Los tres secretos del Papa

Autor: Padre Guillermo Juan Morado




La conmemoración del XXV aniversario de la elección de Juan Pablo II para guiar, como Pastor Supremo, a la Iglesia universal está siendo ocasión de innumerables artículos, editoriales y reportajes. Veinticinco años ofrecen ya una cierta perspectiva, al menos para pergeñar un balance provisional de un pontificado, a la vez intenso y polifacético. No se trata, pues, de añadir nada a lo que ya tantos han dicho.

No obstante, hay un aspecto que no ha sido muy comentado. Me refiero a los tres "secretos" del Papa. En el imaginario colectivo, el Vaticano está plagado de secretos y de misterios. El Portón de Bronce, que da acceso al Palacio Apostólico, es visto como el umbral que conduce a lo arcano, a lo incógnito, a lo desconocido... No es ajeno este "fascino" por la intriga al genio de los romanos. Cada calle de Roma, cada palacio, cada iglesia tiene su misterio. El Vaticano parece acumularlos todos y custodiarlos tras sus muros centenarios.

Los tres "secretos" del Papa están, sin embargo, a la vista de todos. Pero pueden pasar desapercibidos, si uno no está atento, si no investiga. Los tres "secretos" son tres innovaciones que Juan Pablo II ha introducido en el Vaticano: en la Basílica y en la Plaza de San Pedro.

Si uno recorre la majestuosa Basílica encontrará una capilla, en la que unas grandes cortinas impiden divisar lo que hay dentro. El visitante puede acceder al interior, pero no para hacer turismo o tomar fotografías. Allí sólo se entra para rezar. ¿Qué misterio alberga este recinto? La mirada se concentra inmediatamente en la Custodia, en la que está expuesto el Santísimo. En los primeros bancos, de rodillas, unas monjas hacen guardia, orando ante el Señor. Y, con ellas, muchos peregrinos, de todas las edades y condiciones. Ha sido Juan Pablo II quien dispuso que este lugar se reservase, en el corazón de la basílica mayor de la cristiandad, para la adoración a Cristo. Aquí está uno de los "secretos" del Papa: el amor a la Eucaristía, la contemplación silenciosa de Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.

El segundo "secreto" es el Via Crucis que el Papa hizo colocar en los muros que unen la columnata de San Pedro con la Basílica. Se trata de unos cuadros que contienen, en unos relieves de bronce, las escenas de la Pasión y de la Muerte de Jesús. Juan Pablo II, sin decir nada, vuelve a darnos una pista. La vida cristiana es el seguimiento de ese camino de dolor, tras las huellas de Cristo. Todo su pontificado es una identificación creciente con los pasos del Nazareno hacia el Calvario. El signo de contradicción de la Cruz es resumen y exponente de las dos pasiones del Papa: la preocupación por el hombre y la conciencia de que sólo el amor de Dios, capaz de vencer la muerte, puede redimir su sufrimiento. El cristianismo es, por antonomasia, la religión de la compasión; de la compasión divina, que vence el dolor haciéndolo suyo. Recorriendo las estaciones del Vía crucis Juan Pablo II ha aprendido a recorrer toda la geografía del dolor humano, evitando la banalización y la desesperanza.

El tercer "secreto" es un mosaico de María, la Mater Ecclesiae, que el Papa ha querido que se pusiese bajo uno de los balcones de la Secretaría de Estado, de modo que pudiese ser visto desde toda la Plaza. Con este icono, Juan Pablo II dice a todo el pueblo cristiano que acude a San Pedro que en la familia de la Iglesia, que abre sus brazos a la humanidad entera, no falta la Madre. En la parte inferior del mosaico, en una esquina, el escudo del Pontífice, sin llaves de Pedro y sin tiara, y su lema: "Totus Tuus".

Los tres "secretos" del Papa son, para quien quiera descubrirlos, tres signos que apuntan, sin palabras, al misterio de su pontificado.