¿Qué podemos hacer? 

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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La actitud de muchos frente a las numerosas sectas que nos rodean es casi siempre de extrañeza y lamento. Pocas veces encaramos esta realidad de manera realista y evangélica. 

Los hijos de la Iglesia hemos de actuar con caridad evangélica, pero sin dejarnos engañar ni explotar. “Se complace en la verdad” enseña san Pablo a los corintios (1,l3-6), hablando del amor cristiano. 

Podríamos entonces: 

1. Profundizar en los contenidos de nuestra fe, por medio del estudio personal, la asistencia a cursos bíblicos y a grupos donde se viva un cristianismo más comprometido. Cuántos de nosotros —aun quienes nos quejamos de las sectas— nos quedamos con un Catecismo de Astete, medio asimilado allá en los bancos de la escuela. Jamás leímos algo actualizado sobre la fe que decimos profesar. 

2. Participar de buena gana en la preparación a la Confimarción, al Matrimonio, al Bautismo y a la Primera Comunión de los hijos. Es la oportunidad para avanzar en nuestro compromiso con la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Cristo. 

3. Motivarnos a vivir en forma comunitaria nuestra dimensión religiosa. La fe se fortalece dándola. Lo cual se realiza en el hogar, en los grupos apostólicos y en las llamadas Comunidades Eclesiales de Base. 

4. Orientar, de acuerdo con nuestros pastores, la rica religiosidad popular que nos rodea, dándole a las costumbres y devociones del pueblo un sólido contenido de Evangelio. 

5. Cultivar una devoción a la Santísima Virgen según las orientaciones de la Iglesia, alejándonos de toda superstición y maravillosismo. 

6. Mantener una fe simple y profunda, abierta al diálogo y a la comprensión de los demás. Una fe comprometida con los necesitados, lejos de algunos grupos elitistas que se presentan como los mejores y los únicos. 

7. Tratar amablemente a quienes han emigrado a las sectas, dándoles ejemplo de honradez. Esquivando discusiones contagiadas de fanatismo que no aportan ningún fruto. 

8. Sentirnos comunidad universal, despertando en nosotros mismos y en los demás un auténtico sentido misionero. 

9. Instruirnos debidamente sobre los contenidos y objetivos de las sectas más próximas a nosotros. Conociéndolas a profundidad, podremos distinguir entre el buen trigo y la cizaña. 

10. Promover en nuestras celebraciones una participación “plena, consciente y activa”, como pide el Concilio Vaticano II. Mejorar la calidad y la oportunidad de los cantos religiosos. Tener en cuenta especialmente las Eucaristías para los niños y para los jóvenes. 

11. Procurar, por medio de los grupos apostólicos, los líderes, los ministros laicales, que ningún ámbito de las parroquias, ninguna comunidad estén abandonados. Ninguna familia desamparada. Ningún hermano sufra en solitario.