La sucesión del Romano Pontífice

Autor: Gustavo Daniel D´Apice

Webs del autor en: catholic.net y Dialogando

 

Qué se elige.

Lo primero que hay que decir es que se elige al Sucesor del Apóstol San Pedro, que fue el primer obispo de Roma.
Como Pedro fue el Jefe de los Apóstoles, el Obispo de Roma sigue siendo el Jefe de los Sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos.
Y, por lo tanto, Jefe de la Iglesia Universal, Sumo Pontífice o Papa.

Pero el ser Papa se deriva de ser Obispo de Roma, y no al revés. Por lo tanto, lo que eligen los Cardenales en el Cónclave (reunión de los mismos para elegir al Sumo Pontífice –ver el artículo sobre los Cardenales en la Iglesia-) es al Obispo de Roma. Al ser éste Sucesor del Apóstol Pedro, que era el Jefe de la Iglesia primitiva, continúa con el cargo petrino de Pastor Universal.


Roma es distinta de las demás diócesis.

Desde el siglo IV hay claros indicios de que se tiene conciencia cierta de que Roma es la Madre y Maestra de las demás iglesias particulares (diócesis). Éstas llevan al Obispo de la Urbe a dirimir sus cuestiones y problemas, hasta hacerse célebre una sentencia, que en latín dice: “Roma locuta, causa finita”: Roma habló, la causa se acabó (o la cuestión se dirimió).

Es clara la diferencia de la diócesis romana con las demás del mundo entero: Es la única que elige a su propio Obispo, por medio de los Cardenales de todo el mundo, que con su nombramiento quedan incorporados al clero de Roma.

Ninguna diócesis elige a su Obispo por mayoría de su clero, salvo la romana. 

Es más, el Obispo de Roma nombra a los demás obispos (es decir, nos provee de Pastores), y acepta las renuncias de los mismos.

Pero no hay una instancia superior a Roma para que con ella se pueda hacer algo similar.


Consecuencias de ser Obispo de Roma.

El Obispo de Roma, como sucesor del Apóstol Pedro, se convierte en servidor de la Iglesia universal, PRINCIPIO Y FUNDAMENTO PERMANENTE Y VISIBLE DE LA UNIDAD de la misma dentro de su diversidad de razas y culturas.

Su servicio y poder de intervención no depende de otro, y es supremo: No se puede apelar a nadie más allá de él.
Este servicio es total y pleno, no mayor ni distinto de los demás obispos.
E inmediato, es decir, sin necesidad de intermediarios.
Es también “ordinario” (la palabra viene de orden), sin ninguna delegación de nadie.
Y universal (se extiende a todas las comunidades de bautizados católicos y a cada uno de éstos en particular).

Pero no sólo esto:

Al ser Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, queda constituido en Primado de Italia (toda nación o país tiene su “obispo primado” –el primero, el más significativo, para servir a la unidad de la Iglesia que allí peregrina).

También pasa a ser Metropolitano o Arzobispo de la provincia eclesiástica romana (recordemos que varias diócesis se agrupan en “provincias” para trabajar mancomunadamente; al frente de la provincia hay una Arquidiócesis presidida por un Arzobispo o Metropolitano).

Se constituye en Patriarca de Occidente, al ser Roma el lugar donde se encuentran los restos del Apóstol Pedro y, por lo tanto, la sede más importante. 
Le sigue en importancia Constantinopla o Estambul, donde se encuentran los restos del hermano de Pedro, el Apóstol Andrés, Sede del Patriarca de Constantinopla.
Luego siguen en importancia Jerusalén, Kiev, etc.

Otra consecuencia del obispado romano es ser Jefe del Estado del Vaticano, lo que da a la Iglesia independencia de los poderes temporales, al ser el mismo Santo Padre Jefe de Estado de una Nación independiente.

Es Vicario (representante de Cristo) para su diócesis, como lo es todo Obispo.
Recalquemos que los Obispos son Vicarios (representantes) de Cristo mismo, no del Papa, para sus respectivas diócesis.
Pero el Obispo romano, por lo que venimos diciendo, pasa a ser Vicario de Cristo no sólo para su diócesis, sino para la Iglesia toda, constituyéndose, como decíamos más arriba, en principio y fundamento VISIBLE de la unidad de la Iglesia dentro de su enriquecedora diversidad.

Pasa asimismo a ser Cabeza del Colegio Episcopal y Pastor Universal de los fieles.



Cómo se elige.

Primero digamos que para la reunión del cónclave (cardenales que elegirán al Sucesor de Pedro como Obispo de Roma), según el Código de Derecho Canónigo Nº 355, la sede romana debe estar vacante (por fallecimiento o renuncia del obispo romano) o “impedida” (el obispo romano cautivo o en estado alterado evidente de sus facultades mentales o con imposibilidad cierta de gobernar).
Si esto se produce en medio de un Concilio, éste se interrumpe, se reúnen los Cardenales (no todos los Obispos de un Concilio son Cardenales) y, una vez elegido el nuevo Sumo Pontífice, éste decide si el Concilio se reanuda o queda definitivamente suspendido hasta nueva convocatoria.

Digamos por último, antes de ir a la forma de la elección, que el Obispo de Roma puede renunciar, pero no ante una instancia superior (ni el Concilio está por encima de él, ya que éste es convocado, presidido y ratificado por él, y el mismo Colegio Episcopal se considera siempre con su Cabeza, el Papa, y nunca sin ella). Su renuncia este ante sí mismo o, de un modo más espiritual e “invisible”, ante sólo Dios.


La forma.

Reunidos los Cardenales, sólo tienen voz y voto los menores de 80 años. Los mayores, si bien pueden asistir, sólo tienen voz.

El número de Cardenales electores es de 120. No deja de tener su simbolismo éste número. Es 10 veces (totalidad) 12 (plenitud). Son la totalidad plena que se necesita para la elección, aunque se puede modificar alrededor de éste número según los Cardenales nombrados menores de 80 años.

Dirige las sesiones el Cardenal Camarlengo que, sin ser superior a los demás, sino el primero entre iguales, gobierna la Iglesia por esos momentos, teniendo precedencia sobre sus hermanos Cardenales).

Votan 4 veces por día, a fin de poder lograr los 2/3 más uno para la elección.
Luego de la 38º votación, la elección pasa a ser por mayoría simple, 1/2 más uno.

Cuando no se ha logrado la mayoría, los papelitos con los votos de los cardenales se queman con una sustancia química que provoca humo negro (“fumata negra”), el cual sale por la chimenea vaticana indicando lo infructuoso de la votación, y avisando de la misma al pueblo romano que, expectante, espera divisar la humareda blanca (los papelitos de los cardenales que han logrado la mayoría quemados con una sustancia que produce la “fumata blanca”), para acudir jubiloso a la Plaza de San Pedro y participar del momento histórico de la presentación del elegido en el balcón de la misma.

Si el elegido no llega a ser Obispo, lo ordena como tal el decano del Colegio Cardenalicio.

Lo proclama ante los fieles con su nombre el Cardenal Protodiácono (“primer servidor”).

Puede ser elegido cualquier varón bautizado.

Prerrogativas de la Sede Romana: Indestructibilidad e Infalibilidad.

El Sucesor del Apóstol Pedro participa del ser “roca” de éste, cualidad que a su vez Pedro recibió de participar en el ser Roca de Jesús.
En el Antiguo Testamento, Dios es la Roca de la salvación.
Y el Mesías es la “piedra” que, rechazada por los constructores (el pueblo judío como tal), se convirtió en la “PIEDRA ANGULAR” (la más importante donde se edifica la construcción de la Iglesia-Reino de Dios).

Ahora bien, todo esto proviene de la famosa confesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo, cuando declaró a Jesús como el Mesías de Dios.
Éste, a su vez, declaró a Pedro piedra, y las puertas del infierno, del mal, no van a prevalecer sobre la Iglesia edificada sobre la Roca-Jesús-Pedro.

Aquí aparece la característica romana de la “indestructibilidad” o “indefectibilidad” de la Iglesia presidida servicialmente por Pedro y sus Sucesores.


Otra característica petrina es la INFALIBILIDAD.
El Obispo de Roma, cuando habla como Pastor de la Iglesia Universal y Doctor en la fe para los fieles cristianos, no se equivoca en cuestiones que atañen a la fe (lo que se debe creer) y a la moral (cómo se debe actuar de acuerdo a esa fe que se profesa).
Esta infalibilidad del ministerio de Pedro y sus Sucesores se manifiesta cuando este habla “ex cátedra” (desde su cátedra o sede de maestro de la fe) proponiendo a los fieles lo que se debe creer y cómo se debe actuar en consonancia con ello.

También tienen esta prerrogativa los Concilios, convocados y presidido por el Obispo de Roma.

Y cada Obispo, cuando habla comúnmente, ordinariamente, a sus fieles, sobre cuestiones de fe y moral, estando en comunión con sus demás hermanos Obispos y con el Romano Pontífice.