El rol del Obispo

Autor: Gustavo Daniel D´Apice

Webs del autor en: catholic.net y Dialogando

 

Son interesantes los signos que se otorgan al Obispo en su ordenación episcopal: 
El anillo, signo de su desposorio con la Iglesia particular (la diócesis) a la cual sirve (la comunidad de los bautizados). De allí que, tanto en la tradición oriental ortodoxa como en la occidental católica, debe ser célibe, porque su esposa es la Iglesia, a la cual sirve amorosamente. 

El pectoral (cruz sobre el pecho), signo de que Jesús debe estar en su interior y ser el dueño de su corazón para representarlo.  

El báculo o cayado, signo del pastor que es solícito con sus ovejas para guiarlas hacia buenos pastizales y defenderlas de los enemigos que las asechan (principalmente el pecado).  

La cátedra, de Maestro del Evangelio, lugar desde el cual preside el culto y dirige la oración (se encuentra en la Catedral, en el centro del presbiterio, y sólo es ocupada por él). 

El solideo (pequeño gorrito morado), por el cual sólo a Dios (“soli Deo”) da la gloria.  

Y la mitra (sombrero en forma de punta, con dos tiras que salen por el costado, detrás, debajo), antiguo signo de dignidad entre los romanos, pero que en él representa su contacto experiencial con Dios (“que brille en ti el esplendor...” –de la fórmula de imposición de la Mitra-). Véase Éx. 34, 29-30.35 (el rostro de Moisés “irradiaba” al conversar con Dios) .Él es el primer Catequista o Evangelizador en su diócesis. 

El primer Liturgo, o el que anima el culto y la oración, principalmente a través de los sacramentos. 

Y el primer Servidor de la unidad de los fieles ( por ello el Papa se llama a sí mismo “el Servidor de los Servidores de Dios”). 

Finalmente, tenemos que decir que el Obispo, en comunión con los demás Obispos y con el Sucesor del Apóstol Pedro (el Obispo de Roma o Sumo Pontífice), conforma lo que se denomina el “Magisterio de la Iglesia”.  

A ellos corresponde velar para que la Tradición Apostólica (que viene desde Jesús y los Apóstoles, desde la comunidad apostólica, por medio de la sucesión apostólica), a través de las dos grandes fuentes de la Revelación de Dios: oral (Tradición Viva) y escrita (Sagrada Escritura), permanezca inalterable y cada vez más explicitada, inteligible y viva para todos los hombres hasta el final de los tiempos. 

Es más, el que los escucha a ellos, crece en la inteligencia de la fe, porque, por esa sucesión apostólica, poseen el “carisma de la verdad” (CEC 94 d.). 
¿Lo experimentás así, bautizado? Entonces poseés el Espíritu del Señor Resucitado.