Evitemos los pleonasmos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Este dinamismo de la Iglesia lo encontramos en todas las páginas del libro de los Hechos de los Apóstoles, nuestro primer manual de Misionología. 

Sin embargo, de allí no podemos concluir que aquella era una Iglesia misionera. Sería esto una repetición. Era comunidad cristiana auténtica en su fe y en su acción pastoral. Más tarde, la teología se preocupará de afirmar que la Iglesia es por naturaleza misionera. No es este un adjetivo externo a su ser; es uno propio de su esencia. Como la velocidad está integrada en el movimiento, el peso de los cuerpos físicos en su densidad y el calor en la luz. Así, el impulso para anunciar el evangelio a todos los hombres es algo intrínseco y vital en cada comunidad que se considere verdaderamente cristiana. 

Sin embargo, hacia el siglo IV, ocurren varios acontecimientos que merman el celo misionero de la Iglesia. 

En el año 313 Constantino es el emperador. Se termina la persecución y los cristianos entran al imperio romano, por la puerta ancha, organizándose según las estructuras civiles y políticas. La historia nos cuenta que algún obispo ingenuo de ese entonces, quien había sufrido la persecución, ante la magnanimidad de Constantino, se preguntaba si ya habría llegado el Reino de Dios. 

Obviamente, la Iglesia crece en número y poder, pero desmerece en la calidad de sus miembros. Los pastores y las Iglesias locales ya no tienen ni el nervio ni el tiempo necesario para anunciar a Cristo más allá de sus fronteras. 

Por esa época de decadencia cristiana aparecen los monjes, primero anacoretas, luego reunidos en monasterios. Ante el poco celo de los sacerdotes y la escasez de seglares comprometidos con la Iglesia, los papas encomiendan a los monjes el primer anuncio del Evangelio. 

Se ha consumado una dolorosa ruptura que durará por muchos siglos. De allí en adelante miraremos, de un lado, a la Iglesia local, y de otro, los agentes misioneros. Casi diríamos que, ante aquélla, estos se presentan como una especie extraña, cuya tarea es con frecuencia desconocida.