La Eucaristía edifica la Iglesia

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

Existe una íntima relación entre la Eucaristía y la Iglesia. En el capítulo segundo de la Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, el Papa Juan Pablo II ahonda en esta relación señalando el influjo de la Eucaristía en los orígenes, en el crecimiento y en la misión de la Iglesia. 
El influjo de la Eucaristía en los orígenes de la Iglesia es “causal”. Los gestos y las palabras del Señor en la Última Cena fundaron la Iglesia, “la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la nueva Alianza” (Ecclesia de Eucharistia, 21). Desde aquel momento, y hasta el final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Señor inmolado por nosotros: “Tomad, comed...” 

De modo análogo, el proceso de crecimiento de la Iglesia tiene su centro en la celebración eucarística. El sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo hace que la Iglesia crezca visiblemente en el mundo por el poder de Dios. La Iglesia crece por la incorporación de los hombres a Cristo, que acontece por medio del Bautismo. Esta incorporación se renueva y se consolida con la participación en el Sacrificio eucarístico. Al comulgar “no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros” (Ecclesia de Eucharistia, 22). 

De la Eucaristía brota no sólo el origen y el crecimiento, sino también la misión de la Iglesia. La Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la misión evangelizadora. 

La razón de este vínculo profundo entre Eucaristía e Iglesia radica en la eficacia unificadora de la Eucaristía; eficacia que se debe a la acción conjunta de Cristo y del Espíritu Santo. Como ha enseñado el Concilio Vaticano II, la “Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano” (Lumen gentium, 1). La unión íntima con Dios se realiza a través de la incorporación de los hombres a Cristo, para formar en Él un solo cuerpo. Recibiendo el Cuerpo eucarístico del Señor, nos asociamos cada vez más intensamente a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. 

Construyendo la Iglesia; es decir, uniendo a los hombres con Dios, la Eucaristía crea por ello la comunidad entre los hombres, la unidad del género humano: “A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo” (Ecclesia de Eucharistia, 24). 
Estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico está el culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa: la presencia de Cristo bajo las sagradas especies deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. El Papa recuerda a todos los Pastores la obligación de animar, “incluso con el testimonio personal”, el culto eucarístico; sobre todo la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración a Cristo presente en el Sagrario: “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el infinito amor de su corazón” (Ecclesia de Eucharistia, 25).

Éste ha sido el ejemplo de los santos. Éste es también el ejemplo del Papa, al que vemos tantas veces rezando ante el Santísimo Sacramento. Ésta es también una urgencia del cristianismo, que ha de distinguirse en nuestro tiempo por el “arte de la oración”. Que ante el Señor Sacramentado, agradecidos por haberle recibido en la comunión y por formar parte de su cuerpo eclesial, repitamos muchas veces: “¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar. Sea por siempre bendito y alabado!”.