La importancia de un signo

Autor: Padre Guillermo Juan Morado


La celebración del “Día del Seminario”, en la solemnidad de San José, pone ante nuestra mirada la existencia de un signo de particular importancia en la vida de nuestra Iglesia local de Tui-Vigo: ese signo es el Seminario Mayor Diocesano “San José”. La visibilidad del signo es evidente: cualquiera que entre o salga de la ciudad de Vigo puede contemplar el edificio que se alza pegado casi a la carretera de Madrid. La sola presencia física de este edificio indica a todos la existencia de un centro educativo cuya finalidad es la de formar a los futuros sacerdotes diocesanos. Inmersos en un ambiente de secularismo y de indiferencia religiosa, no sería sensato minusvalorar la importancia de la visibilidad de la Iglesia y de sus instituciones: lo que no se ve, parece no existir.

¿Cómo debe ser este “signo”? Lo primero que podemos esperar de él es que tenga “sentido”; es decir, que haya una “coherencia”, una “armonía”, entre lo que aparece y lo que es. Una escuela que no educase sería un sinsentido. Análogamente, un Seminario que no capacitase a sus alumnos para ser buenos sacerdotes dejaría de ser un signo, para convertirse en algo absurdo. ¿Cómo se logra esa coherencia? Adaptando el estilo de vida de quienes forman el Seminario – básicamente, los seminaristas; ayudados por el equipo directivo y por los profesores – a las orientaciones de la Iglesia sobre la formación sacerdotal. Cualquier persona que cruce el umbral del Seminario Mayor se encontrará con un modo de vida en el que casi nada se deja a la improvisación. Teniendo en cuenta las circunstancias concretas que viven los alumnos, existe un plan, un diseño, cuya finalidad es ayudar a que esos alumnos lleguen a ser sacerdotes tal como los quiere la Iglesia: humanamente maduros, libres y responsables; espiritualmente centrados en Jesucristo, Buen Pastor; intelectualmente bien preparados; llenos de afán apostólico y con ganas de servir a los demás cristianos y a todos los hombres; capaces de construir la comunión en lugar de la división y la discordia.

A educar en conformidad con este proyecto se orientan las actividades que en el Seminario se llevan a cabo: la celebración diaria de la Santa Misa, la oración personal y litúrgica, las clases y el estudio, la vida comunitaria, el trabajo en las parroquias los fines de semana... Los verdaderos protagonistas de este camino de formación son doce jóvenes, cuyas edades oscilan entre los 19 y los 30 años. Proceden de diversas poblaciones de la Diócesis: La Guardia, Nigrán, Vigo, Tui, Gulanes, Quintela, Cesantes, San Lorenzo de Oliveira, y Mouriscados. Tres alumnos están al inicio de este itinerario, pues han ingresado este curso. Otros están ya en la última etapa, a punto de terminar. 

Toda realidad humana es ambigua y, por consiguiente, imperfecta. También el Seminario. Quienes tenemos el privilegio y la responsabilidad de ayudarles, sentimos la urgencia de acelerar el paso, de apuntar más arriba, de proponer un ideal exigente, pero también vemos en cada uno de los alumnos un milagro de la gracia de Dios: por su generosidad, por su ilusión, por su deseo sincero de llegar a ser lo que Dios, la Iglesia y la sociedad esperan de ellos.

La significatividad del Seminario trasciende los muros del edificio y llega mucho más allá del grupo de personas que directamente encarnan esta realidad educativa. El Seminario está llamado a ser un signo creíble que sea capaz de infundir esperanza y optimismo de cara al futuro. Esperanza para el Obispo y para los sacerdotes, que necesitan ver como se preparan los que van a ser sus inmediatos colaboradores, compañeros, y también sucesores. Esperanza para todos los cristianos, pues sin el sacerdocio es imposible edificar la Iglesia. Esperanza para un mundo que, pese a todo, siente nostalgia de vidas entregadas que apunten más allá de lo inmediato. Con la gracia de Dios y la oración de todos, el Seminario será capaz de no defraudar esta esperanza.