Los nombres que tiene el demonio ¿corresponden a su actuación?

Autor: Gustavo Daniel D´Apice

Webs del autor en: catholic.net y Dialogando

En el libro del Apocalipsis, capítulo 12, versículo 9, se habla de los nombres del Demonio. s con ocasión de su desplazamiento del cielo, cuando combaten contra él el Arcángel Miguel y sus Ángeles, y lo arrojan de ese lugar beatífico, porque no hay más lugar para él allí después de su caída. Se dice que fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el Seductor del mundo entero. Y sus Ángeles fueron arrojados con él, es decir, los que siguieron su camino. 

Los distintos nombres que aquí se le da al Demonio nos introducen en el meollo de su actuación. Basta preguntarnos a nosotros mismos, y contestaremos que el Dragón echa fuego por la boca. Que la Serpiente es enroscada y venenosa. 

Diablo, del griego “diabolos”, significa una mente doble y perversa. 

Y el nombre de Seductor se le aplica porque aparece como “Ángel de luz”, presentando el mal como bien y viceversa, para confundirnos y hacernos caer. 

El ángel es un ser personal, que subsiste en sí mismo, pero que recibe su existencia de parte de Dios. Lo mismo pasa con nosotros, que también somos personas.

Tratemos de sacar alguna enseñanza:

1. Sabemos lo que es echar fuego por la boca; más de una vez se lo atribuimos a alguna persona por sus expresiones, su enojo desordenado, sus insultos o sus críticas malsanas. 

2. También sabemos lo que es ser enroscado o enroscada: Persona complicada, que no hace las cosas fáciles, que “puede salir por cualquier lado”, que dice algo y hace otra cosa, que no son claras sus intenciones, que es difícil de tratar. 

3. ¿Y alguien venenoso o venenosa?: Es el que habla mal de otra persona, que denigra, que calumnia, que difama, que desprecia, principalmente con sus palabras. 

De todos estos nombres del Demonio, que delatan su actuación furtiva y su psicología hostil, se desprenden tres consecuencias que vamos a analizar, para tratar de no entrar en su juego. 

Estas consecuencias, fruto de su actuación en nosotros, son: (a) la murmuración, (b) la difamación y (c) la calumnia. 

Son formas de matar o eliminar al otro, al que no queremos; nos convertimos en homicidas, y en seguidores del padre de los homicidas, Satanás (Jn . 8, 44). 

a) Veamos el primero de ellos: La murmuración. 

Vayamos a su significación etimológica: Según el Larousse Universal, murmullo es “un ruido sordo y confuso que producen varias personas hablando al mismo tiempo”, y también “las aguas corrientes”, poniendo como ejemplo “el manso murmullo de un arroyo”. Pero si vamos directamente a “murmuración”, dice “crítica o maledicencia”. Ordenemos los términos, y digamos que la murmuración es cuando varias personas hablan de otra, como el murmullo de un río que arrastra sus piedritas, y es un ruido sordo porque no permiten que otras que no estén unidas a ellas participen o se enteren de lo que hablan. Si viene alguien ajeno al grupo, se callan, para ver el grado de involucración que demuestra el que se acerca. Consiste en hablar de otro u otros, pero mal. Y no de cosas desconocidas, sino conocidas por todos, y agrandándolas.

b) Distinta es la difamación. En este caso, los complotados en contra del ausente, hablan mal para hacerlo quedar aún peor, pero con cosas que no son conocidas por los presentes, sino sólo por el que las habla o algún otro.

c) La calumnia es lo más aberrante. Es decir a otro o a otros, con mentira, algo malo de alguien ausente.

Si no queremos entrar en componendas con el Demonio, no seamos caja de resonancia de sus nombres:

1. No echemos fuego por la boca como el Dragón.

2. No seamos enroscados y de intenciones poco claras como la serpiente. 

3. No seamos venenosos cuando nos referimos a nuestro prójimo ausente.


En fin: No caigamos en la murmuración, en la difamación o en la calumnia, que cotidianamente nos son presentadas por el “seductor del mundo entero”.