Sacerdocio y vocaciones 

Autor: Padre Guillermo Juan Morado


El pasado domingo, 6 de julio de 2003, el “Faro de Vigo” publicaba una entrevista con un benemérito sacerdote que celebraba sus “bodas de oro” de ordenación. Cincuenta años de sacerdocio no son una broma; máxime teniendo en cuenta los cambios que la Iglesia y la sociedad han experimentado en estos últimos decenios. Cincuenta años de sacerdocio, en esta época de horror al compromiso, de alergia a lo definitivo, son un milagro, un canto a la gracia de Dios, que hace posible la fidelidad del hombre.

 

Sin embargo, resultaba chocante el titular que encabezaba esa noticia: “Los protestantes se casan y son tan curas como yo”, se ponía en boca de este sacerdote. En fin, se comprende que los titulares de prensa son un género literario poco adecuado para los matices y a las precisiones. Pero tal como aparecía el titular no responde a la verdad de las cosas. No es la misma la comprensión del sacerdocio en el protestantismo y en el catolicismo. El catolicismo cree que existe un sacramento específico que capacita a algunos hombres para representar a Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. El sacerdocio católico es algo más que un oficio que se desempeña; en el sacerdote se da, en virtud de la ordenación, una transformación profunda que lo asimila a Jesucristo, Mediador entre Dios y los hombres. No existe nada similar en el protestantismo. Lo que los católicos llamamos “sacerdocio”, para los protestantes no es un sacramento, es solamente un oficio, una función social más. Por tanto, casados o célibes, existe una diferencia esencial entre sacerdotes católicos y pastores protestantes.

 

Es verdad que la escasez de vocaciones es uno de los graves problemas que tiene la Iglesia, al menos entre nosotros. Pero la confusión doctrinal y la penumbra teológica acerca de la especificidad del orden sacerdotal no parecen ser el cauce adecuado para superar el escollo. Por otra parte, la experiencia de las comunidades eclesiales protestantes pone de manifiesto que ni el matrimonio de los ministros, ni la encomienda de la función pastoral a las mujeres solucionan en nada la crisis de vocaciones. Las raíces son mucho más profundas. Son un indicio, en todo caso, del debilitamiento de la fe en nuestras sociedades.

 

 ¿Cuál es la solución? Ciertamente no hay recetas mágicas, pero intuimos que la respuesta pasa por la fidelidad a lo que Jesucristo y la Iglesia esperan de los sacerdotes. Fidelidad de la que son exponentes tantos curas que, a pesar de los pesares, siguen al frente de sus parroquias incluso después de cumplir las “bodas de oro”. A todos ellos, nuestra felicitación y nuestro reconocimiento. © Guillermo Juan Morado (Mondariz) 8 Julio 2003.

 

© Guillermo Juan Morado (Mondariz)

8 Julio 2003.