Jesús vence el sufrimiento con el Amor (IV)

Autor: Gustavo Daniel D´Apice

Webs del autor en: catholic.net y Dialogando

Fuente: Ediciones "Dialogando"



4. Comentario breve a la Salvifici Doloris.

JESUCRISTO: EL SUFRIMIENTO VENCIDO POR EL AMOR.

14. “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Único, para que todo el que cree en el no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3,16).

Aquí está el centro de la acción salvífica de Dios (la “soteriología”, o teología de la salvación).

Salvación quiere decir “liberación del mal”, y por eso está estrechamente relacionada con el problema del sufrimiento.

Según las palabras evangélicas anteriores, Dios entrega a su Hijo para “liberarnos” del mal, que es la causa del sufrimiento humano.

“Entregar” significa que esta liberación, el Hijo la tiene que realizar por medio de su propio sufrimiento. Y aquí se manifiesta el amor infinito de Dios, tanto del Padre como del Hijo, porque es una entrega para sufrir amorosamente por nosotros.
Es una entrega amorosa, por amor.
Es el amor que salva, el amor salvífico.

Habíamos visto, desde el Antiguo Testamento, el sufrimiento como “castigo” del pecado, como “prueba”, aún en el justo inocente (Job ), y como pedagogía de Dios.
Ahora estamos en una nueva dimensión: La de la “redención”, el valor redentor del sufrimiento, que salva y libera del mal, principalmente del mal eterno (infierno).

Ya lo anticipaba el justo Job en el Antiguo Testamento: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al final, con mis propios ojos, veré a Dios” (Jb. 19,25-26).

Las palabras de Jesús con Nicodemo del principio, se refieren más que nada al sentido último del sufrimiento, fundamental y definitivo: No morir, para tener vida eterna. Es la vida definitiva frente a la muerte definitiva, la batalla final entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte.

El hombre (varón y mujer) muere cuando pierde la vida eterna.
Lo contrario a la salvación no es solamente el sufrimiento temporal, sino el eterno, perder definitivamente la Vida de Dios y en Dios.

Para salvar de este sufrimiento definitivo, el Hijo debe tocar “las raíces” del mal.
Estas raíces están fijadas en el pecado y en la muerte, que son la base de la pérdida de la vida para siempre.

Jesús vence al pecado y a la muerte.

Al pecado lo vence por su obediencia a Dios, cumpliendo su Voluntad. A la muerte la vence con su resurrección corporal y definitiva también.

15. Al tocar Jesús el mal en sus mismas raíces, nosotros pensamos no tan solo en la liberación del mal último y definitivo, sino también en el mal y el sufrimiento en su dimensión temporal e histórica.

El mal se vincula con el pecado (perder la vida de Dios –la gracia-) y con la muerte (perder la vida temporal).

Aunque no siempre se puede vincular al sufrimiento con el castigo por el pecado (vimos el caso de Job), sin embargo no puede separarse del pecado de los orígenes y de la acumulación de pecados personales, que hacen un mundo injusto, sufriente y doloroso.

En la base de los sufrimientos humanos, hay una implicación múltiple con el pecado.

- Algo parecido pasa con la muerte.

A veces se la espera como una liberación de los sufrimientos de esta vida.

Ella es como una síntesis definitiva de la acción destructora, tanto del cuerpo como de la psiquis.
Comporta la disociación (separación) de toda la personalidad psicofísica del hombre.

El alma sobrevive y subsiste separada del cuerpo, mientras el cuerpo se va descomponiendo gradualmente (“Eres polvo, y al polvo volverás” –Gn. 3,19-).

Aunque la muerte trascienda todos los sufrimientos, y no es un sufrimiento en el sentido temporal de la palabra, (está más allá de todos los sufrimientos), el mal que el hombre experimenta con ella tiene un carácter definitivo y totalizante.

Dijimos que Jesús libera del pecado y de la muerte.

Libera del pecado otorgando la vida de Dios, la gracia, por medio del don Espíritu Santo.

Libera de la muerte abriendo paso, con su Resurrección, a la futura resurrección definitiva de nuestros cuerpos, hermosamente transformados, clarificados e incorruptibilizados.

Las dos son condiciones esenciales de la “vida eterna”, es decir, de la felicidad absoluta del hombre en su unión con Dios.

En la perspectiva “escatológica” (final), para el hombre salvado, el sufrimiento es definitivamente cancelado en forma total.

Es la felicidad, la santidad, y la vida eternas.