Amigos a tiempo completo

Pero cada vez más feliz

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Germán nació en algún pueblo de nuestra arrugada geografía. Su familia, la de una clase media sin otros abolengos que una arraigada fe cristiana y un amor asiduo al trabajo. Cinco hermanos: una monjita, misionera en Honduras, un comerciante, un médico, una profesora y el último, estudiante de bachillerato.

Apenas ordenado, Germán se inició al lado de un viejo párroco de pueblo. Dos años después, en la capital, como vicario de otra parroquia y ahora, al frente de una pequeña comunidad rural.

Sus preocupaciones: Cuatro escuelas de campo, el techo de la capilla que amenaza derrumbarse por la invasión del comején, el acueducto de una vereda que apenas va a medio camino, la situación de alarmante pobreza de la mayoría de sus gentes, la evangelización de sus feligreses.

Detrás de todo eso se esconde un alma delicada y sensible. En sus ratos libres, que son pocos, trata de ponerse al día en teología pastoral, suena la guitarra que le ha acompañado desde el seminario y pinta en un improvisado taller.

Se levanta todos los días a las cinco, reza el breviario, mantiene muy limpia su capilla, visita a los enfermos, quiere a su gente y se deja querer, con ese cariño amable y respetuoso de nuestros campesinos.

Parece que desde su llegada nada se ha transformado en la parroquia. Pero a la hora de la verdad, se advierte que todo empieza a reverdecer, como los prados después de las primeras lluvias.

Hoy acude más gente a la misa, se sienten más los vínculos comunitarios entre los vecinos. Ha disminuido la embriaguez, los niños reciben mejor catequesis en la escuela y aún en el hogar, la justicia en los salarios y en las relaciones de trabajo ha avanzado, son muy pocos los que no saben leer ni escribir. Hasta un pequeño coro se ha formado para solemnizar las misas de los domingos y hacerse presente en las fiestas comunales.

Y Germán se siente bien. Cada mes se da una escapada para visitar su familia. Sus padres lo encuentran cada vez más delgado, pero cada vez más feliz.

Y la despedida contiene siempre las palabras rituales de nuestras madres: ¡Por Dios, hijo, no se eche encima tanto trabajo!