El Obispo Claus

Autor: Gustavo Daniel D´Apice

Webs del autor en: catholic.net y Dialogando




En las escenas de Navidad aparecen personajes típicos, que nos hacen preguntar si tienen alguna referencia cristiana o son simples invenciones de la fantasía y de la piedad popular y poco formada.

Hoy. vamos a abordar alguno de ellos.
Comencemos con el tan popular Papá NoeI, al que se le adjudican dotes de paganismo y comercialización que harían impropia su presencia junto al nacimiento de Jesús, a tal punto que algunos optan por no colocarlo y tratar de no hacer ninguna referencia a él.

Vayamos a sus orígenes: Nicolás, tal es su verdadero nombre, es un santo obispo del Siglo IV, de Lisia, antigua comarca del Asia menor. 

En Alemania se lo llama Nikolaus. Los anglosajones fueron deformando o abreviando su nombre, y le quitaron la n, la i, y la o, quedando Klaus, o Claus, y fonéticamente no puede ser San Claus, sino Santa Claus. 

Siempre es el mismo señor obispo santo, cuyas reliquias fueron trasladadas en el año 1087 a la Catedral de Bari, en Italia, por lo que se lo conoce modernamente como San Nicolás de Bari. 

La liturgia del calendario romano lo celebra el día 6 de diciembre, en pleno tiempo de espera de la Navidad.

Luego, en una forma de llamarlo más familiar, le quedó Papá Noel.
Noel, o Noelia, su femenino, en francés significa Navidad. Es el papá de la Navidad, o el Obispo que nos introduce en ella, teniendo la luz de Cristo en una mano y la bolsa para los pobres en la otra. Veamos como y el porqué de su popularidad:

La leyenda cuenta de él que, cuando fue bañado por primera vez después del parto, se quedó paradito solo en la bañera. 

Durante su lactancia, rechazaba el pecho materno el día viernes, penitencial en la Iglesia. Ya más grandecito, rehusaba las diversiones y las vanidades del mundo, y frecuentaba la
Iglesia para orar.

Ya como obispo, monseñor Claus sobresalió por su caridad. 

En cierta ocasión, un feligrés suyo, acosado por las deudas y las amenazas de sus acreedores, y no pudiendo pagar, pensó en colocar en un prostíbulo a sus tres hermosas hijas vírgenes, con el fin de salvar su vida y la de sus hijas. 

Enterado el obispo, vestido con sus ropas episcopales, y pensando que nadie lo veía, tomó tres bolsas y, llenándolas con monedas de oro, ya que provenía de una familia no sólo santa—sino también acomodada monetariamente, pasó tres veces por debajo de la ventana de la casa de los infortunados deudores, y en cada pasada arrojaba una de sus bolsas con el dinero que necesitaban. 

Así, el ahora afortunado padre no sólo pudo pagar sus deudas sino que también pudo separar las dotes necesarias para que sus hijas accedieran a un ventajoso matrimonio para cada una, tal cual era la costumbre de la época.

Siguiendo con este problema de la hambruna de sus fieles, en cierta ocasión pidió a los marineros de un barco cargado de víveres que dejaran parte para sus ovejas, tanta era la preocupación del pastor. Ellos lo hicieron y, cuando el barco llegó a su destino y fue inspeccionado, la cantidad de provisiones era la misma con que hablan zarpado. 

Devolviéndoles el favor, Claus se les apareció en alta mar en una bravía tormenta, así como Jesús lo había hecho en cierta ocasión con sus discípulos en el Mar de Galilea, calmando la tempestad.


Dios, en su Hijo Jesús, nos dio el regalo más grande en la Navidad, de aquellos que no pueden ser comprados con el dinero. 

¿DEBEMOS HACERNOS REGALOS?

Nosotros, unos á otros, nos hacemos regalos, y esa es una costumbre buena y loable. Significa ocuparme del otro, observar qué puede gustarle y obsequiárselo. 

Si Dios nos regaló a Jesús, cómo no vamos a poder hacernos unos a otros regalos menores, aunque, el más importante, sería el de hacer conocer a Jesús, el Gran Regalo del Padre. 

Pero no sólo a familiares y amigos debemos regalar. Santa Claus, o San Nicolás, o Nikolaus, o Papá de la Navidad, como Ud. quiera llamar a monseñor Claus, nos enseña que los regalos son para los que los necesitan. Por eso, si hay regalos, nunca debería faltar alguno o algunos para los pobres. 

Papá Noel trae regalos y su pedagogía nos dice que son para los que los necesitan. 

Si no hay regalos, basta el gesto, la sonrisa, la caricia, el abrazo, el amor. Y también debe haber de ellos para los pobres.

De allí que muchos pastores, sacerdotes, obispos, diáconos, lacios y laicas, compartan su mesa y se dediquen en Nochebuena a servir a los que no tienen casa, amigos, familiares ni comida. 

Es seguir el ejemplo de Claus. 

Si no, el Papá Noel no va a dejar de ser un muñeco vestido de rojo al que no encontrarás significado alguno, salvo la nada y el vacío.

(*) Profesor y bachiller en Teología (UCA). Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación.