La devoción al Papa 

Autor: Padre Guillermo Juan Morado



Sobre este tema, la devoción al Papa, ha sido publicado estos días un artículo un tanto "sorprendente", en la medida en que uno pueda ya sorprenderse de algo. Se quejaba el articulista, un nostálgico de los años 60, me imagino que ya jubilado, de que quizá los católicos españoles estamos rozando la "latría papal". ¿Qué cómo se manifiesta esta "adoración"? Llamándole al Papa "Vicario de Cristo", "Pontífice", etc.

Además de lanzar la voz de alarma, como celoso guardián de los derechos de 
Dios, el articulista manifestaba también su temor de que la "exaltación" del 
Papa supusiese un problema en las relaciones ecuménicas.

En fin, la sorpresa al leer esta argumentación resulta, como he dicho, relativa. Lo mismo llevan diciendo algunos durante muchos, ya demasiados, años. Leer estas cosas aburre, cansa infinitamente. Aún así no deja de llamar la atención que el problema, para este señor, sea la devoción al Papa y no la falta de adoración a Dios. Quien ama a Dios respeta al Papa, porque el Papa habla de Dios. Si el Papa despierta la admiración entre tantas personas es sobre todo porque es un hombre de Dios, un testigo de Jesucristo, un ejemplo de la vivencia del Evangelio. Para un creyente, su máxima preocupación ha de ser que Dios sea reconocido como Dios, alabado y adorado, porque en la alabanza de Dios radica la vida del hombre. Nadie que tenga fe "adora" al Papa, aunque sí todo el que tenga fe católica ve en él al Obispo de Roma, al Sucesor de Pedro, al Vicario de Cristo, al "dulce Cristo en la tierra", como gustaba decir Santa Catalina de Siena. Para un católico, estos títulos no escandalizan, porque saben que se le aplican 
al "Siervo de los siervos de Dios", a un hombre que carga sobre sus espaldas la 
tarea que Cristo, el Señor, le encomendó a Pedro: "apacienta a mis ovejas".

Para nada puede ser un obstáculo en la acción ecuménica la unión de los fieles católicos al Pastor universal de la Iglesia. ¿Cómo no querer, y aclamar, y aplaudir, y escuchar y obedecer a aquél que nos preside en la unidad y nos fortalece en la fe? ¿Cómo no sentir la alegría de comprobar que el Evangelio de Jesucristo es proclamado con firmeza y coherencia, con misericordia y benignidad?

¿Cómo no sentir el gozo de saber que la Iglesia defiende a plena voz la dignidad del hombre, creado por Dios y redimido por Cristo? No. El problema no es la "devoción" al Papa. El problema es el alejamiento de Dios, el desconocimiento de Jesucristo, la deshumanización del hombre. Éstos son los problemas. Y el Papa es alguien que ayuda a solucionarlos prestando el mejor servicio que se puede prestar al mundo: el testimonio del Evangelio.

Resulta curioso que quienes piden continuamente la jubilación del Papa renuncien a jubilarse ellos mismos. "Por sus frutos los conoceréis...", dice Jesucristo. El fruto que muchos árboles han dado se llama hastío, hipercrítica, secularización interna de lo cristiano, crisis vocacional, esterilidad, vacío. Ojalá el mundo se llene de voces que aclamen al Papa.

Ojalá se levanten por todas partes altares para adorar, sí, adorar, a Jesús 
Sacramentado. Ojalá se fundiera todo el oro del mundo para coronar las imágenes de María. Si esto sucediese, el mundo, por ser más de Dios, sería 
también más humano.