La Pastoral sobre la familia

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

Los Obispos han hablado y se ha armado la marimorena. Sorprenden estas reacciones airadas, este clima de renuncia al diálogo, de simplificación de todo argumento, de reducción del debate a un cúmulo de descalificaciones. Desde luego, los españoles estamos más cerca de "Salsa Rosa" que de los "Diálogos platónicos". ¡Son cosas de los tiempos! 

 

¿Qué han dicho los Obispos? Muchas cosas, sin duda. Un documento extenso no se puede resumir en dos frases. Las cosas no suelen ser blancas o negras, sino que tienen matices. Matices importantes. A los prelados se les ha echado en cara que culpasen a la llamada "revolución sexual" de la violencia doméstica. Por más que leo y releo el Directorio, no encuentro indicios que apoyen tamaña protesta. Sí dicen, y tienen razón, que la disociación entre sexo y amor, y entre sexo y procreación, no es la panacea. Ni mucho menos. El sexo sin amor, y la obstinada renuncia a transmitir la vida, no nos hace crecer en humanidad, no nos hace más felices, no construye una sociedad mejor ni más justa. Creo que, si uno lo piensa a fondo, estará de acuerdo con este diagnóstico. 

 

Por otra parte, no hace falta ser Obispo para constatar que las cosas, en el terreno de la familia, no van bien. La violencia de género es alarmante. Los conflictos familiares, también. La falta de apoyo a las familias es preocupante. No es "progre" apoyar a la familia, pero es necesario y sensato afrontar la realidad e intentar mejorarla. 

 

Igualmente choca el poco espíritu democrático de quienes confunden "lo que es" con "lo que debe ser". La realidad es la que es; pero no porque algo se dé en la realidad pasa a ser automáticamente deseable. La realidad es susceptible de crítica y de mejora. Discrepar de lo comúnmente aceptado no es un delito; al contrario, es una necesidad: Hay que pensar que las cosas pueden ir a mejor; más aún, que deben hacerlo. 

 

En toda esta absurda polémica veo una ventaja y un inconveniente. La ventaja: que un documento episcopal tiene eco, que no pasa desapercibido. El inconveniente: que se está tensando excesivamente el clima social, y eso no me parece bueno. 

 

La Iglesia sólo tiene una meta: Predicar el Evangelio para el bien de los hombres. A veces, el servicio de la verdad no es grato, ni bien recibido. Pero es un servicio indeclinable. La verdad nos hace libres, aunque esta libertad sea, en ocasiones, dolorosa. Silenciar la verdad sería un síntoma de cobardía y, sobre todo, de indiferencia ante la suerte de los hombres. Y la Iglesia no puede permitirse ni una cosa ni la otra; ni la cobardía ni la indiferencia.