¿Tiene futuro la misión de la Iglesia?

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

La vocación de los primeros discípulos tiene en San Lucas el prólogo de la pesca milagrosa (cf Lc. 5, 1-11). Con este signo, Jesús llama la atención de aquellos hombres y les indica lo prodigioso de su labor cuando sean "pescadores de hombres".

 

El asombro se apodera de Pedro, de Santiago y de Juan al ver "la redada de peces que habían cogido", después de haber pasado la noche bregando sin haber pescado nada.

 

La pesca es imagen de la misión de la Iglesia. Por sí sola, separada de Cristo, la Iglesia no puede nada. Únicamente será eficaz si su mirada está puesta en Jesucristo, la Palabra de Dios; si está dispuesta a remar más adentro y a echar las redes para pescar basada en la palabra del Señor. Como dice Pedro: "por tu palabra, echaré las redes".

 

Esta misión de la Iglesia está aún en los comienzos. No podemos dejarnos impresionar por hechos negativos que podrían conducirnos al pesimismo: El ambiente secularista y hostil a lo cristiano; la pérdida del sentido religioso en las familias; el abandono de la fe por parte de tantos cristianos...

 

Con ojos humanos, podríamos pensar que la Iglesia, al menos en nuestro mundo occidental, tiene poco o nada que hacer. Pero ésta sería una mirada superficial. Hemos de avivar nuestra fe: "Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo", escribió Juan Pablo II en 1990 ("Redemptoris missio", 86). Son muchos los hombres que esperan a Cristo y, por consiguiente, "hemos de fomentar en nosotros el afán apostólico por transmitir a los demás la luz y la gloria de la fe" ("Redemptoris missio", 86).

 

El Señor quiere valerse de nosotros, como se valió de Pedro, de Santiago y de Juan, para llevar a cabo su "pesca de hombres". A pesar de nuestra fragilidad personal, hemos sido llamados para ser instrumento de Dios. Y hemos de responder a esta llamada con prontitud, como aquellos primeros que "dejándolo todo, lo siguieron".

 

Todo cristiano, todo bautizado, está llamado a la santidad y a la misión, a anunciar el Evangelio a toda criatura, para que la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, ilumine a todos los hombres (cf "Lumen gentium", 1).

 

Para echar las redes, es preciso suscitar entre todos los cristianos un nuevo anhelo de santidad. Pensemos en los primeros cristianos: Tenían pocos medios, pero, fiándose de Jesús, fueron capaces de anunciar el Evangelio, en poco tiempo, hasta los confines del mundo. En la base de ese dinamismo misionero estaba "la santidad de los primeros cristianos y de las primeras comunidades" ("Redemptoris missio", 90).

 

Como los apóstoles hemos de contemplar el misterio de Cristo para anunciarlo de modo creíble. Él es nuestra esperanza. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, en un mundo que tiende al pesimismo, hemos de testimoniar la alegría de la Pascua, la Buena Noticia de la Resurrección del Señor.