Qué doblen por él las campanas
Autor: Padre Guillermo Juan Morado
Lo habíamos conocido a través de un periódico y lo habíamos medio adoptado.
Pelayito, o Covadonga, no era un número más en la siniestra cifra de las
casi ochenta mil víctimas anuales del aborto. No. Tenía ya un nombre, era un
niño deseado, cuyo nacimiento muchos esperábamos con una menguante dosis de esperanza.
¡Qué doblen por él las campanas! Las de Avilés y las de España entera.
Su muerte ha sido un sacrificio anunciado, un complot de los poderosos, el
resultado de decretos más perversos que los de Herodes.
Cuando se pedía a gritos, y con súplicas, que le dejasen vivir, se oía con
insistencia la voz de la Muerte, que con su negro coro intervenía en esta
tragedia: "No, matadle; solucionad el problema, ajustaos a la ley; qué no
viva, qué no llene de risas ninguna cuna y ninguna casa". Quienes hablaban
así, quienes entonaban esta oscura letanía, eran los "expertos" en la falsa
ética de la muerte, eran los juristas de la perversión del derecho, eran los
voceros de las clínicas de exterminio. "¡Qué no viva!; ante todo eso, que no viva.
¿Qué nos pasa? ¿Qué clase de sociedad somos? ¿Por qué se enmudece ante tanto
crimen? ¿No bastaría acaso la más mínima duda en favor de la vida de un niño
que está viniendo para que esta vida fuese preservada y repetada
incondicionalmente? Y todo nos lleva a no tener dudas. Una simple ecografía
las despeja todas. Hay un latido que no es el nuestro, ni el de la madre, ni
el del juez, ni el del médico... Hay una vida, una humana e inocente vida.
No verlo así es no querer verlo.
Ojalá, Pelayito o Covadonga, que no te priven post mortem de tu Misa, de tu
funeral de niño no nacido, oficiada con vestiduras blancas de pureza o con
vestidos rojos de martirio. Qué recen por ti y que te recen a ti, que has
conocido en la sangre del quirófano el martirio y el bautismo. ¡Qué seas tú
el último, que ninguno más tenga por tumba la cubeta de los desperdicios!