Mohamed VI y los emigrantes de la desesperación

Autor: Padre Guillermo Juan Morado




No podemos permanecer indiferentes ante los inmigrantes que huyen de la desesperación, responsabilizando únicamente a los medios de salvamento marítimo o a otros organismos, de las tragedias que acompañan la inmigración clandestina

La triste muerte de al menos treinta y seis inmigrantes procedentes de Marruecos en las costas de Rota, Cádiz (España), parece que, por fin, ha despertado del letargo al Gobierno de Rabat. El Rey Mohamed VI ha anunciado la creación de dos organismos encargados de perseguir las mafias de la emigración: la Dirección General de la Migración y el Observatorio de la Migración. Veremos qué resultado dan estas instituciones, pero al menos se toma nota, a nivel oficial, de un problema que ha adquirido, desde hace tiempo, el negro tono de la tragedia. El infausto "contador de la vergüenza", el fúnebre registro de inmigrantes muertos intentando arribar a España, marca, en lo que va de año, el número ciento treinta y ocho.

Pero el fenómeno de los inmigrantes clandestinos, la suerte aciaga de los condenados al destierro de la desesperación, la legión de indocumentados llamados a formar el "pueblo de la calle", no se limita a los marroquíes que cruzan, en pateras, el Estrecho de Gibraltar camino, muchas veces, de la muerte o de la miseria. No. En este mundo, social y económicamente globalizado, la emigración clandestina es un fenómeno en expansión que implica a todas las naciones. Se podría trazar un mapa, un plano lleno de sombras, que coincidiría más o menos con la totalidad del Planeta.

Las simples estadísticas, en su frialdad matemática, no resultan el único elemento a tener en cuenta. Es preciso hacer el ejercicio mental de saber que, tras los números, se ocultan vidas humanas y muertes humanas, con sus personales historias, con sus esperanzas y sus fracasos. Cualquier intento de solución, o de alivio, ha de partir de la consideración de la dignidad de la persona y del reconocimiento de sus derechos fundamentales. Sobre esta base, la dignidad del hombre, se asienta el derecho a la "emigración", que sería puramente teórico, como ha recordado Juan Pablo II, si no llevase aparejado el derecho a la "inmigración".

No resulta fácil para los Estados dar respuesta al cúmulo de desafíos que la inmigración comporta: económicos, sociales, políticos, culturales, religiosos... En todo caso, la vía de solución no puede pasar únicamente por el endurecimiento de las leyes para los inmigrantes, aun cuando sea necesaria una reglamentación. La prevención de la inmigración ilegal mediante la cooperación internacional, en orden a lograr una mayor estabilidad y un mayor desarrollo en los países más pobres, se perfila como un camino de necesario recorrido. Las mafias que se dedican al tráfico de seres humanos, que explotan la miseria y la desesperación - amparándose en la necesidad de huir del hambre y de la falta de porvenir que se cierne sobre tantos jóvenes - , han de ser, en todo caso, combatidas con eficacia.

Los cristianos no podemos permanecer indiferentes. No en vano somos seguidores de Cristo, muerto "fuera de la ciudad" (Hebreos 13, 12). También ahí, en el inmigrante clandestino, en el "sin papeles", Jesús nos sale al encuentro. No podemos apostar por ingenuas utopías, pero tampoco confundir el realismo con la abdicación de la ética.