Los ritos chinos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Después de San Francisco Javier, los jesuitas continuaron con el encargo de la misión en el Extremo Oriente. 

Se ganan el aprecio de los príncipes y del pueblo por su nivel cultural y por su calidad de vida, en contraste con la relajación de muchos conventos budistas. En el Japón, los misioneros se preocupan de la promoción del clero local. Para su tiempo era un atrevido sueño. Pero otros evangelizadores no están de acuerdo con tal proyecto, lo cual a veces lo retarda. Hoy encontramos como criterio primordial de la evangelización, en cualquier aparte del mundo, el cultivo de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa en los pueblos evangelizados. 

Pero un problema de mucha resonancia tiene lugar en China con otro jesuita, el Padre Matteo Ricci. Este había llegado a aquel país en 1583. Sin ocultar que era sacerdote católico, se presentó como sabio matemático llegado de Occidente para escuchar a sus colegas orientales. Habiendo aprendido perfectamente el idioma, encontró valiosas amistades y logró publicar varias obras sobre la religión cristiana. Convencido de la necesidad de respetar los valores de aquel pueblo, se dio al estudio de los ritos tradicionales de la China, afirmando que no eran "ciertamente idolátricos y quizás ni siquiera supersticiosos". La tolerancia que, con plena conciencia, le había otorgado a la cultura de oriente, fue causa de su éxito entre las clases altas del imperio. 

Por otra parte, buscó adaptar la monolítica liturgia romana a la mentalidad china y usó la lengua nacional para muchos actos culturales. La malevolencia de otros grupos misioneros y las críticas acerbas ante Roma, lograron que los esfuerzos del Padre Ricci fueran tenidos como imprudentes y, a la larga, proscritos por las correspondientes autoridades. La obra del Señor avanza lentamente, pasajera de la historia de los hombres. 

Por aquella época tuvieron lugar varias expediciones de los jesuitas hacia Canadá, donde misionaron especialmente a los iroqueses. 

Allí encontramos un grupo de mártires a quienes la Iglesia colocó en los santos: Isaac Jogues, Juan de Brebeuf y sus compañeros.