Fuente y origen

El quinto centenario

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

1992 fue una fecha importante en la historia religiosa del continente americano. Conmemoramos entonces los cinco siglos de haber llegado el Evangelio hasta nosotros. No son quinientos años de haber recibido la fe. Los doce millones de indígenas —no dan los diversos autores una cifra unánime— vivían también una fe, muy arraigada, en sus divinidades. Practicaban otras religiones, otras maneras de buscar a Dios. Pero aún desconocían el Evangelio.

Por esas fechas del quinto centenario, se difundieron muchos estudios donde se examina de una manera crítica, la forma como América Latina vive su cristianismo.

Estudios que aportan lo siguiente: 

1) Hemos profesado una fe apologética

Apenas era lógico, desde el contexto histórico en que nació nuestra evangelización. Corrían por Europa los vientos de la reforma protestante. A la cual la Iglesia opuso la contrarreforma católica, cuyo punto culminante fue el concilio de Trento, iniciado por el papa Paulo III en 1545 y culminado por Pío IV, en 1563. Dicho concilio tuvo como objetivo señalar lo esencial e indefectible de la fe católica y colocar a los fieles a la defensiva contra las contaminaciones protestantes.

Eran tiempos además en los cuales la espada y la cruz, es decir, la conquista y la evangelización, habían consumado un matrimonio indisoluble. Ser cristiano era entonces defender a la Iglesia. Con la consiguiente confusión entre evangelio y estructuras, entre fe cristiana e imperio español. Cuando no se luchaba por la Iglesia en el campo de batalla, se la defendía y aseguraba con argumentos.

A muchos nos tocó aquel estilo de predicación, donde se enunciaba una verdad teológica y luego se la probaba con argumentos de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres, de la tradición, etc.

Se entendía por fe una aceptación intelectual de unas verdades propuestas. De ahí que para muchos creer era aceptar dejarse convencer por una trama peculiar de argumentos. 

2) Hemos profesado una fe masiva

Los habitantes del nuestro continente éramos a la vez súbditos del rey español y miembros de la Iglesia. De allí que el cristianismo nos llegó por una tradición de familia. Quizás nunca tuvimos la ocasión de optar libremente por el Evangelio.

Cuenta la historia que, cuando llegaban los barcos cargados de esclavos negros a los puertos americanos, había un capataz que los reseñaba y un fraile que les echaba el agua del Bautismo. Algo parecido sucedía con los grupos indígenas, era necesario “cristianarlos”. De lo contrario no podían ser súbitos de España.

De todo esto nos quedó una fe masiva que muchos no examinan y menos aún abrazan conscientemente. En nuestro medio se viven muchas costumbres cristianas, pero muchas de ellas no tienen un dinamismo capaz de cambiarnos el corazón. 

3) Hemos profesado una fe ambigua

Sería interesante enumerar la cantidad de elementos religiosos que maneja un cristiano corriente: Imágenes, medallas, devociones, novenas, fórmulas, definiciones, peregrinaciones y muchas cosas más. Nuestro corazón se asemeja a esas cacharrerías donde se expende toda clase de artículos. Un oferta que a veces ofusca a los clientes y los aparta.

Y con frecuencia, la fe queda allí anclada, sin que logremos un verdadero encuentro con el Señor. Habría necesidad de un trabajo serio de clasificación y de purificación. Cabría preguntarnos a la luz del Evangelio: ¿Qué es lo esencial y qué es lo secundario? ¿Cuáles son los medios y cuáles los fines? ¿Quiénes los mensajeros del Rey y dónde vive el soberano? A veces no superamos una fe de devociones. 

4) Hemos profesado una fe cartesiana

Descartes fue un filósofo francés del siglo XVI (1596 – 1650). Este gran pesador presenta un camino para que la sociedad pueda vivir en progreso y armonía: Que se le entreguen “ideas claras y precisas”. Nuestra Evangelización cumplió en mucha parte tal cometido. Sobre todo por obra y gracia del Padre Gaspar Astete, (1536 – 1601), quien con su obra “Catecismo de la Doctrina Cristiana” tuvo enorme influencia en España y en diversos países americanos.

Este nombrado jesuita plasmó, en fórmulas exactas, contenidos de la fe. Un trabajo laborioso y admirable. Pero sin su culpa, la evangelización, por un esforzado memorismo, nos dio una fe de ideas. Y así, aunque sepamos muchas cosas de Dios, nuestra vida permanece distante del ideal presentado por Jesucristo. La fe para muchos bautizados equivale a una ideología. Pero que pocas veces resuena en el corazón y transforma la vida. 

5) Hemos profesado una fe kantiana

Alemania se gloría de ser la patria de Emmanuel Kant, (1724 – 1804), cuya filosofía social se basó en una norma para la sociedad, a la cual él llamó “imperativo categórico”. En su enseñanza no interesaba explicar mucho los motivos de esa ley, sino que los ciudadanos se esforzaran en cumplirla.

Numerosos cristianos hemos aprendido el Decálogo, que nos viene del Antiguo Testamento y los cinco mandamientos de la Iglesia, normas que el concilio de Trento presentó a la comunidad creyente, “para cumplir mejor los mandamientos de la ley de Dios”, como decía el catecismo de Astete. Y de estos preceptos hicimos un imperativo categórico religioso.

Pero, de pronto, no llegamos más allá de la ley. “Yo no robo ni mato” es un decir de nuestro pueblo, para acreditar su vida cristiana. De allí también nació la expresión “cumplir con la Iglesia”. Sin embargo el Evangelio no es una serie de normas, así ellas sirvan para que un individuo lleve una vida digna y no haga mal a los demás. El Evangelio es algo más. Es la Buena Noticia que nos invita a encontrarnos con el Señor.