Una novedosa iniciativa

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Los acontecimientos del siglo XV, el descubrimiento de América y el encuentro de las Indias Orientales, probaron una vez más que la mies es abundante y pocos los obreros. 

Era lógica la preocupación de los hombres de la Iglesia por crear una entidad que promoviera y enviara misioneros a todos los rincones del mundo. 

Algunos papas, como Gregorio XIII, pensaron que lo más oportuno sería organizar seminarios para formar misioneros, y así se llevó a efecto. Otros, como Clemente VII, creen más eficaz un organismo central que unifique y oriente las diversas iniciativas misioneras. 

El 6 de enero 1622 nace la Congregación de Propaganda Fide. Seis años más tarde, Urbano VIII inicia en Roma un seminario especializado para las misiones, que luego se denominaría universidad Urbaniana. 

A los tres siglos largos y medio de la fundación de la Propaganda Fide, evaluamos sus maravillosos servicios misioneros. Sin embargo, a la luz de la actual teología misionera, sospechamos que hubiera sido más necesario y eficaz despertar el dinamismo misionero de las Iglesias particulares. 

Lo comprendemos. Aún no era el tiempo de Dios. Roma tomó a su cargo las iniciativas de evangelización y las Iglesias particulares continuaron al margen de la acción misionera. Las florecientes órdenes religiosas suministraban el personal y, sólo por excepción admirable, algún sacerdote diocesano cruzaba el océano para servir a las misiones. Cuando lo hacía, casi siempre llevaba en su alforja viajera la mitra de alguna importante sede. 

Conviene también anotar que, entre los favores realizados por la Propaganda Fide, se cuenta el reivindicar para la Iglesia el derecho a la evangelización. Este se veía opacado por grupos de misioneros que tomaban iniciativas privadas, a veces en perjuicio de otros evangelizadores ya establecidos en la región. Por otra parte los patronatos concedidos a reyes y a reinos obstaculizaban, y no poco, la libertad de la Iglesia en su acción apostólica.