Reflexiones de Cuaresma

El pecado, ¿una especie en extinción?

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Todos los días, un demente se sentaba a tomar el sol en el patio del sanatorio. Mientras tanto se golpeaba el pecho, repitiendo en voz en baja: No me gusto yo. No me gusto yo...

Uno de los médicos comentó un día: No es tan loco el amigo, porque buena parte de nuestro territorio interior no nos gusta.

Muchos de nosotros imaginamos que el pecado personal es una especie en extinción. Todo se nos va en hablar de criminales y estos son siempre los demás. ¿Será que el pecado social excluyó toda responsabilidad individual?

Pero si al escuchar a este loco cuerdo, verificamos que el pecado sí existe. O más propiamente, existimos hombres y mujeres que pecamos a diario: No son tan limpias nuestras intenciones. Ni tan honradas nuestras actitudes. Ni nuestras relaciones tan fraternas.

Es cierto que las ciencias modernas iluminan la moral tradicional, delimitando el recinto del pecado. Rebajando o ampliando la culpabilidad de determinados comportamientos. Pero el pecado continúa siendo algo inherente a nuestra vida.

Es verdad también que estamos redescubriendo el Evangelio. De pronto la catequesis tradicional enfatizó demasiado sobre el fallo sexual, mientras la caridad quedaba en la penumbra. Pero toda conducta sexual adecuada es respeto a la propia persona y respeto a los próximos.

Pero el pecado sigue existiendo. Aunque bajo otros matices y colores. Aunque la enseñanza cristiana resalta hoy más la posibilidad de ser buenos, que la certeza amarga de ser malos.

Si queremos regresar al Señor, es necesario reconocer que hemos pecado. Reconocerlo con realismo y sin exageraciones. Afirma un escritor que los humanos somos tan orgullosos que, cuando no tenemos de qué jactarnos, amplificamos nuestras culpas.

De otro lado, tenemos la manía de envolver nuestras caídas en papel de aguinaldo, poniéndoles bonitos nombres. Muchos no hablarán de adulterio. Habrían tenido sólo una aventura. Poco nos declaramos soberbios. La mayoría tenemos altísimo concepto de la propia dignidad. En los negocios no engañamos a nadie. Solamente mostramos nuestra experiencia económica.

Al confesarnos, evaluamos todo esto con sinceridad, de cara al Padre celestial, en compañía del sacerdote. Y caminamos decididamente hacia la claridad y la alegría.

Una buena confesión, el camino seguro hacia una vida serena y gratificante.