en su haber esas limitaciones propias de cada hijo de vecino. Pero su vida indica que la sexualidad humana, desde ahora, puede vivirse en un nivel especial.

Su presencia en las comunidades cristianas es anuncio y profecía. Nos enseñan cómo amaremos en la vida futura, cuando "ni los hombres tomarán mujeres, ni las mujeres marido" (Mt. 22, 30).

No es lógico entonces mirar con malos ojos a nuestros sacerdotes, suponiendo en sus vidas una hipocresía institucional, colmada de conductas inconfesables.