Fuente y origen

Fuente y origen 

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

Todo lo anterior, que pudo parecernos un largo prólogo, nos lleva a descubrir la fuente y origen del misionerismo de la Iglesia. 

Si Dios se ha revelado por Jesucristo, como Padre todopoderoso y amoroso de todos, a cada cristiano convencido le debe doler en el alma que mucha parte de la humanidad no conozca, ni ame, ni goce a ese Dios que se mostró en Jesucristo. 

En primer lugar, si hemos asimilado de verdad el Evangelio, la Buena Noticia de Dios, no habrá entonces ningún cristiano “de padre desconocido”. Y de otro lado, cuantos han recibido el bautismo se sentirán irremediablemente empujados a anunciar a Jesucristo a todos los hombres, a todos los pueblos, a todas las culturas. 

La encíclica del papa Juan Pablo II, Redemptoris Missio, fechada en Roma el 7 de diciembre de 1990, al cumplirse los veinticinco años del decreto conciliar Ad Gentes, es la carta de navegación más actualizada para esta aventura del Evangelio. 

En su introducción el papa nos dice: 

“La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio, después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos, y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de orgullo; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16). 

En nombre de toda la Iglesia, siento el imperioso deber de repetir este grito de san Pablo. Desde el comienzo de mi pontificado, he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra, para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo, con los pueblos que desconocen a Cristo, me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad, a la cual dedico la presente encíclica”. 

Y más adelante: “Lo que más me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia. Cristo Redentor —he escrito en mi primera encíclica— revela plenamente el hombre al mismo hombre. El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo, debe acercarse a Cristo. La Redención, llevada a cabo por medio de la cruz, ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo”(2). 

Y en otro párrafo: “El número de los que aún no conocen a Cristo, ni forman parte de la Iglesia, aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado. Para esta humanidad inmensa, tan amada por el Padre que por ella envió a su propio Hijo, es patente la urgencia de la misión. 

Por otra parte, nuestra época ofrece en este campo nuevas ocasiones a la Iglesia: la caída de ideologías y sistemas políticos opresores; la apertura de fronteras y la configuración de un mundo más unido, merced al incremento de los medios de comunicación; el afianzarse en los pueblos los valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida (paz, justicia, fraternidad, dedicación a los más necesitados); un tiempo de desarrollo económico y técnico falto de alma que, no obstante, apremia a buscar la verdad, sobre Dios, sobre el hombre y sobre el sentido de la vida. 

Dios abre a la Iglesia los horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: Anunciar a Cristo a todos los pueblos”(3). 

La misma carta nos enseña además: 

“Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan y nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu. El es el protagonista de la Misión (30).