Ayer morí

Autor: Gustavo Daniel D´Apice

Webs del autor en: catholic.net y Dialogando

Fuente: Ediciones "Dialogando"



AYER MORÍ.

(“Tener siempre ante los ojos la muerte” –San Benito, Regla, de los Instrumentos de las Buenas Obras)

Sí. Así fue. Ayer morí.

Fue un golpe seco y duro. ¡Paff!
Y caí hacia el costado derecho, cerca y antes de la acequia, que venía con abundante agua y con fuerza.

Aunque hubiera caído adentro, no me hubiera ahogado.
Me mató el golpe, fuerte y seco, del auto, que venía a gran velocidad.
No ví la marca, ni el tamaño, ni el color.
Menos la patente, porque, al embestirme y pasar adelante mío, ya había muerto.

Es como que me agarró, por la parte trasera, en todo mi costado izquierdo: la nalga izquierda con la pierna, y toda la parte izquierda de la espalda con el hombro correspondiente.

La cabeza no.
Ella, con el impacto del cuerpo hacia delante, se echó para atrás, hasta desgañitarme.

Por supuesto que el vehículo siguió.

Después de semejante golpe, era imposible pensar que hubiera todavía algo de vida en mí.
Y meterse en semejante problema por un muerto...

“-Ni siquiera es abandono de persona –se dijo el conductor-: el alma ya seguro que no está en ese cuerpo –filosofó-.
Así que en estos momentos es tan sólo un cuerpo muerto, como el de un caballo o el de un perro atropellado por un camión –tranquilizó su conciencia-.
Nada más que éste volverá a ser persona en la Resurrección de los muertos, cuando su alma vuelva a unirse a su cuerpo ya glorioso e inmortal –elucubró en un ataque teológico de piedad-; pero por ahora no lo es, es un simple cadáver como tantos otros que alguien se encargará de recoger y enterrar –se volvió a tranquilizar, mientras agarraba curvas y contracurvas para no ser seguido ni identificado por un posible “buen ciudadano que se meta en algo que no le corresponda...”.

Me imaginé que, si quedaba con vida del embate, y de haber rodado un poquito más, podría haber ido a parar a la acequia, de agua fresquita y tormentosa, que baja con fuerza especial para los que tienen ánimo de suicidarse en alguno de sus tramos...

Entonces hubiera muerto ahogado...
Me habría parecido más emocionante... Bueno... al menos no tan seco y de repente, con tan sólo un “-¡Paff!” y listo!:
Agua, mojadura, mareo, progresividad de la inconsciencia, esperanza de rescate, , golpes repetidos contra el fondo y contra las paredes laterales del acueducto mientras las aguas me arrastraban hacia su destino tormentoso...

Cuerpo encontrado en un desagote final, allí por donde sólo el agua podía seguir huyendo y deslizándose hacia su final incierto -¿sería absorbida o desembocaría triunfante y ostentosa para seguir emergiendo airosa?-: tal vez un filtro o contra un alambre que divida las aguas pero que a ella no la contiene, sino sólo lo que ella trae y arrastra: deshechos, basura, cuerpos asesinados en el vientre de su madre, algún cadáver de un animalito incauto, quizá algún suicida hastiado de vivir mal; y yo, tirado por el golpe seco del auto.


Y así perdí la oportunidad de morir miles de muertes más:

No caí de un avión, con ese vértigo de falta de aire y desesperación que lo acompaña, mientras el corazón quiere detenerse antes del impacto final.

Ni en un navío zozobrando en medio del mar, suave y dulcemente mecido por las olas amables... esperando un barco de rescate que nunca llegará.

Con el remolino final que succiona todo lo que encuentra, e imaginándome, vertiginoso, deslizándome por ese embudo fatal de las aguas girando vorazmente en círculos concéntricos para atraparme y hacerme descansar de mis tareas en el abismo sin fin de su caudal, reposando en las arenas de coral mientras un cardumen de peces pasa indiferente por mi costado.

Tampoco pude caer escalando una montaña, arrastrando detrás de mí a los incautos compañeros que compartían la cintura con mi soga. ¿Moriría en el descenso descontrolado diciendo “basta” mi corazón, u otra vez en un “¡Paff!” final y seco, con golpes y machucones anexos por los sucesivos rebotes de la caída final?

Tampoco en el colectivo, que a gran velocidad va sorteando otros vehículos, bicicletas, motos y transeúntes que poco parecen valorar sus vidas, y que finalmente se hunde contra un árbol frondoso, cansado de tanto manobriar, mientras como una estampida los gorriones salen disparados hacia arriba y el costado buscando un refugio más seguro, independiente tal vez ahora de una maniobra desdichada de otro conductor.

Ni en un tren: Esa utopía de vías vacías que se encuentran no sé dónde y que te llevan a ningún país:

Descarrilando estrepitosamente o embistiendo con fuerza el final de una formación retrasada, que las señalas no alcanzaron a indicarla... O la catástrofe maldita del encuentro frontal de dos locomotoras que se encuentran a la velocidad del viento, como dos titanes enfurecidos que buscan aniquilarse en una confrontación final que liquide el pleito... llegando al misterioso beso final por la misma vía que antes las había alejado para distintos sitios contrarios, no pensando más la una en la otra ni en volver a encontrarse.

Ya morí.

Con todo lo que tenía que hacer mañana... Y pasado... Y en los días subsiguientes... Y en las semanas que transcurrirían después... Y en los meses que vendrían... Y en los años que seguirían...

¡Qué será del mundo sin mí, y de mí sin el mundo!

Pero... ¡¿Cómo?! ¿Todo sigue marchando?... Si yo tenía que hacer aquel trámite (¿quién lo hará?), comprar ese auto (¿a quién se lo venderán ahora?), vender esa propiedad (¿quedará sin vender?), corregir esos exámenes (¿quién sabrá cuál es mi criterio para hacerlo?), dar el siguiente curso en la Universidad, escribir ese libro, conducir el programa que sigue por radio y por TV...

¡No! ¡No pueden velarme y enterrarme así nomás! Tengo que hacer algo..., porque fui alguien, como todo ser humano que se precie de tal...

Es evidente que no pueden seguir sin mí!

Pero... me falta el habla... O nadie me escucha ya.

No puedo moverme ni hacer un gesto... Estoy duro y estático.

¡Y este cajón donde me han puesto! Prefiero otra madera! Me dá alergia.¡Siempre dije que esta clase de madera me daba alergia... y justo me la ponen ahora, que parece que va a durar un largo rato! ¡Qué mal pintada por dentro... Barniz del peor, y salpicado! Claro, es del más barato... Total, ahora quien se les va a quejar!

¡Qué largas estas horas para mí y para los pocos que vienen y rápido se van!

“-Cuándo me enterrarán!- “- digo. “-Cuándo lo enterrarán!”-dicen.

Falta poco. ¿Quién habrá hecho los trámites en el cementerio? ¿La Municipalidad?

Mi familia ni apareció: Claro, no les dejé nada. Sino, ya estarían acá para ver cuál es su parte, y comenzar a llevársela o a tramitar la entrega...

Ah!... Alguien se ocupó. Sí, es cierto: Le había dejado encargado, y cumplió. No sé si porque le pagué o porque no había otro.

Pero... ¿Todo quedará así?

“-¿Por qué no planeamos mis relevos y reemplazos en todas las cosas que hacía?”
“-¿Quieren que dé mi opinión o sugerencia?”
“-¿Quieren que recomiende a alguien para cada una de las áreas que yo cubría?”

Nadie me escucha. A nadie le interesa, aunque me escucharan.

Ya no cuentan conmigo. Y yo todavía sí con ellos...

Pasé a otra dimensión, a otro mundo. Del que pocos hablan y del cual todo parece incierto, salvo para la gente religiosa, para los supersticiosos o para los teólogos.

Pero mi cuerpo todavía está ahí y los veo...

Insisto en querer sugerir algunas cosas que han quedado pendientes...

¡Pero... qué es esto? No entiendo... (me tapan).

Ya no veo nada. Me ahogo en este inmundo y barato cajón.

“¡Miren que de chico tuve asma!” (no escuchan)

“¿Adónde me llevan?”. El trayecto se me hizo corto, aunque realmente no sé si fue corto o largo. Ya no sé que son esas medidas desde aquí.


Me bajan a los tumbos. Me pego contra las paredes del ataúd, si se lo puede llamar tal...

Me transportan entre algunos. Se quejan. Algo escucho, despacito, a través de la madera: -“Linda comidita para...”

¡Ay! ¡Que me agarra vértigo! Me descienden, poco, algo, pero no me gusta... Carreteo entre barro y piedras....¡ toc- toc- toc- prrum! ¡Paff! (Otra vez, frío y seco).

Ahí quedé. No me mueven más.

¡Ah, no, eso sí que no! ¡Parecen enfurecidos! ¡Me tiran tierra y barro por encima, y algunas piedras demuestran su peso y consistencia! ¿Paff, pun, puf, chic, trass, criss, trash, parapún, pun, paf, pán, chiff! Me tapan. No voy escuchando más nada, ni la tierra que arrojan. Me taparon. Ya no escucho nada, ni a la gente murmurar. ¡Qué paz y qué silencio que hay aquí!

Me olvidé de traer un libro, pero, igual, nada puedo ver ya...

(“Señor: Acepto la muerte, mi muerte, con todas las circunstancias con que quieras enviármela...” –p. Justino María Russolillo-)