Misioneros y mártires

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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La Iglesia de los primeros siglos reúne en el álbum de sus testigos (mártir significa testigo) hombres y mujeres de toda clase y condición. Nobles y plebeyos, amos y esclavos, clérigos y laicos. Su sangre es más elocuente que todos los argumentos y discursos. 

Estos cristianos, antes de entregar su vida por el Señor, llevaron el Evangelio a las más remotas regiones. En el año 177 encontramos en las Galias, (hoy Francia), más concretamente en Lyón, una floreciente Iglesia que ya cuenta con siete mártires, entre ellos el obispo Potino. Su inmediato sucesor, Policarpo, originario de Siria y de familia griega, padece el martirio en el año 200. 

"Las Iglesias de Germania, (hoy Alemania), tienen la misma fe que las de España, las de Egipto y las de Palestina". Así escribe este santo, haciendo un inventario del cristianismo en los albores del siglo III. 

Eusebio de Cesarea nos describe el celo de los primeros cristianos: "Los prosélitos comienzan por cumplir el consejo del Salvador, distribuyendo los bienes a los pobres: Luego abandonan su patria para hacer la misión de los evangelistas, con la ambición de predicar la palabra de la fe a quienes no han oído nada de ella". 

La mayoría de aquellos apóstoles trashumantes han quedado en el anonimato. Eran soldados, funcionarios del imperio, comerciantes, marineros y naturalmente también clérigos. Las colonizaciones, las guerras, los negocios y el intercambio cultural favorecieron la difusión del Evangelio. 

La Iglesia de Irlanda tiene la particularidad de haber florecido en un país no colonizado por Roma. Allí nació Patricio, un personaje interesante. 

Hacia el año 405, unos piratas le capturaron al sudoeste de Gran Bretaña y le vendieron como esclavo en Francia. Era un pastor que había sido educado en la fe de Cristo. Después de seis años de servidumbre, logró fugarse . Pero soñaba con regresar a su patria, para anunciar el Evangelio a sus paisanos. Antes de marchar a realizar su sueño, ruega al obispo de Auxerre en las Galias, que le haga diácono. Entre tanto, fallece el monje Paladio, a quien el papa Celestino había enviado como obispo de Irlanda, y Patricio es designado para sucederle. 

Patricio es consagrado por San Germán en el año 432, y así inicia un capítulo extraordinario de la historia de las misiones. Los irlandeses renuncian a sus cultos paganos y comienzan a abrazar la fe. Se funda la sede episcopal de Armagh, que anuda sus vínculos de comunión con Roma.